La experiencia de soledad cuir en la Navidad es idénticamente proporcional a la ficción de un padre bueno, blanco e irreprochable. La familia feliz de Coca Cola y las exigencias de estar a la altura de las circunstancias familiares parecen destinos obligatorios, ahora que la prescripción de la distancia social ya no está ahí para excusarse. El acecho de la muerte y finitud de quienes compartimos la vida y el malestar cis-hetero sexual parecen estupideces al lado de estos dos años donde la narrativa central era la devastación total de la vida en el planeta. Y pasamos de acciones rebeldes a acciones reaccionarias.
Nos encontramos en el péndulo. No el de Foucault, sino el de la historia, de meter la pija del abuelo abusador en la licuadora del daiquiri a brindar con Sidra Del Valle en silencio para no lastimar a mamá, porque la pandemia nos hizo poner en valor algo que habíamos perdido de vista. Pendular entre ser un crítico trans-feminista y aguafiestas, solitario, mala onda, incomprendido o ser cómplice de situaciones de mentiras, violencia o hipocresía son dos modalidades que no revierten el mismo sentimiento: la soledad cuir. Algunos llaman homosexoledad a esa experiencia de soledad extrema y marica. Homo-sexoledad sería la autocensura; la necesidad de morderse la lengua ante una mayoría cis y hetero que “te tolera”; esa permanente gestión emocional que uno hace para que no sea tan complicado atravesar ciertos momentos hipersensibles para el conjunto social. Podríamos cambiar el switch y quedarnos solo con la familia elegida, hacer odas a les amigues, a la elección libre de cortar con todo aquello que lastima y tomar distancia, pero cada año se renueva el dilema, el estrés y las dudas. Incluso las amistades y las familias. Discusiones morales sobre qué hacemos con el tío facho… hay literatura que enseña a gestionar estos conflictos: ir al baño a llorar sin armar escándalo, evitar discusiones que acarrean viejos problemas irresueltos. Gritar “¡Fuíra de acá!” y romper las copas, podría ser otra de las opciones que jamás figura. Pero antes de esas fantasías incendiarias vayamos por el camino de la tierra.
Hay gente sin copas de cristal, gente que lava las copas del restaurant, gente con los seres queridos muy lejos, gente que ni siquiera puede meditar ni pagar una terapia para tomar una decisión, gente que vive en la calle, hay madres en su casilla con la panza llena de mate cocido, hay viejas que no se animan a salir, hay borrachos empedernidos vomitando, gente que cuida de los perros asustados, hay gente en la guardia de los hospitales públicos, hay accidentades, hay putas en las esquinas, niñas, niños, niñes que saben hace mucho tiempo de las mentiras de Noel, porque antes tuvieron que salir a vender. ¿Quién tiene derecho a vivir las mentiras del capital? Tanto hay de pena en Navidad que casi todas las películas temáticas lo muestran, una carrera para no caer en la miseria sellada por el propio sistema. Esa decadencia navideña es parte del asunto, porque jamás se puede estar a la altura de una ilusión de otres. La paz, la reunión y la abundancia son los mensajes que se sostienen para reforzar, de algún modo, el conflicto, la soledad y la desigualdad. Los primeros tres funcionan como ideales regulativos inalcanzables que irremediablemente, por imposibilidad, se patentizan en sus opuestos. Nostalgia y melancolía, las emociones parientes.
En algunos territorios es momento de recogimiento devoto, calma y reflexión, en otras de irse a dormir sin más, pero en las urbes argentinas se trata de comer, chupar, hacer regalos y esperar la medianoche con la familia. Mi hipótesis es la siguiente: en la exigencia de disfrutar con la familia nuclear se confirma, como un látigo lacerado del Imperio Romano, la excesiva soledad y el desamparo existencial en el que vivimos. Perdón. Es un bajón. Pero estoy convencido de que un análisis marginal, nos puede dar algunas pistas. ¡Levante la mano quién no se ha sentido profundamente solo una Noche Buena con gente alrededor! ¡Porque no es Buena! Es justamente la emperatriz moral que sanciona desde una punta lo correcto y lo incorrecto.