La vida acuática
¿Por qué escapó, por qué se asustó? Unos cientos de metros mar adentro, desde los arcos de Mismaloya en Puerto Vallarta, hay un abismo, un precipicio. Los buceadores le tienen extremo respeto y cuidado si van a acercarse: ya han desaparecido varios en esa profundidad que parece infinita. El abismo puede ser categorizado dentro de la zona mesopelágica, donde la luz del sol comienza a ser muy escasa y los peces desarrollan bioluminiscencia. En febrero de 2020, antes de que la pandemia llegara a América, al menos de forma oficial, apareció en la playa de Puerto Vallarta un animal con cierto parecido a un delfín, pero sin ojos, con una dentadura intimidante, sin aletas; con algo de anguila. Estaba muerto. Escapó del abismo. Ascendió. Subió mil metros, solo, y vino a morir al sol que jamás había conocido ni imaginado. ¿Qué ocurrió debajo para espantarlo así? ¿Por qué sólo él llegó a la playa? ¿Acaso fue expulsado? ¿Lo que duerme en el abismo despertó y él quiso anunciarlo de alguna manera, aún a costa de su propia vida?
After Charlotte Moorman
En 1967, Charlotte Moorman fue presa por tocar el violloncello “parcialmente desnuda”, según las autoridades. Estaba ejecutando la Opera Sextronique de Nam June Paik, el músico coreano; Paik también fue detenido. Él tocaba el cello arrodillado frente a Charlotte. En consecuencia, echaron a Charlotte de la Orquesta Sinfónica de los Estados Unidos. En 1972 ejecutó una pieza llamada “Ice Music For London”, de Jim McWilliams, también desnuda; el cello estaba hecho de hielo y aunque mientras tocaba no sentía nada, porque el instrumento se derretía y ella estaba en placer pleno, al otro día descubrió que el hielo le había quemado la piel. “Estaba destruída”, contó. “Me quemaba, mi seno izquierdo estaba en llamas, sufría. Así que fui a la farmacia, pero no podía decirle que había estado tocando un cello de hielo, así que le dije ‘mi marido y yo quedamos atrapados en los Alpes, expuestos a la nieve muchas horas’”. Casi una premonición: Charlotte supo poco después que tenía cáncer de mama. Sobrevivió 13 años y siguió tocando, incluso después de una mastectomía. Cuando se estaba muriendo, en la cama de hospital, le dijo a su marido –y fue lo último que dijo--: “No tires nada”. Así sobrevivieron en su departamento de Manhattan el cello que hizo con televisores y el que diseñó con jeringas, un recuerdo tenebroso y exquisito de su enfermedad.
El Terror
Cuando El Terror apareció, todos recordaron al trailer con los 273 cadáveres que circuló por Guadalajara y aparcó en Tlajomulco. Al principio se creyó que era carne de cerdo la que se pudría y emanaba un olor insoportable. Pronto se supo que eran cuerpos muertos, la mayoría sin identificar e imposibles de ubicar en las morgues saturadas. Pero el caso de El Terror, aunque similar, es más extraño. El camión deja restos de fluidos a su paso y las bolsas de basura, llenas, se acomodan sobre el techo e incluso sobre la cabina. Sólo transita de noche y su peste provoca el asco más visceral: el olor permanece suspendido durante horas en el ambiente. Los vecinos denuncian; quieren saber si carga con muertos y si esos muertos pueden ser sus familiares. O quiénes son, sencillamente. Las autoridades dicen que tan sólo se trata de un camión de basura que transporta residuos especiales, patológicos y tóxicos. El camión, sin embargo, no parece seguir ninguna medida de seguridad que sustente esta afirmación. Es un vehículo común y corriente con la particularidad de que huele a muerto. Algunos vecinos aseguran que jamás vieron al conductor, si es que lo tiene.
Sombra
El rumor decía que iban a rebelarse los espejos. Que dejarían de reflejarnos, es decir, que ya no reproducirían nuestros movimientos, ni nuestros gestos. El reflejo nos sacaría la lengua, cerraría los ojos cuando nosotros los abríamos, nos mostrarían la nuca en vez de la nariz. Y hasta podría aparecer una cara totalmente distinta a la nuestra en el espejo, para volvernos locos. Pero eso nunca sucedió y la desobediencia fue más sutil. Fueron las sombras quienes dejaron de reproducir nuestros movimientos. En muchos casos se atrasaban de modo que uno podía caminar varias cuadras sin su sombra, que se quedaba en alguna pared moviendo los brazos, haciendo una extraña danza de liberación. Por lo general las sombras permanecían cerca pero todos sus movimientos eran distintos, como si tuvieran vida y decisiones propias. No eran peligrosas: mantenían su condición de apéndice del cuerpo, aunque se temía una rebelión total de sombras y ahora el rumor era que, tarde o temprano, iban a adquirir volumen y entonces serían imparables como un ejército de dobles oscuros.
Motel Fetish
Las bailarinas del “Lucky Devil”, en Portland, se desesperaron cuando el strip club cerró el 16 de marzo de 2020: orden de cuarentena. Ellas no cobran un sueldo: dependen de propinas. Y no pueden aplicar al seguro de desempleo del Estado porque su servicio está excluido: no se otorga a los “espectáculos en vivo de naturaleza sexual”. El dueño, entonces, transformó la cocina del local en delivery y take-away pero, para que las chicas sostengan sus trabajos, las convirtió a ellas en repartidoras, con show adicional para los automovilistas que pasaban a buscar la comida. Si hay mucha gente, los hambrientos pueden quedarse durante una canción entera. Si el local no está muy concurrido, pueden permanecer más tiempo. El servicio del drive-through se llama “Food 2 Go-Go,” y cuesta 30 dólares; el club tiene protocolos sanitarios que incluyen máscaras, guantes y chequeos de temperatura. Medias de red, botas hasta la rodilla, cuero sobre la cara, antifaces protectores. Después del show las chicas del “Lucky Devil” se relajan, se sacan la ropa y se arrancan de los pezones las cruces de cinta negra que usan para evitar estar completamente desnudas en público, lo que las llevaría a incumplir alguna (otra) norma.
El año de la rata fue editado por Libros del Zorro Rojo y por Ediciones Alboroto para México.