Hay un rincón de Rosario donde Javier Núñez ambienta una de las conversaciones de su segunda novela, Después del fuego: uno de esos nudos atípicos y singulares en la trama del ejido urbano que son el tema de su nuevo libro, Postales de un mapa imposible, que con ilustraciones de Jorgelina Giménez acaba de publicar en edición de lujo el sello local Listo Calisto. El lugar en cuestión queda cerca de la llamada "canchita de los ciegos" que antes fue un cementerio, en uno de los bordes entre el Parque Independencia y la zona residencial que se extiende al este de los altos eucaliptus. Uno de esos árboles gigantes integra el paisaje; para precisarlo con exactitud tendría que deambular hasta dar con el lugar del recuerdo. Sí, del recuerdo. La experiencia de lectura de las ficciones de Núñez se inscribe en la vida urbana misma, extraño milagro que sólo sucede si quien lee es un o una paseante o habitante de las mismas calles que con alucinatoria precisión el autor reconstruye en sus emotivos relatos. El mapa se arma en el recorrido y no hay manera de que preexista a la experiencia, de que circule en abstracto. No recuerdo qué pasaba al pie de ese gran árbol en la segunda novela de Javier, publicada por Le Pecore Nere en 2017; sí que era algo importante y profundo. Y esa hondura de sentimiento me alcanza cada vez que por ventura doy con ese sitio, y el sentir se amplifica si la hora (de tarde, de tarde dorada, tan fugaz como eterna) coincide con la que le imaginé a ese capítulo.

Javier Núñez (Rosario, 1976) colabora en la sección Contratapa de Rosario/12 desde un tiempo inmemorial. Su primera novela, La doble ausencia, inspirada en la historia real de un libro casi desaparecido de la editorial rosarina Biblioteca Vigil, obtuvo prestigiosos reconocimientos tanto en el exterior como en su ciudad. Es autor también de un libro de crónicas y de dos libros de cuentos. Lector voraz, tallerista literario, en Postales de un mapa imposible redobla la apuesta de una tradición local que desde Facundo Marull y Marcos Lenzoni a esta parte, pero también desde antes, escribe literariamente las calles. Núñez rescata en una de sus estampas una novela de 1901, cuyo autor no menciona, y uno de cuyos personajes alienta en otro la ilusión de ver salir a la chica de sus sueños por la puerta de la tienda La Favorita. Es a una cuadra de aquella esquina "emblemática" (dirían las guías de turismo) que otro autor de Rosario citado en el libro, Elvio Gandolfo, ambienta su cuento fantástico "El rorcual". Martín Prieto, otro de los poetas citados, fue coautor con Nora Avaro en 2004 de un proyecto de la Editorial Municipal de Rosario, la "guía literaria" Rosario ilustrada: un mapa compuesto con 80 fragmentos de poemas, novelas, cuentos, crónicas y relatos de viaje por diversos autores. Jorge Riestra, uno de ellos, hizo de un billar local un universo literario en su saga que abarca Salón de billares y El el taco de ébano. La idea de que una ciudad alberga la cartografía emocional de sus habitantes ya estaba en el tango, en Joyce, en un verso de Borges ("Y la ciudad, ahora, es como un plano...") y en tantos proyectos literarios de la generación de Núñez, en uno de los cuales también se cuela el recuerdo de la inverosímil cascada artificial de la barranca del Parque Urquiza. Y por supuesto en toda la obra de J. J. Saer, que es de acá nomás.

Pero lo que a casi nadie se le había ocurrido era esto: que lo literario situado prescinda tranquilamente de la ficción y se quede (como dijo alguna vez Daniel Link en su blog a propósito del blog en general) con "lo novelesco sin la novela". Esta drástica reducción reaviva el género menor de la estampa. Estampa es menos que crónica; prescinde de la narratividad. Es un género indicial, es una manera literaria de señalar que algo está ahí. El "casi" al comienzo de este párrafo remite al libro experimental 40 esquinas de Rosario (2014), de Matías Piccolo, Ernesto Inouye, Agustín Alzari y Bernardo Orge, ¿antecedente de este? O no, dada su objetivista parquedad, muy lejos de la seductora melancolía de Núñez. La calle es lo que sostiene a varios de los personajes de La doble ausencia y los abaraja en su caída libre para que no mueran del todo de pena; las esquinas, en ciertos pasajes confesionales de este nuevo libro, arrojan a autor y lector al vértigo sentimental de la remembranza, develando así el espesor de una memoria que es al mismo tiempo individual y colectiva, sostenida en recorridos reales o mentales por la urbe que durante largos meses nos fue escamoteada, y quizá de allí venga la intensidad de ese ejercicio.  

En un mundo globalizado y virtual de pura actualidad y olvido, Núñez descorre una y otra vez el velo de la imagen del presente para contar lo que había, la ciudad invisible bajo la ruina o refacción no percibida como tal. Antes había ahí una cortada angosta, un bar, un joven, una novia, un niño. Ahora hay un gesto arqueológico, una reescritura del tiempo perdido que convierte a los mejores textos del libro en obritas maestras breves de realismo fantástico a lo Cortázar, como una escena de la película Interstellar pero acá nomás, en Jujuy y Balcarce: "Me pregunto si probaré el picaporte y lo encontraré abierto y veré, avanzando por el pasillo... a un chico que me recuerde a mí" ("Pasillos"). "Uno traza sus propias cartografías de la ciudad donde ha crecido", escribe Núñez, y también: "A veces echo a andar por esas geografías intangibles que conforman el mapa de las ciudades múltiples y superpuestas en las que conviven los hombres que supe ser. Voy atento a las melodías que suenan en algún rincón y también a los callejones de silencio. La memoria y el olvido son dos caras de un mismo elepé que no deja de girar". El libro fue escrito e ilustrado con dos becas Creación del Fondo Nacional de las Artes en 2019.