La denuncia de Thelma Fardín a Juan Darthés destapó, en 2018, una olla de abusos sexuales. Que una mujer se haya atrevido a hablar públicamente de la violación que sufrió por parte de un hombre que tenía mucho más poder que ella, y que contaba con el aval de toda una sociedad que lo leía como un respetable padre de familia, fue la mecha que hizo explotar la bomba. Pero este caldo ya se venía cociendo desde mucho antes: solo faltaba este acto para que cientos de otras mujeres se pregunten: “Si ella pudo, ¿por qué yo no?”. Y aunque Thelma fue acusada de haber manchado la reputación de un actor intachable, además de ser perseguida y hostigada en las redes y en el prime-time hasta el día de hoy, muchas otras siguieron de a miles detrás de ella no solo a contenerla y acompañarla, sino también a contar sus propios relatos.

El 2018 fue un año bisagra en el feminismo local, no solo por la masividad y organización que cobró este movimiento, cada vez más transversal y articulado, sino también por la ola de escraches que dejó como saldo. Como si fuese un efecto dominó, los abusadores fueron cayendo en todos los ámbitos: desde las universidades hasta los medios de comunicación y los espacios de militancia; en las familias y en los círculos de amistad; en el ambiente cultural, el estatal y privado.

El caudal de escraches llegó, como era de esperar, a los colegios secundarios, abriendo su propia caja de Pandora: ¿cómo les pibxs autogestionaron estas situaciones con las pocas herramientas que tenían, y con un escasísimo contenido de ESI en sus currículas? ¿Qué ocurría cuando las denuncias eran entre pares y, sobre todo, entre menores de edad que aún estaban formando su subjetividad? ¿Qué pasaba cuando un adolescente se configuraba como abusador? ¿Pudieron las instituciones educativas atajar estos reclamos? A casi tres años de esta explosión y con una pandemia de por medio, las estudiantes secundarias Victoria Liascovich, Trinidad Villafañe y Maica Colantoni, además de la docente Celeste McDougall, reflexionan al respecto sobre cómo esta oleada impactó en sus distintos espacios de formación.

Contra el miedo a la clausura social

Maica Colantoni tiene 16 años y es presidenta del centro de estudiantes del colegio Esnaola, en CABA, y recuerda que en su colegio hubo múltiples situaciones de escraches, sobre todo en el 2018.

¿Qué reflexión podes hacer sobre los escraches como herramienta de transformación? ¿Creés que ayudaron a modificar conductas problemáticas, o generaron un efecto contrario?

Desde el 2018 varies pibxs llegamos a esta conclusión: que nacieron como una falta de las instituciones, falta de ESI, falta de encuentro y espacios para hablar. Nosotros aprendemos a vincularnos y aprendemos de los adultos. Y, con nuestro crecimiento y el de la ola feminista, nos dimos cuenta de en esas enseñanzas había varias fallas, entonces empezamos a reconocer situaciones de abuso entre pares. Surgía entonces esto: el querer sacarnos de encima lo que nos hacía mal y nadie sabía como lidiar con esa pelota de mierda. Entonces, se terminaba corriendo a hacer la situación pública para que el pibe se de cuenta, y fue algo contraproducente, porque ellos dejaron de militar por miedo a la clausura social, a perder amistades, a que los dejen de invitar a espacios. Al fin y al cabo, se terminó reproduciendo y agrandando una grieta entre pibes y pibas.

¿El resultado es negativo?

No creo que todo lo que pasó con los escraches haya sido malo, yo creo que hay cosas para destacar, como el compañerismo entre las pibas y la colectivización de los problemas.

¿Qué hacían cuando había un escrache, desde el centro de estudiantes?

Ni bien nos enterábamos, desde la Consejería de Géneros, hacíamos una reunión con las pibas implicadas para escucharlas y darlas herramientas para contener la situación, y veíamos cómo ellas querían laburar el tema, porque capaz no querían que le habemos al pibe o lo mandemos a un Espacio de Masculinidades, para no sentirse expuestas. Si ellas querían hablar, le comunicábamos esto a les docentes y ellxs sabían que las podíamos pasar a buscar para que se retiren del aula y nos busquen.

