Desde París
¿Puede el charlatanismo revestirse de la legitimidad de una plataforma política? La respuesta es sí. Basta con mirar la precampaña electoral francesa que avanza hacia las elecciones presidenciales de 2022 para ver, no creer y luego admitir, con ese estoicismo de lo inevitable, que el charlatanismo ejerce una atracción arrolladora. La promesa imposible de un retorno a las épocas doradas del pleno empleo y la carrera retórica hacia la recuperación del paraíso perdido han ido contaminando los debates y las conciencias. Dentro de poco van a hacer campaña electoral cantando tangos. Puede que aparezca un suspiro del bandoneón de Aníbal Troilo y la voz del polaco Goyeneche diciendo, ”ya nunca me verás como ve vieras…. ” Y “todo ha muerto ya lo sé”.
Viciado por las retóricas de las extremas derechas, el tema electoral subyacente se ha vuelto el pasado y la salvación de Francia con la consigna de que “todo tiempo pasado fue mejor”, sobre todo los años anteriores a la llegada de los inmigrantes musulmanes. Esas manos migrantes construyeron el país presente, sus rutas, sus edificios, sus puentes, cultivaron las tierras y ocuparon los puestos que ningún blanco aceptaba ocupar. Pero antes era mejor. Lo de ahora, dicen, no es migración sino una “sustitución”. Una encuesta de opinión realizada por CSA revela que 65% de los franceses piensan que su país está en pleno ocaso.
La idea del Pinocho mayor que fue Donald Trump y la de quienes, con ese cuento, promovieron el Brexit en Gran Bretaña permanece vigente, tanto más expansiva cuanto que tiene un aliado incontrolable en las redes sociales. Algunos candidatos presidenciales, en particular el ultraderechista Eric Zemmour, hurgan las redes para propagar las frecuencias más altas que circulan.
Todo vale y todo se puede llegar a convertir en verosímil, incluso lo más irreverente. A la excandidata del partido demócrata de Estados Unidos, Hillary Clinton, le tocó el famoso “pizzagate”. Se trató de una teoría conspirativa que denunciaba la existencia de una red pedófila dirigida por el entorno de Clinton cuyo centro de operaciones se encontraba en los subsuelos de una pizzería de Washington. Al presidente francés, Emmanuel Macron, le cayeron unas cuantas. La última teoría difundida a través de los circuitos de la extrema derecha –herencia de Donald Trump-- alega que su esposa, Brigitte Macron, es en realidad un hombre llamado Jean-Michel Trogneux y que luego cambió de sexo y de nombre.
El "crepúsculo" de Francia
Resulta increíble creer que la gente crea en esas cosas, pero muchos las aceptan con una fe providencial. La misma convicción del crepúsculo de Francia lleva años atormentando a una franja mayoritaria de la sociedad (65%), porcentaje que, si se lo observa según las opciones de voto, es abrumador entre los electores de la derecha: 78% entre quienes votan a la derecha de Los Republicanos, 80% la extrema derecha y 39% de quienes adhieren a la candidatura y al movimiento de Macron, La República en Marcha. Los electores asocian la supuesta decadencia francesa con la inmigración.
En ese amplio hueco de pesadumbres por lo que fue y ya no sería se escurre un candidato como el ultraderechista Zemmour. El portavoz de la nostalgia, del pasado, de la desaparición de Francia, de la sustitución del país por los inmigrados musulmanes y del fin de un pasado grandioso cosechó en tierras labradas por otros sectores de la extrema derecha. Su narrativa electoral es un tango lastimoso que remite obsesivamente a tiempos marchitos. La sociedad parece encerrada en dos sentimientos: el pesimismo social –toda transformación colectiva del presente es imposible), y el pesimismo cultural --malestar y sensación de ocaso, de pérdida, de dilución.
La izquierda ofrece caos y desorden
Los partidos de la izquierda que supieron durante tantas décadas representar el progreso y la transformación social no son un tango sino un Rap destructor. En plena precampaña han reservado sus energías no a iluminar sino a apagar esa perspectiva poniendo, en lugar de ideas y horizontes, la nefasta escenografía de una guerra pública entre sus corrientes y las personalidades que la componen. Ofrecen caos y desorden y ello acentúa la sensación de que el único lugar seguro que persiste es el pasado.
Antoine Briestielle (director del Observatorio Opinión en la fundación Jean Jaurés) y Tristan Guerra (especialista en sociología política) publicaron un estudio sobre esa tendencia a pensar todo como un presente fracasado y la influencia de ese sentimiento en las elecciones. Los autores escriben: “la radicalización de una parte de la opinión pública francesa, así como la existencia de ofertas políticas que alimentan y responden a ese sentimiento de malestar social, cuentan con el potencial de favorecer las candidaturas que se meten en esa brecha”.
El charlatanismo crepuscular es una filosofía fructuosa que dirige la culpa hacia la inmigración y sigue contribuyendo a que las sociedades sigan siendo reemplazadas, no ya por una supuesta invasión de extranjeros sino por las oligarquías tecnológicas y su voluntad imperial de apoderarse de la cultura, los territorios, la forma de comunicar, de pensar, de escribir o hacer cine.