El jueves último fueron entregados los Premios a la Trayectoria del Fondo Nacional de las Artes. En el área de “Artes visuales” fue distinguido el pintor Tulio de Sagastizábal (Misiones, 1948; vive y trabaja en Buenos Aires), quien ya obtuvo importantes premios como artista y docente por parte de las principales instituciones artísticas del país,
En esta entrevista, el pintor cuenta algunos aspectos de su trayectoria.
- En la exposición retrospectiva que presentaste en en el Espacio Osde hace dos años había pinturas fechadas entre 1974 y 2019, ¿hace cuánto te dedicás a la pintura y el dibujo?
- Es difícil fijar un momento. Pinté toda la vida. Recuerdo que dibujaba mucho en el colegio primario, en los años cincuenta, en Posadas. O cuando cumplí catorce años y mi madre me regaló un libro con la dedicatoria “A mi hijo futuro pintor”. Mi abuela vivía en Buenos Aires y cuando viajábamos a visitarla en el verano, yo me la pasaba pintando y copiando cuadros que había en su casa. A los 22 años me fui a vagar por Europa, me anoté en una escuela de grabado en Barcelona. En Ibiza trabajé en el taller de un escultor que hacía artesanías para venderle a los turistas, pero también lo ayudé con un mural realizado en chapa batida.
En Buenos Aires, en los años setenta, pasé por los talleres de Alejandro Vainstein, Yuyo Noé y Roberto Páez. Y el aporte que me dio la experiencia con Kuitca a comienzos de los noventa con una beca de la Fundación Antorchas, fue muy importante. En aquella primera horneada éramos todos pintores. Yo estaba cansado de mi propia figuración, pero me llevó un tiempo salir.
- Tu primera exposición abstracta fue a fines de los años noventa. Y lo que había hecho Gumier Maier en la galería del Rojas te impactó.
- Es una gran pena la muerte de Gumier. Tanto su obra como le que hizo en el Rojas me impactó mucho. Nos teníamos un aprecio grande, mutuo. Durante los noventa él formó parte del auge de cierta abstracción, y en el Rojas mostraban sus obras amigos como Graciela Hasper, Fabián Burgos y Alfredo Londaibere, entre otros. Yo iba a todas las inauguraciones y me sentía cerca de de esa pintura. Me encantaba lo que hacían Siquier y Pombo. Pablo Suárez estaba ahí también y yo daba clases con él. Mi primera exposición abstracta fue en 1997 pero fue mucho después cuanddo me di cuenta de que mi propio abstraccionismo tenía que ver con todo aquello, especialmente con el aspecto celebratorio de la pintura.
- Mencionaste tus clases: la docencia es otro aspecto clave en tu trayectoria.
- Para mí la docencia, la relación maestro/discípulo fue algo que viví de cerca durante la experiencia a lo largo de tres años en el taller de Roberto Páez. La docencia además es un recurso económico. Pero el salto fue cuando Andrés Duprat nos invitó a Bahía Blancca a un grupo del taller de Kuitca y luego me propuso como jurado de un premio en el Museo de Bellas Artes. Después de ese jurado había que justificar la selección y los rechazos ante una suerte de foro público que cuestionaba todo. Como di explicaciones coherentes y verosímiles, Duprat me llamó para ser docente en los talleres que estaba armando en el Museo para la formación de artistas de Bahía Blanca. Después vino la Cárcova, los talleres con Pablo Suárez y Ahuva Slimowicz, hasta que en 1998 armé mis primeros talleres privados. Tuve grupos muy grandes, que desde la pandemia se redujo, por Zoom. También participé de las clínicas de análisis y producción de obra organizados por la Fundación Antorchas.
-¿Cómo ser artista hoy?
-No hay un manual de cómo ser un buen artista, no podría haberlo. Tampoco lo hay para ser un buen docente. Hay aprendizajes y enseñanzas, pero sigue siendo fuerte el vínculo especial entre estas actividades: imprevisto, espontáneo. Está ligado a lo que con cierta comodidad todavía llamamos “intuición”: un saber que no termina de ser aprehensible o de estar codificado. No se puede configurar con claridad el recorrido que lleva a hacer obras que consideremos “buenas”, o alcanzar ciertos logros. Hay mucho trabajo, esfuerzo, incertidumbre. Las dudas son constantes e inagotables. Todo esto debería ser dicho casi a la ligera, para evitar que los pensamientos se asienten en alguna certeza o, pero aún, solemnidad. La práctica artística y la enseñanza deben contener espíritu de descubrimiento, hallazgo y sorpresa. El ansia, la pasión, aquello que nos impulsa a trabajar es muy difícil de regular. Y todo intento de hablar sobre esto no es más que un mosaico de fragmentos, un collage de impresiones y recuerdos. En todo caso, la trayectoria no escapa de ser un alto en el camino, con la ilusión de que ese camino continúe largamente.
-El premio viene por parte del Fondo Nacional de las Artes.
-El Fondo es una institución amistosa con los artistas desde hace más de sesenta años, con una proximidad que la hace única. La presencia del Fondo siempre se ha hecho sentir en el colectivo de artistas, beneficiado con ese acompañamiento. El Fondo, con sus becas, subsidios, premios, programas de formación, es una institución original.
* En la sede de la Casa de la Cultura del FNA (Rufino de Elizalde 2831), se puede ver, entre otras, un exposición de Tulio de Sagastizábal, con curaduría de Gachi Prieto.