¿Qué es el Espacio de Masculinidades?

Es un espacio para que los pibes puedan abrirse y generar otras discusiones sin la mirada de las pibas, donde pueden tener momentos de “infracciones”. A partir de los escarches del 2018 empezamos a notar la falta de las instituciones para reconocer estas violencias, contener a ambas partes y trabajar lo que nos sucedía. Por eso hicimos la consejería y el Espacio de Masculinidades; también para que nosotras no seamos solamente quienes demos las discusiones e impongamos el modelo de chabón que nos va, sino intentar que puedan generar una autocrítica y apuntar a un cambio.

El resguardo necesario

Victoria Liascovich es la presidenta del Centro de Estudiantes del CNBA y recuerda el impacto mediático que cobró en 2018 el escrache que hicieron las alumnas a autoridades y docentes del colegio durante la entrega de diplomas: un gesto que tomó trascendencia mediática, en el que denunciaron públicamente a quienes las habían “denigrado, objetizado, abusado o maltratado en las aulas y afuera de ellas”. 

Para Victoria esto marcó un antes y un después, no solo por sus repercusiones, sino porque generó una toma de conciencia de violencias vividas. A partir de eso, sobrevino una ola de escarches entre pares, en donde el alumnado “demandó que la institución se involucre en las relaciones entre los propios pibes, porque después había padres quejándose de que habían escrachado a sus hijos”. A partir de eso crearon la Oficina de Género que, para ella, “no funciona” porque “te buchonean” y eso genera desconfianza en las chicas, ya que implica que las familias sean notificadas de los hechos violentos. “Lo que nosotrxs necesitamos es que las denuncia de género sean un resguardo. Que haya un diálogo con el pibe escrachado, porque no deja de ser un menor de edad que está en formación, pero mucho más resguardo hacia las pibas, que están denunciando efectivamente situaciones que no son livianas: hablamos de casos de violación, de golpeadores…”, señala.

¿Cómo se canalizan los escraches ahora?

Son en redes sociales y no se canalizan. La institución no entra en la situación, porque el mismo DOE (Departamento de Orientación al Estudiante) está plagado de incapaces que tienen cargos de la rectoría por contacto y quieren cobrar un sueldo. Es decir, el departamento que debería mediar entre estudiantes y docentes o entre los mismos estudiantes y acompañar en estas situaciones o en la salud mental, es gente inoperante.

¿Los escraches generaron cambios en cómo los varones se involucran en situaciones violentas o problemáticacas? ¿Hubo cambios?

Los pibes cambian, por necesidad o por voluntad, pero lo hacen. Actualmente los escraches descendieron y los mecanismos entre nosotres cambiaron, ahora se recurre más al diálogo y los propios pibes están muchísimo más ubicados. No dejan de haber situaciones, pero 2018 dejó una fuerte enseñanza en todos los varones que, en su etapa de conformación, -como es la secundaria-, empezaron a darse cuenta que había cosas que no iban a ser más toleradas, y hubo un cambio de actitud rotundo en el trato que tenían con las pibas. Los mismos docentes entendieron que en el aula se tenían que cuidar mucho más, algunos por miedo a ser escrachados, y otros porque se dieron cuenta de que la comodidad en el aula para las pibas es algo que ellos deberían garantizar.

¿Qué reflexión podes hacer sobre cómo funcionaron los escraches, desde el 2018 hasta ahora?

El escrache es un arma de doble filo, porque se ha usado en situaciones que no son de abuso, sino de relaciones entre pares. Pero bien implementada logró que se retire el contacto entre docentes abusadores y alumnos. Ahora, la visión del feminismo ha cambiado, no es tan punitivista, pero es importante entender que ese año fue clave, y que si no se hubiese radicalizado como sucedió, no estaríamos tan avanzades ahora, donde se entiende la importancia del consentimiento y de la ESI. Nunca va a ser suficiente, pero sí hemos cambiado la visión de les propies adultes de como las pibas la pasan adentro del colegio.

