La Sherezade del siglo XXI es una argentina joven, radicada en Estados Unidos. “Algoritmos aplicados a la emoción. Herencia, supongo, del siglo diecinueve, pero no importa. Yo quiero esto. Vos lo ofrecés. Entonces, se produce el intercambio”, le dice Julia a Juan (o “Juani”, como lo llama ella), otro argentino con el que coincide primero en una plataforma virtual de citas llamada Silver, después en un extravagante bar en Chicago y, finalmente, en la casona antigua de Julia en Evanston. Pero el cuerpo de Juan, “alienado de virtualidad”, es incapaz de “pasar al acto”. En Satisfaction (Tusquets), Pablo Ottonello vuelve a un núcleo intenso de temas que constituyen su obsesión literaria: el mirar y ser mirado, el escrutinio de sortear la burocracia de la seducción para alcanzar cierta intimidad, el dinero como trampa o prisión, las carreras gerenciales (“la casta excrementicia”) y la paranoia contemporánea. En un guiño hacia la canción de los Rolling Stones, el escritor despliega una novela que logra conciliar dos conceptos que suelen aparecer como enfrentados: provocación y levedad.
“La tecnología modifica los vínculos y los comportamientos”, subraya Ottonello (Buenos Aires, 1983), guionista y crítico literario que está cursando estudios doctorales en la Universidad de Chicago, con una tesis sobre diarios de escritores, y que ha publicado Quiero ser artista, El verano de los peces muertos, Veteranos de la guerra del día, El vello álmico y La breve luz de nuestros días.
-Un planteo que hace uno de los personajes en la novela es el abismo que hay entre el mundo digital y el mundo real; en el mundo digital se puede falsearlo todo, pero el cuerpo es demasiado real. ¿El cuerpo no admite la ficción?
-Sí, el cuerpo no miente, estoy de acuerdo. Cuando escribí la novela no usaba plataformas de citas, ni siquiera entré a ver cómo funcionaban. Me las armé cuatro años después y ahí confirmé muchas intuiciones que tenía. Facebook también es un lugar donde hay mucha tristeza escondida, porque lo que se muestra es “me reproduzco: tengo cuatro hijos”, “tengo un campo”, “tengo amigos, soy popular”; en las plataformas de citas es “soy apto para la vida sexual”. En el fondo, se trata de encajar en lo que significa el “éxito”, que para mí es un gran tema y lo vengo laburando en muchas novelas. Me interesa escribir sobre el dinero, sobre el lujo, sobre el éxito. Y me gusta pegarles a los gerentes, que son los grandes protagonistas de cierto momento de la cultura y también de la política. Ese mundo es un poco vacío y yo vengo de ahí; estudié en una escuela donde todos terminaron siendo gerentes y en vez de hacer doctorados en literatura amasaron fortunas. O han heredado fortunas. Me parece que está bueno hacer literatura con eso. Mis amigos se quejan y dicen que estoy resentido de mi origen cheto. No, no estoy resentido, lo uso para escribir. Yo quería provocar con esta novela, no sé si me salió. Los personajes quieren esconder que se mueren por el dinero. Claro que también quisiera vender tres millones de libros y que se haga una serie con la novela.
-Juan cambia su manera de comportarse cuando cree que Julia es la dueña del lugar donde se citaron y que tiene mucho dinero, ¿no?
-Aunque diga que la plata no lo mueve, él es un gerente medio que está contento porque se compró un velero. Pero Julia, que es rica, le dice que se compró un velero pero tomó deuda y va a trabajar veinte años para pagar el puto velero. La economía gringa está organizada alrededor de las deudas, y la clase media consume más y tiene más acceso al crédito. Pero no tienen seguro médico. Estados Unidos es un país muy ambiguo. Yo viví en Chicago, una ciudad muy gringa, y viajé mucho por Wisconsin y Michigan, la parte no progre de un país muy potente. Quiero jugar en todas las ligas cuando escribo.
-¿Y qué no negociás en cualquier liga?
-Mi prosa: yo voy a ser dueño de mi estilo. Un amigo escritor, profesor en una universidad yanqui, me dijo de Satisfaction: “esto es para leer en la playa”. ¿Cómo para leer en la playa? ¡Es un Ottonello; no es para leer en la playa! (risas). Busqué a Manuel Puig y a David Foster Wallace como referentes; les robé a ambos. Tengo treinta novelas inéditas, pero no puedo publicar más de una al año porque no te las sacan. En Satisfaction me gustaba la idea de que el protagonista tuviera guita y problemas; los ricos también sufren. Y traté de apropiarme de la jerga del marketing: los objetivos, el target, el cash flow... Nosotros somos los que hablamos. Y si un escritor o escritora tiene un rol, no es cuidar la pureza del lenguaje sino todo lo contrario; que no sean los gerentes de recursos humanos los que nos digan cómo tenemos que hablar.
-¿Por qué Juan es tan machirulo?
-Yo soy un hombre blanco, heterosexual, con privilegios, fui a un colegio privado, careta, tuve la posibilidad de estudiar. No me hice de abajo, no me costó. ¿Cómo podés escribir desde el privilegio, sin escribir mal? ¿Los hombres podemos intervenir en la discusión (del feminismo)? Lo que se me ocurrió es escribir sobre un personaje que todavía está muy metido en el discurso machista. Cambiar los modos de pensar lleva tiempo; mostrar un machirulo y mostrar que es medio tarado, que quiere ser progre pero no lo es... Como escritor, lo más honesto que puedo hacer es mostrar que el machismo no es una cosa que te sacás de encima en dos días.
-¿Cómo explicás que Juan fracasa cuando intenta parecer feminista?
-Las poses discursivas no duran. A mí me pegó, porque me dedico a escribir y a leer, cuando leí a Virginia Woolf, María Moreno, Sylvia Molloy... ¿Por qué hace un tiempo todos mis referentes eran tipos? Mi directora de tesis es una crítica queer potente (Agnes Lugo-Ortiz) que no me deja pasar una. Ella es la deconstrucción. Juan es el típico personaje que dice que está deconstruido y no está nada deconstruido. El feminismo no es un ornamento discursivo o ponerte un pañuelo, es que pienses y actués de un modo distinto. Soy un escritor que me pregunto desde dónde puedo intervenir en esta conversación. Cuando uno desactiva cierto pensamiento arcaico, se desactiva todo por el lado de la esclavitud, de lo poscolonial, de lo que es la literatura. La teoría queer desestructura un modo de concebir la humanidad. En la novela, Juan tiene una disfunción eréctil; el episodio más grande de la novela es que no se le paró y lo vive como un drama. Quizá sea una alegoría sobre los que nos pasa a los escritores varones hoy... Quizás este sea un momento de disfunción.
-¿Con qué diarios de escritores estás trabajando para tu tesis doctoral?
-Con los diarios de Alejandra Pizarnik, Julio Ramón Ribeyro, Ricardo Piglia y Mario Levrero. La vida de los escritores me interesa, yo tengo un diario hace un montón, escribo más o menos unas mil páginas al año. El diario es como el gimnasio de la literatura.