Apagón. Silencio. La enorme pantalla que ocupa el escenario de lado a lado se enciende. Azul brillante. La penumbra se vuelve espesa. Comienzan a sonar los primeros acordes de “Fue”. En la pantalla central, del lado izquierdo, un plano medio de Gustavo Cerati. La imagen es granulada, táctil, con una textura física, rugosa, transpirada, tan distinta de la nitidez, el brillo, la suavidad, el confort de las otras que se vienen sucediendo. “He llegado hasta el fin/ Con los brazos cansados/ Tantas veces te vi/ Simulando un olvido”, canta desde ese rincón azul grisáceo. En la segunda estrofa, se suman Charly Alberti y Zeta Bosio. Las pantallas los muestran a los tres fundidos, mezclados en el tiempo y el espacio. Gracias Totales – Soda Stereo llega en ese momento al punto más alto y más profundo de un show pensado para celebrar un legado y traer al presente una obra inmortal. Gustavo canta “Una parte de la euforia/ Y lo más resbaladizo/ Es creernos sin memoria”. La presencia de esa ausencia es entonces total.
Veintiún meses tuvieron que pasar para que la escala argentina del tour organizado por Alberti y Bosio pudiera realizarse. Con fechas originales los días 21 y 22 de marzo de 2020, y una reprogramación fallida para el 6 y 7 de marzo de este año, anoche finalmente ocurrió: la primera de las dos funciones en Buenos Aires del ambicioso espectáculo multimedia pergeñado por los dos Soda vivos se llevó adelante en el Campo Argentino de Polo, con la expectativa acumulada en estos casi dos años de espera, y una “ayudita” proporcionada por los meses de reclusión en los que el público se familiarizó mucho con aquello de relacionarse a través de pantallas, el asunto de lo remoto, la idea de ver artistas por streaming e incluso recibir sin molestias la participación de algunos (sin ir más lejos, el Indio Solari hace unos días en el show de los Fundamentalistas del Aire Acondicionado) a través de su imagen grabada, acompañada por la banda en vivo.
Cerca de las diez de la noche, se apagaron las luces, se encendieron las pantallas y comenzó el show con una serie de imágenes de archivo del trío en todas sus épocas, ejercicio de memoria/ nostalgia que se siguió repitiendo durante las casi dos horas que duró el concierto, con la historia de esos tres rebotando y explotando sobre el público. Tras el primer bloque de recuerdos, el presente en forma de música tomó el escenario y todo comenzó a andar. Secundados por Fabián “Zorrito” Von Quintiero en teclados y Richard Coleman, Roly Ureta y Simón Bosio (sí: hacen falta tres guitarristas para suplir la ausencia de Cerati), Alberti y Bosio arrancaron con “Sobredosis de TV”, que en estos tiempos y en ese entorno cobró dos, tres, mil otros varios sentidos, con la voz y la imagen de Gustavo desde la pantalla. La siguió “Hombre al agua”, esta vez con Coleman al mic, en vivo y desde el corazón.
Entonces llegaron los primeros invitados grabados: “Disco eterno” en manos de León Larregui, de Zoe, y “El rito”, con Álvaro Henríquez, de Los Tres, con participaciones correctas desde las pantallas aunque algo lavadas, planas, con un resultado similar a lo ocurrido poco después con Julieta Venegas y su “Signos” desde la virtualidad: la mayoría de las versiones remotas, en su intento por ser fieles a las originales y al no aplicarles nada propio, se empobrecieron al chocar con la memoria colectiva de un grupo que forma parte del ADN musical de toda la región. Los rostros de esos artistas en primerísimo primer plano en esas pantallotas quedaron pequeños en esas interpretaciones tan medidas, y en contraste con la banda que sonó aplastante e impecable en todo momento.
La diferencia entre el vivo y el clip se hizo todavía más notoria con Rubén Albarrán y su efervescente presencia escénica en una “Lo que sangra (la cúpula)” vibrante y saltarina. O más adelante, con Walas arengando pícaramente en “Juegos de seducción”. O cuando Benito Cerati corrió, cantó y se entregó en “Zoom”, con ese brillo tan particular. “Sepan que está mi papá en todos ustedes”, saludó antes de retirarse.
Desde las pantallas nuevamente, Adrián Dárgelos aportó su mirada sobre “Trátame suavemente”, y tal como pasó más tarde con Mon Laferte (“Un millón de años luz”) y Fernando Ruiz Díaz (“Persiana americana”), demostró que, con pequeños gestos, muy sutiles, casi inadvertidos, se puede hacer suya una canción y transformarla en otra cosa para no quedar pedaleando ante el recuerdo, porque está claro que contra las interpretaciones de Gustavo Cerati lo más fácil es salir perdiendo. Y estos artistas superaron el desafío.
“En remolinos”, con Draco Rosa en vivo, fue una evocación/invocación de oscuridad ominosa. Potente, profunda, pesada. Gustavo Santaolalla puso lo suyo sentado en el centro del escenario, empuñando su ronroco, en “Cuando pase el temblor”. Antes había pasado Andrea Echeverri, de Aterciopelados, con una “Pasos” algo deslucida, en una tonalidad demasiado baja para su registro. Juanes y Chris Martin volvieron a participar en modo cabezas cantantes para “Prófugos” y el final con “De música ligera” respectivamente, con interpretaciones que, de tan ajustadas, pecaron de distantes.
Antes del cierre, “Primavera 0” volvió a reunir a Cerati-Alberti-Bosio en las pantallas. La magia, el tiempo, el pasado, el presente, la nostalgia, la melancolía se dieron cita nuevamente en ese punto en el que confluyen todos los sentimientos y que solamente la música puede alcanzar y poner en carne viva. La celebración del recuerdo muchas veces es dolorosa. Gracias Totales – Soda Stereo deja ese sabor agridulce en la boca. Porque a veces, por querer tapar un agujero se termina generando otro más grande.