Cambios irreversibles

Trinidad Villafañe es estudiante de 5to año de la escuela Osvaldo Pugliese y delegada de su centro de estudiantes. Ella recuerda cómo en su colegio se vivió “con mucha intensidad” la ola de escraches del 2018, cuando las adolescentes empezaron a “rescatarse de situaciones de abuso que habían sufrido, y darse cuenta que la mayoría de varones que conocían estaban escrachados o habían abusado”. Sin embargo, reconoce que el escrache fue la única herramienta que tenían a mano para contener estas situaciones.

Para Trinidad, esta marea de denuncias generó “mucha confusión en los pibes”: “varixs perdieron a sus amigos y se produjo una situación muy punitiva, yo me he distanciado de amistades sin siquiera haber hablado nada con ellos. Creo que en algunas situaciones sirvió el escrache para que se rescaten, pero no hubo instancia de diálogo”.

¿Qué reflexión podés hacer sobre esto?

Para ellos era una situación agresiva y para las pibas más de descargo. Yo creo que podría haber sido mucho más efectivo si se hubiera dado de otra forma. Siento que fue una etapa que marcó mucho la vida y la psiquis de los chabones, pero no porque se hayan dado cuenta de lo que hacían o porque se replanteaban situaciones, sino porque tenían miedo a ser escrachados. Fue la herramienta que encontraron las pibas para expresar lo que les pasaba y poder bancarnos entre nosotras; pero también para condenar al supuesto abusador y remarcar que es una mierda, que no se relacionen con el; en vez de apuntar a cambiar de raíz sus actitudes y entender que responden a problemáticas sociales.

¿Qué pasaba con los varones escrachados?

Dentro de los centros de estudiantes hubo muchos varones que se cambiaron de colegio porque tenían escraches, haciendo borrón y cuenta nueva sin haber tratado el tema, sin haber tenido un diálogo, sin que se hayan podido replantear lo que pasó, sin que haya contención o acompañamiento. Era como: “Te vuelco esto, te escracho, te expongo públicamente para que el peso de la mirada haga que te sientas mal”. Exponer a la otra persona y tacharlo de macho abusador sin remedio es una marca muy difícil de borrar. Siento que no va por ahí, sino por indagar qué pasa en la cabeza de los pibes y cambiar desde ese lugar. Estas situaciones violentas no dejan de ser cosas que aprendieron en sus casas, formando parte de esta sociedad, todos somos al final víctimas del patriarcado.

Abrir la caja de pandora

Celeste Mac Dougall es docente en la escuela media de Cerámica Nº1 y también en el profesorado del Mariano Acosta y en el Normal 1. Para ella, la situación del 2018 explotó en su colegio como pasó en todos los otros. “No se sabía qué hacer, había desconocimiento, desconfianza hacia las pibas que denunciaban o que planteaban situaciones”. También señala que había -hay- un protocolo pero que “no plantea muy bien qué hacer: lo que indica es la institución tiene que arbitrar mecanismos, ¿pero cuáles son esos mecanismos? ¿de qué manera? ¿qué significa?”, se pregunta. Además sostiene que, aunque del lado de las pibas puede haber críticas acerca cómo se manejaron ciertas instituciones, (donde hubo escarches en conductas que no ameritaban tal exposición), los verdaderos señalamientos deberían apuntar a las instituciones, que no tenían “los mecanismos, los modos, y que no se habían dado la discusión en relación a esto”. “Ni que hablar las autoridades escolares más superiores: las direcciones de las áreas, las supervisiones y más concretamente la ministra (Acuña) directamente”, reflexiona.

¿Qué cambios viste en la conducta de los pibes a partir de estas dinámicas que instalaron chicas?

