Desde Londres
Acosado por escándalos, con fotos que lo muestran violando las restricciones sociales, con una rebelión de más de 100 diputados conservadores y una derrota la semana pasada en la reelección en una zona tradicionalmente conservadora, Boris Johnson está optando por la indecisión frente al vertiginoso crecimiento de la variante Omicron.
A pesar de que los casos superan los 90 mil diarios, a pesar de las advertencias de científicos, el primer ministro anunció este martes en un video por Twitter que “no va a haber nuevas restricciones antes de las navidades”, pero señaló que no podía descartar que las hubiera en los días siguientes. “Lo que puedo decir esta noche es que naturalmente no podemos descartar medidas adicionales después de las navidades. Todo dependerá de los datos. Pero desde mi punto de vista dada la incertidumbre sobre la severidad del Omicron, sobre el grado de hospitalización y el impacto de la vacuna no hay evidencia suficiente como para justificar medidas más duras en estas navidades”, dijo el premier.
Críticas de los científicos
Con el ejemplo de los países Bajos -Bélgica y Holanda están bajo confinamientos duros a pesar de tener menos casos que el Reino Unido, lo mismo sucede con Alemania – los científicos criticaron la indecisión de Boris Johnson. “Si implementamos medidas ahora, solo lograremos ralentizar el crecimiento, ya no podremos revertirlo. No es lo ideal, pero será algo”, señaló el catedrático de medicina de la Universidad de East Anglia Paul Hunter.
Los especialistas quieren un endurecimiento de las medidas que contemple por lo menos una fuerte restricción a la socialización en el interior de los hogares (que se reduzca a los habitantes del lugar y a las burbujas asociadas) y en la calle que se atenga a grupos de seis personas pertenecientes a dos hogares. “No podemos esperar a que nos lleguen los datos que verifiquen que el Servicio Nacional de Salud (NHS) puede quedar desbordado porque para cuando tengamos esa información esto ya habrá ocurrido. El gobierno debería seguir la recomendación de Sage (…grupo asesor gubernamental de emergencias …) y volver a las restricciones del estadio dos para evitar miles de contagios en los próximos días”, señaló al “The Guardian” la directora de la Unidad de Investigación Clínica del UCL, Christina Pagel.
Un problema pre-Ómicron
Los casos vienen superando los 90 mil diarios desde la semana pasada. Pero el problema es pre-Omicron y coincide con el relajamiento total de las restricciones en el verano británico: desde junio hay más de 40 mil casos diarios a pesar de que el 70% de la población está vacunada. El nivel de contagiados con la nueva variante, que será la dominante a fin de mes, subió en un 31% en un día: hoy hay 85 hospitalizados y 7 muertes (la semana pasada había un solo fallecido).
En los hospitales, es decir, en el campo de batalla, hay desesperación desde hace rato. “Hace dos meses”, me dice una enfermera del hospital de Lewisham, sudeste de Londres, “lloraba todos los días. Ahora aguanto. Cada día lo divido en mañana y tarde. Ahora estamos atravesando la mañana. Espero atravesar la tarde. Es la única manera de seguir. Pero no es sostenible”.
La indecisión de Boris
En teoría Boris Johnson tiene el poder necesario para actuar decisivamente. En la Cámara de los Comunes goza de una mayoría propia de 80 diputados que le ha permitido aprobar leyes sin necesidad de la oposición. Sin embargo la semana pasada la rebelión de unos 100 diputados contra las nuevas medidas anunciadas por Johnson lo obligó a contar con los votos de laboristas, liberal demócratas, nacionalistas escoceses y autonomistas galeses para conseguir la aprobación de un modesto endurecimiento de las restricciones que incluía el uso obligatorio del barbijo en el transporte público y un pase Covid para el ingreso a algunos locales. En especial esta última medida alborotó la bancada conservadora que tiene en su ADN un intransigente laissez faire que rechaza cualquier injerencia del estado sobre la libertad individual, aún en casos de Salud Pública.
Si se le suma a esta rebelión la derrota el jueves pasado en un distrito electoral que había sido conservador durante casi 200 años y que pasó a manos de los liberal demócratas con un “swing” (viraje) de votos del 34%, el espectro que ronda a Boris es el mismo que se ha cargado a varios primer ministros en el pasado, incluida a ese tótem conservador que fue Margaret Thatcher: ser destituidos por una rebelión de su propio partido.
Los escándalos que hace un mes rodean al gobierno tienen algo de barril sin fondo que va hundiendo en el fango a Johnson y los conservadores. Comenzó con la revelación de una posible reunión en 10 Downing Street mientras el resto del país estaba en cuarentena, siguió con una filmación filtrada a la prensa en la que el propio equipo de comunicación de Johnson se burlaba de las restricciones y ponía en duda si el primer ministro las respetaba y se entrelazó con los jugosos empleos extraparlamentarios en empresas de muchos de sus diputados: su último capítulo fue una foto del premier con su mujer y varios miembros de su personal bebiendo vino en los jardines de 10 Downing Street durante el primer confinamiento por coronavirus. Con toda esta mochila encima, a Johnson le cuesta desairar al ala ultralibertaria de su partido y su gabinete, pero no puede desconocer los informes que le acercan los asesores de salud de SAGE.
La realidad en estos casos suele imponerse. Johnson puede alegar que cumplió con su palabra de tener unas navidades “normales”, pero el aumento de los contagios es insostenible. En los medios británicos la apuesta es que el próximo lunes se anunciarán nuevas restricciones que cubrirán el año nuevo y Reyes. En algún momento se podrá cuantificar el impacto que este retraso tubo en el número de contagios, muertes y en la capacidad de absorción del NHS.