“No voy a cambiar la meta. Sino no sería una meta”. El miércoles pasado el titular de la autoridad monetaria, Federico Sturzenegger, respondió con esas palabras cada vez que le consultaron por los precios. Realizó una conferencia de prensa en la que tres de cada cuatro preguntas estuvieron dirigidas a su objetivo de inflación para 2017. En el mercado ya nadie cree que la inflación cierre el año por debajo del 20 por ciento, pero el optimismo del Central sigue despertando asombro. La apuesta de la autoridad monetaria es que el segundo semestre llegue con una desaceleración que le permita alcanzar su objetivo.

  La suba de los servicios públicos planeada para el último trimestre y las remarcaciones en los alimentos e indumentaria que en los últimos meses no se frenaron ni con la caída del consumo plantean serias dificultades para hacer retroceder la inflación del 41 al 17 por ciento este año. El mayor nivel de incertidumbre cambiaria a partir de la crisis política de Brasil es otra variable que le juega en contra al Central.

  La posibilidad de que a partir de octubre haya un mayor ajuste sobre las cuentas fiscales, un pedido de la autoridad monetaria al Gobierno para ayudarlo a frenar los precios, es otro elemento que puede generar más y no menos presiones. Reducir el desequilibrio del presupuesto del sector público no puede hacerse sin recortar subsidios en energía, lo cual implica aumentar de nuevo las tarifas y, por tanto, provocar más subas en los precios. Es una paradoja argentina que el recorte de los gastos, es decir una de las estrategias claves del establishment en casi todos los países del mundo para bajar los precios, produzca más y no menos tensiones inflacionarias en el corto plazo.

  La insistencia de Sturzenegger en mantener su meta de inflación en 17 por ciento resulta difícil de comprender. Pero más complicado es explicar por qué se eligió ese objetivo de precios para este año cuando en 2016 la inflación había sido de 41 por ciento y cuando la experiencia internacional muestra que países que siguieron la estrategia de metas de inflación fueron mucho más graduales en sus objetivos. Colombia es una de las economías que más le gusta citar a las autoridades del Central, al afirmar que es un país en el que se consiguió disociar precios internos de los movimientos del tipo de cambio y en el que el programa de metas de inflación muy fue efectivo. 

  Este suplemento analizó en detalle el caso colombiano, país que lanzó su plan de metas de inflación a inicios de 1993. Ese año tenía precios subiendo a un ritmo de 22 por ciento y se fijó como objetivo bajarlos al 19 por ciento en 1994, al 18 por ciento en 1995 y al 17 por ciento en 1996. El Banco Central colombiano para pasar de 22 a 17 por ciento de inflación decidió destinar unos 4 años. La autoridad monetaria de la Argentina pretende bajar del 41 a 17 por ciento en 12 meses y se fastidia con economistas y medios de comunicación que no confían que logrará cumplir con la meta de precios para 2017.

  El ejemplo de Colombia genera todavía más dudas de cuáles fueron los criterios que usa el Central para definir los objetivos inflacionarios. Para fijarse una meta de inflación de un dígito las autoridades colombianas esperaron hasta 2001, es decir nueve años después de haber lanzado el programa. Sturzenegger quiere alcanzar una inflación de un dígito en dos años. Cerró su conferencia de prensa afirmando que para 2018 hablaremos de una meta de precios ya no del 12 sino por debajo del 10 por ciento. Por ahora los datos duros indican que en 2016, su primer año de gestión, no sólo no bajo la inflación sino que la subió al nivel más alto de los últimos 25 años.