(Desde Barcelona)
UNO Rodríguez desplazándose entre multitudes, sonámbulo por mega-stores y grandes superficies. Todos con mascarilla (hasta Santa Claus) como si fuesen enfermeros estrellados que alguna vez soñaron con ser aviadores y que ahora siguen curso demarcado por Estrella de Belén y de campanadas findeañeras y de regios regalones. Y sí: está claro el por qué de que casi toda ficción con zombies busque refugio para ser acorralada y atacada en tienda comercial. Pero a lo que más teme ahora Rodríguez (es consciente de ello porque acaba de entrar, pronto ya no lo será) es del efecto del muzak en sus tímpanos martillando su cerebro. Enredante hilo musical. Dificultoso easy listening cuyo voltaje/potencia se fortalece con la partida de la llegada de las fiestas automáticas y para todos, por dictado del calendario con esos números rojos como zona de riesgo sónico en los amplificadores del corazón. Ese melodioso auto-convencerse de que el futuro será mejor que el presente, de un tiempo a esta parte demasiado parecido a un pasado en loop que no pasa. Esa música cuyo concepto/mecánica fue originalmente disparado por general del ejército norteamericano y, enseguida, adoptado por empresa/marca registrada: Muzak (nombre derivando oportunística/fonéticamente del éxito de Kodak. Corporación a la altura de Spectre que, desde 1922 y hasta su bancarrota en 2009, bajo supervisión de técnicos y científicos y psicólogos y un plantel de músicos, descubrió/desarrolló las aplicaciones de música sedante e hipnótica como soundtrack ideal para trabajar sin quejarse o comprar sin complejo. Oigan sin darse cuenta de que oyen: canto de sirenas brotando de parlantes en oficinas y tiendas y elevadores (y en llamadas en larga espera y en consultorios médicos a la espera ese tipo de noticias) y originalmente transmitido a través de una red eléctrica a contratar. Composiciones propias y muzakización de hits del momento sin letra simplificando rango tonal y (des)arreglando para relajantes cuerdas a tensar con una "stimulus-progression" cada quince minutos aumentando sutilmente intensidad-ritmo y conseguir agradable subidón que lleva a teclear/consumir más y más rápido. Estudios certificaron subas de un 9,1% en productividad y un 38,6% menos en errores surtidos e incrementos en el comercio de hasta a un 38,2% por encima de musicalizaciones más agitadas y de canciones de moda. Joseph Lanza --en su Elevator Music: A Surreal History of Muzak, Easy-Listening, and Other Moodsong y de Easy-Listening Acid Trip: An Elevator Ride through 60s Psychedelic Pop-- define al asunto como "audioanalgesia" o "proceso que anestesia la habilidad de escuchar con sentido crítico". Algunos lo entendieron como pseudo-ciencia; otros reconocieron su decadencia en los '60s porque entonces la música comenzó a ser entendida como sinónimo de rebeldía y ya no servía para calmar a bestias contraculturales. Lo que no impidió --junto a los temas de El padrino o de Un hombre y una mujer-- que Beatles & Stones & mixes LSD fuesen traducidos a esa lengua muda o el éxito de Ray Conniff, Franck Pourcel y la Mantovani Orchestra. O que, a su manera y después, buena parte de la obra de Brian Eno llevase a la vanguardia a ese retrógrado sonido en el que todo suena igual y uniforme y como uniformado no para la guerra ni la paz sino para la tregua o la calma que anticipa tormenta (y no olvidar nunca esa gran escena asedio-muzakiana en ascensor de The Blues Brothers con Jake & Elwood soportando hasta lo insoportable mutación de "The Girl from Ipanema").
Así, el fantasma en máquina y electricidad susurrando en los huesos del rostro de Rodríguez. Puede oírlo --empapelado musical metalizado envuelto para regalo con lazos enlazantes potenciado por ultra-viral variante de Covillancico-- si se concentra: "El tamborilero" --sin ese "Ropopompóm" que Rodríguez le sobregraba por reflejo automático-- en versión del Guantánamo Torture Ensamble.
DOS Y por supuesto, faltaba más, no podía faltar: "The Little Drummer Boy" es uno de los tracks de Miracles: The Holiday Album del saxofonista Kenneth Bruce Gorelick. Más y mejor y demasiado conocido (es el más comercialmente exitoso instrumentalista de la Historia y motivo de que se crease la etiqueta de smooth jazz) como Kenny G y responsable indirecto de que, desde hace tres décadas en China, se utilice su "Going Home" como señal de que ha llegado el fin de la jornada laboral. Y ya se dijo: para Rodríguez el saxo (una/otra de sus tantas frustraciones infantiles) no tiene que ver con Coltrane & Bird sino más bien con el saxofonista de look nerd de Supertramp, con el Conan de Tina Turner, con el que sopla en "Baker Street" de Gerry Rafferty o en "Born to Run" del Boss o en "Money" de Pink Floyd o en "A Girl Called Johnny" de The Waterboys o en "Modern Love" de David Bowie o en ese otro "Going Home" de Mark "Dire Straits" Knopfler. El diminutivo inmenso Kenny G. --con ese aire de miembro de la orquesta de los Muppets y ese sonido como de miel caliente en la oreja- es una bacteria intrusa. Y, seguramente, imposible de neutralizar. Pero lo cierto es que --viendo el documental Listening to Kenny G-- Rodríguez se reconcilia con el hasta hace poco para él criminal imperdonable y de pronto, graciosa y muy inteligente cruza de Saxofonista de Hamelin con ventoso y delirante Glenn Gould. Allí Kenny G se explica sin justificarse ni defenderse (acompañado por musicólogos y fans y detractores) y explica el por qué del que, aunque admiraba la técnica de los dioses del sótano bebop nada de eso le emocionaba. Y por eso prefiere dueto virtual con Louis Armstrong en ese standart de las buenas intenciones que es "It's a Wonderful World" y que ahora suena en los altoparlante del centro comercial L'illa Diagonal para que todos crean en su música pero no en su letra.
TRES Y Rodríguez se pregunta si el infame auto-tune (que por estos días cumple cuarto de siglo) será el nuevo muzak: un muzak con voz como de robot engripado que, se supone, permite que hasta el más desafinado suene "bien". Sobre todo, por estos días, en lo que hace a eso conocido como "música urbana" y que a Rodríguez le da tantas ganas de mudarse al campo. La responsabilidad fue de un tal Andy Hildenbrand quien no demoró en venderlo a discográficas que encontraron el "instrumento" perfecto para vender gallos guapos y gallinas guapas. Aunque el primer hit universal fue el "Believe" de la afinada Cher consiguiendo una cierta opio-hipnosis con ese toque androide. Después, en 2010, ser considerado uno de los cincuenta peores inventos de la década así como funcional herramienta para tanto disfuncional descendiente de celebridad ibérica (y de acuerdo: Daft Punk, T-Pain, Kanye West, James Blake y Bon Iver han sabido sacarle buen partido) y versión sónica de esa mentira que tantos propagan en sus perfiles sociales.
Ahora, cascabelea en los altoparlantes un "Jingle Bells" con violines en trance y voces de elfos replicantes. Y contagiándose del espíritu navideño y del espectro pandémico y ninguno obedeciendo y yendo a casa, todos (Rodríguez incluido y tarareando incidencias en trance de riesgo extremo) parecen tan pero tan afinados y festivos y felices porque es lo que toca mientras, ahí afuera, todo suena mal y resuena cada vez peor.