Tuve experiencias que fueron interesantes, como en una clase de cívica, hablando de sexo, los pibes me decían: “¿Y cómo hago? ¿Cómo hago para no tener un problema?”. Ese era el comentario: ‘cómo hago para querer hacer algo y que esté todo bien’. Y eso era interesante: primero, porque hay una pregunta, después, porque está la posibilidad de pensar otras formas de hacer, y ellxs mismxs se respondían. Las pibas decían: “Tal vez podes hacer esto, lo otro…”. Pero ellas tampoco tienen una receta, porque están teniendo sus primeras experiencias sexuales. Eso también es todo un aprendizaje y una exploración. ¿Cómo hacés para que esa exploración no configure algo que no te gusta, como quien prueba una comida que no le gusta, como una situación abusiva? Entonces eso era lo interesante de desarmar y de poder construir con los chicos y las chicas

¿Cómo se involucraron los docentes en estas situaciones? ¿Pudieron generar espacios de contención? Al menos en tu colegio.

Quienes se forman en ESI y dan talleres y demás sí y a la vez no. Porque fue todo muy novedoso. Si bien uno está formado para trabajar violencia de género, la dinámica o la forma que encuentran las pibas de mostrar eso que les pasa no estaba en la agenda de nadie. Y me parece que en esas situaciones lo que prima es el miedo, es el no querer meterse, no querer comprometerse para no tener problemas. Entonces, donde falta la palabra adulta, puede pasar cualquier cosa.

¿Cómo sentís que fallaron los adultos, respecto a esto?

Hay situaciones donde se exacerba todo porque no hay adultos diciendo “qué hacemos con esto, cómo lo contenemos, cómo lo trabajamos, cómo le damos un lugar a la palabra…”. Ahí quienes fallan son los adultos y, a la vez, también son los propios adultos quienes tampoco se replantearon esas cuestiones. Porque, ¿qué empezó a pasar después? Empezaron las denuncias entre pares adultos docentes, porque está lleno de parejas de docentes, preceptores, etc. No hubo un replanteo desde los adultos, entonces fue difícil que haya un replanteo desde los pibes y las pibas de algunas situaciones que, tal vez, no se manejaron de la mejor manera. Quizás hubo una situación donde un pibe en una noche tuvo una actitud, ¿se configura como un pibe abusador? ¿O tuvo una actitud que tiene que revisar en pos de?

¿Hubo chicos que se cambiaron de colegio, en tu escuela, por los escraches?

Sí, pasó mucho de cambios de escuela justamente por lo que te planteaba antes. “Mejor lo cambio de escuela así nos sacamos el problema de encima”. Y, a la vez, porque eso era una demanda de quienes denunciaban o escrachaban una situación. Entonces, vos tenés que tener como escuela una actitud reparadora respecto de la situación de los pibes, con las pibas, y esa actitud reparadora tiene que estar consensuada también con la piba, con el consejo de convivencia. Pero si solamente vos lo que haces es el movimiento de mandarlo a otra escuela, no estás trabajando el tema.

¿Pueden ser reparadores los escraches? ¿Funcionan como una forma de pensar la justicia por mano propia?

Yo creo que se resume tu última pregunta en la frase de H.I.J.O.S “Si no hay justicia, hay escrache”. Me parece que también le podríamos sumar si no hay cuestionamientos, si no hay problematización de las situaciones, si no hay contención, si no hay escucha, si no hay acompañamiento sí hay escrache. Nadie quiere llegar a un escrache. Es lo que se nos impone en la medida en que no hay justicia. Ese me parece que es el punto.

¿Qué reflexión final podes hacer sobre esto?

Se escribió y cuestionó mucho en relación a los escraches, pero poco se habla de los magros sueldos que tenemos los docentes que damos ESI, que no tenemos partida presupuestaria específica. Siempre que hay movimientos que cuestionan situaciones tan profundas, sí, es una caja de Pandora pero bueno, bienvenido, abrámosla. Pero la abrimos y estamos todos mirando y atajando lo que sale, ese es el punto tambien: cómo ese atajar lo que sale es un trabajo docente, y si cada docente que nos dedicamos a eso tenemos 300 alumnos y alumnas, difícilmente podamos estar atajando eso que se genera cuando abrís una caja de Pandora.