Jerry Seinfeld dijo una vez que su amigo y colega Larry David era la gran prueba de que uno viene al mundo y simplemente “es lo que es”. Porque él, a pesar de haber pasado de vendedor de diarios en el subte de Nueva York a hombre rico y famoso con una mansión en Los Angeles, seguía siendo el mismo cascarrabias, insoportable e irascible de siempre. Un poco sobre eso va Curb Your Enthusiasm, la personalísima serie semi autobiográfica que Larry David creó hace 20 años y que se puede ver por HBO. No sobre esa máxima absurda de que los ricos y famosos también sufren. Para nada. Sino sobre que, para un neurótico, un pesimista, un quejica, no importa cuán bien vayan las cosas en la vida, siempre es posible desconfiar, anticipar el desastre en las cosas pequeñas, hacer una épica absurda de los asuntos más mundanos.
Jerry Seinfeld y Larry David son los grandes misántropos de la televisión. Juntos crearon Seinfeld en los años 90’, el mega éxito que reinventó radicalmente el formato sitcom. La serie “sobre nada”, que era en realidad una serie de observaciones milimétricas sobre la vida de cuatro amigos neoyorkinos incapaces de comprometerse con ninguna cosa, de triunfar en nada, siempre reptando en un hedonismo histérico y divertidísimo. En la serie, que Jerry protagonizaba y David guionaba, su alter ego correspondía al personaje de George Costanza, interpretado por Jason Alexander, un treintañero pusilánime, con calvicie prematura, cuya prometida moría intoxicada con el pegamento de las invitaciones de su propia boda y él decía simplemente: bueno, viejo, así es la vida.
Por eso, quizás, algunos antiguos fans se sorprenderían si supieran que en la vida real Jerry Seinfeld se hizo vegano, o que Larry David estuvo casado 15 años con una activista ambientalista, que vive con un cachorrito llamado Bernie Sanders y que odia tanto a Trump que le grita a la televisión. “A veces me encuentro gritándole al aire como cuando veía a las parejas felices, antes de Seinfeld, en Nueva York”, dijo en una entrevista. Pero todo esto tiene una muy buena explicación. Su ética de vida quedó plasmada en una de las máximas de la flamante onceava entrega de Curb Your Enthusiasm, la serie de Larry que hoy mismo tiene su gran final de temporada por HBO: “Odio a las personas, pero amo a la humanidad”.
Larry David se retiró después de la séptima temporada de Seinfeld porque no podía lidiar con el estrés y la indignación que le provocaba el trabajo en equipo de esos guiones tan estrictos, preparados para el punch-line y las risas grabadas. Curb Your Enthusiasm, que significa algo así como: no te entusiasmes tanto, es una empresa un poco más libre, donde la improvisación tiene un lugar protagónico y donde todavía se puede ver, ocasionalmente, a Larry y sus amigos estallar de risa espontáneamente frente a la cámara. Es cierto que no existiría Curb sin Seinfeld, por supuesto, pero de alguna manera, el cambio le permitió a David descontracturar el formato que él mismo creó, dándole una continuidad tan lógica como superadora. Durante sus 11 temporadas, con intervalos caprichosos de años, por ella han desfilado algunos sexagenarios fijos, sus amigos de siempre: Jeff Garlin, Richard Lewis, Ted Danson o Albert Brooks, pero también hay apariciones extraordinarias como la de Michael J. Fox -que tan elocuentemente le dijo: “yo tengo una enfermedad en el cerebro, tu tienes una enfermedad en la mente”-, o Seth Rogen, o John Hamm, el galán de Mad Men. Y para quienes se preguntaban si Seinfeld algún día iba a tener un revival. Bueno, ya lo hicieron, y de la mejor manera posible: la temporada 7 completa de Curb Your Enthusiasm es el regreso de Seinfeld, sin ninguna pirotécnica extra.
Larry David es capaz de decirle a un tetrapléjico que no puede entrar a un baño sin el logo de discapacidad, o de asegurarle a un judío ortodoxo que Dios no existe, y que lo puede confirmar porque él es pelado, o de cortarle el teléfono a su esposa (cuando lo llama, para despedirse, desde un avión a punto de estrellarse), porque está ocupado atendiendo al tipo del cable. Por todo esto, usualmente se repite que el comediante logró hacer su picante serie “a pesar de los tiempos que corren”. Es decir, tiempos de eso que algunos llaman, un poco perezosamente, “la corrección política''. Y sin embargo, no parece que estos tiempos sean un pesar para su comedia, sino un caldo de cultivo perfecto: ésta era la época ideal para Larry David, su hábitat natural. “El tiempo cambia, él sigue igual”, dice el slogan de la nueva temporada. “Todos tenemos buenos y malos pensamientos. Pero esta es la cosa: lo bueno no es divertido, lo malo es divertido”, dice él.
Ahora, Larry David tiene 74 años, cosa difícil de creer al verlo con su ropa jovial (buzo con capucha, pantalón beige y zapas blancas, por la que Seinfeld lo bautizó como “el comunista del Upper West Side”), y también por su esbeltisima figura (el secreto, confesó él: simplemente no le gusta la comida). En esta temporada pandémica, por primera vez, se ofrece cierto devaneo sobre la muerte y la vejez, e incluso, sobre la continuidad de la misma serie. Y aunque Cheryl Hines, que interpreta a su ex esposa dijera “Apuesto a que Larry se siente en el cielo. Ha intentando distanciarse socialmente hace años”, él se pasó la cuarentena plácidamente con su perro Bernie Sanders y su hija Cazzie. Y en la ficción, nuevamente, con su amigo Leon Black (J.B Smoove, o el hombre más gracioso del mundo), un afroamericano que llegó a vivir asu casa como refugiado del Huracán Edna en la temporada 6, se quedó para siempre y en esta entrega particularmente deslumbra.
Bueno, viendo la serie, la verdad es imposible no conectarse alegremente con cierta miseria que uno lleva dentro, que según David parece ser más bien una perplejidad y una incomprensión absoluta de las convenciones del mundo. No odia particularmente a ningún miembro de la sociedad, es un personaje imposible de cancelar. Larry David odia las filas, las cenas, los malos cortes de pelo, la autocompasión, las elecciones municipales, los scons blandos, los gérmenes, los acaparadores, y todo ese entramado absurdo que ha creado la sociedad en su conjunto y al que hay que adherir por resignación. “Bueno, es verdad que soy un idiota, eso es lo que soy”, reconoce él “Es decir: soy como todos los demás”.