Cada vez que asume un o una Presidenta democrática se remite al mismo protocolo : se gobernará para todos, para los que votaron al gobierno y para los que se repartieron en otras opciones. Es una formalidad consustancial a la asunción de la Presidencia. Se lo dijo Sánchez a la derecha española y el joven Boric en su asunción convocó al mismísimo Kast.
Alberto no fue ni podía, por imperativos democráticos, ser distinto. De entrada invitó a toda la derecha a formar parte del diálogo e incluso a posibles acuerdos de Estado, dada la gravísima situación de la nación Argentina .
Ningún presidente asume en democracia proclamando de entrada que asumirá los antagonismos que por razones estructurales atraviesan la frágil realidad del país. Aunque no desconozca esa realidad conflictiva e irreductible, aunque sepa que la oposición es la que de verdad dispone de la trama de los poderes reales, el llamado al diálogo es ineludible por imperativo democrático. Es el clásico intento de compartir determinados asuntos muy serios que ponen en juego el destino de la Nación y que con un acuerdo nacional podrían ser atenuados.
Pero está formalidad ineludible, ésta primera demostración de confianza, ésta supuesta racionalidad que pretende creer que la oposición no desea la destrucción del país, muy pronto se desvanece. La oposición, anudada al poder real y sus dispositivos, ha asumido en este tiempo histórico su causa antidemocrática. Se dirá que fue siempre así, pero esto ha adquirido una ferocidad distinta en el nuevo modo de acumulación primitiva del Capital, en su fase financiera y tecnológica.
Primero son los famosos "palos en la rueda", desde la cuarentena hasta la aprobación del presupuesto y la negociación con el Fondo .
Luego, en perspectiva, se percibe claramente que no se trata sólo de palos en la rueda.
Más bien surge un plan golpista institucional que se propone, aunque suene paradójico, un estado de excepción en el interior de la Democracia. O, como lo he sostenido en otras ocasiones, el Neoliberalismo es el intento histórico de construir una realidad seudototalitaria que impregne el tejido democrático.
La oposición que encarna directamente y sin mediaciones, al poder real que desea apropiarse de toda la realidad, no está dispuesta a ceder nada. Su plan es que quede borrado el movimiento nacional y popular, que se lo destruya definitivamente y que incluso, si es posible, no permanezca nada que lo recuerde .
En este panorama la elección es forzada, no queda otra que sostenerse en la horizontalidad de los movimientos sociales, organizaciones políticas y sindicales, movimientos feministas, etc. En intentar anudarlos con un Estado donde tenga mayor peso la autoridad. Todo lo que disponga el gobierno para intensificar su perfil de autoridad debe ser empleado.
O hay Autoridad del movimiento nacional y popular o hay Poder por parte de las derechas ultraderechizadas.
Sin duda el gobierno correría el riesgo de dilapidar sus energías en todo ésto, pero los invitados a la reconstrucción no acudieron a la cita y mucho peor será que en el 2023 conozcamos la ocupación del territorio nacional por el posfacismo neoliberal que con seguridad introducirá el caos final.