El fallo de la Cámara de Apelaciones británica que ordenó la extradición de Julián Assange a Estados Unidos es un capítulo más de una estrategia de venganza  de los países centrales encabezados por Estados Unidos para destruir física y mentalmente a quien filtró, a través de los llamados WikiLeaks, información que compromete en múltiples sentidos y quita la máscara de actos criminales del Departamento de Estado estadounidense, tal como lo ha revelado sistemáticamente el colega Santiago O'Donnell en Página 12.

Lo que Assange hizo no es ni más ni menos que protagonizar una acción de blanqueo de información que dejó al descubierto acciones de Estados Unidos que son contrarias a los derechos de otras naciones, de personas y comunidades afectadas por maniobras de todo tipo. En consecuencia puede decirse que Assange cargó sobre sus espaldas la tarea de blanquear ante el mundo la existencia de actos delictivos que en la mayoría de los casos permanecen ocultos en medio de las intrigas y de las operaciones del poder. Fue una acción comunicacional a favor de la humanidad.

Al margen de la impertinencia de la denuncia que pesa sobre Assange en el sentido de que violó la seguridad nacional de los Estados Unidos, una acusación similar y en ese caso con fundamento cierto se le podría endilgar a innumerables operaciones de la potencia hegemónica en contra de multiplicidad de países en el mundo que son víctimas de sus atropellos en todos los sentidos. Con la notable y evidente diferencia que existe entre el poder de la potencia hegemónica y el de un comunicador social que solo puede aspirar a la solidaridad internacional de parte de sus colegas y de otros actores políticos, limitados éstos apenas a lo simbólico y con poca repercusión práctica y efectiva.

Pero más allá de las consideraciones anteriores bien se puede afirmar que Assange está siendo perseguido por su actuación como comunicador y actuando en defensa del derecho que la ciudadanía del mundo tiene de acceder a la información pública y de contar con los datos que le permitan discernir política y ciudadanamente.

Mientras tanto los presuntos y permanentes defensores de la “libertad de expresión” reiteran otra práctica habitual: usar distintos parámetros éticos, morales y de uso del poder institucional dependiendo de qué intereses se ven afectados por la información que se divulga. Para ellos no hay información falsa o verídica. Hay información “buena” o “mala” de acuerdo a qué intereses son beneficiados o perjudicados.

Y habrá siempre castigo, persecución o, como en este caso, venganza para quienes no se sometan a los designios del poder. Olvido, benevolencia y recompensas –según corresponda- para los amanuenses del poder hegemónico.

Sucede con Assange y con Estados Unidos. Ocurre lo mismo con otras y con otros que, siendo comunicadores y comunicadoras, incomodan al poder en cualquier parte del mundo.

En ese sentido además de ser una venganza contra el australiano, aplicada con toda la saña posible y con todos los recursos al alcance, lo que protagoniza Estados Unidos y sus aliados es un escarmiento que sirva de advertencia para todos y todas quienes quieran osar transitar el mismo camino en defensa de la libertad de información (en su sentido pleno) y del derecho a la comunicación.

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