El bimonetarismo es un problema estructural de la economía argentina que la diferencia de otras economías latinoamericanas. A su vez, es un problema del cual se habla poco. El bimonetarismo hace que las crisis argentinas tengan un componente endógeno que multiplica los efectos del ciclo global, como sucedió en los años 2001 y 2018/19. El bimonetarismo no tiene ideología, puede destruir gobiernos neoliberales o gobiernos populares por igual, aunque éstos tengan un mejor entendimiento del asunto y pueden limitar sus efectos. 

Cuando el bimonetarismo aparece en escena es porque su presencia se hizo inocultable, como en los casos del “corralito” o del “cepo” a la compra de dólares. En tiempos normales, el concepto aparece a través de distintos indicadores criollos cuya relevancia solo se explica por ese fenómeno que pocos quieren ver. Es el caso del cálculo de reservas netas, líquidas o brutas: la diferencia entre éstas no sería relevante si no fuera por los abultados depósitos en dólares de los argentinos, que a fin y al cabo es la cara más linda del monstruo.

A 20 años del 2001, muchos todavía no entendieron que el principal problema de la implosión de la Convertibilidad fue la creación de dólares sin respaldo de parte de los bancos locales, al prestar los depósitos en dólares.

En efecto, la creación monetaria tiene dos orígenes: el déficit fiscal (sin déficit no habría billetes) y los préstamos bancarios que de hecho multiplican los depósitos, ya que de un depósito se genera otro depósito sobre la base del crédito otorgado. De esa forma, si un depositante saca su dinero del banco en términos sistémicos no tiene incidencia. Pero si todos los depositantes sacan su dinero, entonces el banco no podrá responder, ya que el dinero depositado ya no está: fue prestado. El papel del Banco Central es paliar esos descalces con impresión de dinero, modificación de la tasa de interés y con el uso de herramientas para salvar los depósitos en moneda local de los ahorristas.

El 2001

El problema de la convertibilidad –y de cualquier tipo de dolarización- es la creación de dólares bancarios, al prestar los depósitos en dólares de los ahorristas. En 2001 se había llegado a un punto en el cual la totalidad de los depósitos estaban prestados, y ante un Banco Central sin reservas, la salida de depósitos en dólares amenazaba con destruir el sistema bancario, que no podía reponer el dinero prestado. 

El gobierno adoptó como solución limitar los retiros de dinero en pesos para evitar su dolarización, que reducía aún más las reservas del BCRA. El llamado “corralito” desencadenó una sequía de efectivo que destruyó la economía informal. De esa forma, se unificó la crisis cambiaria con la crisis bancaria y la crisis social que estalló en los días 19 y 20 de diciembre de 2001.

En 2002 se limitó el préstamo de los dólares depositados de forma que no se pusiera en riesgo el sistema. Desde entonces, solo el 10 por ciento de los depósitos en dólares son prestados, de forma que los riesgos de “corralito” son nulos, a pesar de rumores que suelen volver en distintos gobiernos. A lo sumo, los retiros de efectivo se vuelven un costo y un dolor de cabeza para el banco, por la logística que implica. Además, habría que preguntarse por los efectos negativos, tanto para el banco como para la sociedad, de la acumulación de dinero que no puede prestar.

La otra novedad que surgió de esa crisis es el enfoque del Mercado Único y Libre de Cambio (MULC) como registro de entrada y salida de divisas, que resulta más relevante para muchas cosas que la balanza de pagos. Mientras el MULC calcula los dólares que efectivamente entran y salen de las arcas del Banco Central, la Balanza de Pagos tiene principios más ligados a lo conceptual de acuerdo a una consistencia a nivel internacional. Uno de los indicadores más seguidos del MULC es la Formación de Activos Externos (FAE) que es la compra de dólares de los argentinos, y que promedia entre 20 y 25 mil millones de dólares anuales en ausencia de cepo, equivalente al 30 por ciento de las exportaciones. Ese registro es único en el mundo, de la misma manera que el cálculo de “reservas netas”.

El "cepo"

El cálculo de la FAE muestra que la acumulación de dólares no es solo un fenómeno ligado al gran capital, algo que en el capitalismo de hoy es bastante generalizado, como lo muestran las distintas filtraciones de los Panamá Papers y Pandora Papers. En el caso local, más de 7 mil millones de dólares anuales se van a manos de las Pymes y de la clase media ahorrista. Si no se entiende la importancia de ese segmento de compradores de dólares, no se puede comprender al “cepo” como política pública que surgió a partir de 2011.

La bonanza de divisas que siguió a la salida de la Convertibilidad dejó la cuestión sin resolverse, dejando que los argentinos compren dólares a mansalva hasta 2011. ¿Por qué hubo que esperar hasta 2011?

Desde entonces se da un fuerte debate sobre el “cepo”. Sus consecuencias conocidas son varias, entre las cuales se destaca la generación de un tipo de cambio paralelo por el cual se evacua la demanda de dólares. Las dificultades macroeconómicas que se generan son parte de las conversaciones del Gobierno ante el FMI, mientras que en términos sectoriales algunas ramas de la economía conocen severas restricciones, como el sector inmobiliario, o enormes incentivos para “jugar” con los distintos tipos de cambio, como los exportadores de servicios.

¿El cepo se puede resolver con incentivos de mercado como las tasas de interés? El ejemplo del macrismo enseña que nada de esto tiene efectividad, incluso tratándose de gobiernos afines a los mercados. Al levantar el cepo y haber subido la tasa de interés en diciembre 2015, la salida de capitales fue constante y solo se pudo contener en 2016 con un blanqueo importante que fue un alivio de corto plazo ante una situación que ya se volvía preocupante.

Una de las aristas de la problemática del bimonetarismo es que existe una configuración institucional que facilita la compra de dólares: en primer lugar la fácil obtención de una caja de ahorro en dólares. De hecho, el principal problema del IFE en relación al dólar durante 2020 no era el negocio que se había armado al respecto, sino que ese negocio fuera facilitado por la apertura automática de cajas de ahorro en dólares a todos los que abrían cuenta bancaria.

Por otra parte, se ha insistido en combatir las ganancias extraordinarias de las finanzas a través de un impuesto a la renta financiera en pesos, lo cual es loable. Pero si bien se puede considerar que la financiarización del capital es un problema de importancia, el tamaño de ese mercado lo hace secundario respecto del problema del bimonetarismo. Asimismo, el impuesto a la renta financiera en pesos puede tener efectos contrarios a los deseados, empujando al ahorrista a dirigirse hacia el dólar. Ese fenómeno se vio reforzado por las sucesivas rupturas de contratos en los mercados financieros locales, siendo el último episodio el reperfilamiento de 2019.

Tal vez lo más llamativo de la economía bimonetaria es que los impuestos existentes sobre las actividades en pesos, incluso las financieras, contrastan con la ausencia total de impuestos sobre las cajas de ahorro en dólares y las cajas de seguridad, agregándole incentivos institucionales a ahorrar en dólares. En un país donde escasean las cajas de seguridad pero sobran los pobres, sería tiempo de que el Gobierno tome decisiones al respecto, teniendo en cuenta que impuestos de ese estilo no afectan las reservas netas o la seguridad jurídica, ya que son dólares que ya están fuera del sistema económico argentino y difícilmente se conviertan en inversión productiva.

*Coordinador del Departamento de Economía Política del CCC