Han pasado treinta años desde el momento en el que en Punto límite (Kathryn Bigelow, 1991) un veterano detective del FBO expresa su desprecio por el joven agente especial Johnny Utah, interpretado por Keanu Reeves. "Sos verdaderamente un tarado especial", dice el detective. "Joven, estúpido y lleno de leche." La línea quedó pegada a Reeves. El actor líbano-canadiense estuvo siempre en la más baja estima de muchos críticos de cine. A comienzos de su carrera, arrasó con las nominaciones de las Golden Raspberry a "la peor performance" del año.
A pesar de todo ello, puede fijarse un fuerte argumento a favor de Reeves como uno de los más injustamente difamados intérpretes de su época, un actor con facilidad tanto para la acción como para la comedia, y con un rango mucho más amplio de lo que sus detractores señalaban. Lo probó en los inicios de su recorrido, cuando se movió fácilmente de la comedia facil de La excelente aventura de Bill & Ted (1989) a interpretar solitarios existenciales, hombres en busca del heroísmo, en películas como Punto límite y Pequeño Buda, de Bernardo Bertolucci (1993).
"Su tipo de actuación fue siempre un poquito extraña", dijo de él una vez Jan de Bont, quien lo dirigió en ese éxito de taquilla de bomba-en-el-ómnibus llamado Alta velocidad. Pero lo dijo como un cumplido. Reeves no es ese típico personaje de macho seguro de sí mismo y con rapidez de lengua que pululaba en las películas de acción de los años noventa. Tiene una cualidad introspectiva, vacilante, incluso cierta timidez, que lo hace mucho más atractivo e intrigante.
Reeves ha sobrevivido a casi todos sus rivales de los noventa. Ahora reaparece en pantalla en Matrix Resurrecciones, cuarta entrega de la franquicia, dirigida por Lana Wachowski; allí vuelve a encarnar al mítico personaje de Neo, otra vez con esas pastillitas tan extrañas. Sigue reventando las taquillas por todo lo alto con sus thrillers de John Wick. Con sus 57 años, es aceptado por una generación más joven que no registra sus films de acción de los '90, a la vez que es recordado con un afecto nostálgico por un público mayor que lo vio por primera vez haciendo surf, robando bancos o al volante de un bus descontrolado.
Algunos contemporáneos de Reeves, como Patrick Swayze, ya han fallecido. Otros como Johnny Depp han visto su reputación caerse a pedazos entre controversias y escándalos. El nombre de Reeves, sin embargo, se mantiene inmaculado, fuera y dentro de la pantalla. Los detractores del actor a menudo apuntan a Johnny Mnemonic (1995), un thriller de ciencia ficción ambientado en 2021... que no hace tan mal trabajo en imaginar la realidad tal como la experimentamos hoy.
"A causa de su robótica actuación, nunca adivinarías que es un hombre hecho de carne y hueso", publicó el diario The New York Times sobre la estrella. En la película, Reeves interpreta a un correo de la mafia que tiene 24 horas para deshacerse del chip de memoria implantado en su cerebro, o estallará. No es ni remotamente una performance convincente, pero eso tiene mucho que ver con el estilo artificial de filmación que con deficiencias inherentes a su actuación.
Si se quiere ver a Keanu en una película de ciencia ficción de alto concepto, es mucho mejor recurrir a la primera Matrix (1999), en la que luce excelente. No es solo su carisma para encarnar a Neo, acentuado por esas gafas y esos largos sacos negros. Más importante aún, Reeves es el punto de entrada al universo Wachowski, que confunde la mente con su estilo laberíntico. Con otra clase de protagonista, la película podría haber fácilmente sido incomprensible y profundamente pretensiosa.
Para mala fortuna de Reeves, se convirtió rápidamente en un icono pop. En el Reino Unido, The Modern Review, la irreverente revista "de baja cultura para intelectuales" fundada por los periodistas Julie Burchill y Toby Young, lo puso en portada sin camiseta, con la línea "joven, estúpido y lleno de leche" como titular en letras de molde. Ellos aseguraron que lo admiraban, pero había algo inherentemente condescendiente en ese abordaje. Lo trataban como una especie de vedette masculina, caramelo visual para estudiantes de medios.
En este período, Reeves hizo algunos de los mejores trabajos de su primera etapa, de manera notable en Punto límite y Mi mundo privado (Gus Van Sant, 1991), donde interpretó a un taxi boy callejero. Además se destacaba en sus elecciones más de lo que es públicamente reconocido, listo para poner la mano encima a todo, de adaptaciones de Shakespeare (lo que en última instancia no resultó una muy buena idea) a películas de vampiros: estuvo sobresaliente en el rol romántico de Jonathan Harker, enfrentado al conde chupasangre Vlad que interpretaba Gary Oldman en Drácula, la adaptación del clásico de Bram Stoker de Francis Ford Coppola.
Bigelow merece un crédito por darse cuenta del potencial de Reeves como estrella del cine de acción. Ella vio que tenía la presencia en pantalla necesaria para ser el agente del FBI en Punto límite. Se asegura que la realizadora tuvo que trabajar duro para convencer a los jefes del estudio de incluirlo en el elenco. "Es el tipo indicado", insistió.
Reeves fue el equivalente en los noventa de esas estrellas de cine de los años '40 y '50 como Audie Murphy y Montgomery Clift, que demostraron ser sorprendentemente efectivas en películas de guerra y westerns. No era uno de esos tipos ultramachos, rugosos, como Lee Marvin. Tenía una sensibilidad que a aquéllos les faltaba, y ese era el punto central. No era un matón. Incluso en sus roles más oscuros mantenía esa cualidad de parecer el pibe de al lado.
De hecho, Reeves es un actor de cine consumado. Desde el comienzo de su carrera en las películas entendió el axioma de que menos es más. Sus personajes de ficción raramente traicionan sus emociones. En John Wick, el protagonista reacciona a la muerte de su amado perro del mismo modo en que Clint Eastwood acostumbraba reaccionar a la muerte de sus seres más cercanos y queridos en westerns y películas de la guerra civil. Dicho eso, él suprime y embotella la pena. Cuanto menos sentimientos muestra, más entiende la audiencia la enorme magnitud de su duelo.
Puede entenderse con facilidad por qué Reeves fue elegido para narrar el documental de 2015 Mifune: The Last Samurai, un relato hagiográfico de la vida y los tiempos de la gran estrella japonesa Toshiro Mifune, protagonista de Yojimbo y Los siete samuráis. "Sin Mifune no hubiera habido Los siete magníficos. Clint Eastwood no hubiera tenido un puñado de dólares y Darth Vader no hubiera sido un samurai", entona Reeves. "El se dedicó a dos de sus hobbies favoritos, los autos y el alcohol, a menudo al mismo tiempo."
Reeves podría haber fácilmente agregado que su propia carrera no se podría haber desarrollado de la manera en que lo fue si Mifune no hubiera creado el molde para el héroe de acción de la era moderna. Keanu, de todos modos, tiene cualidades de las que Mifune carecía. Luce mucho más relajado en pantalla que el estirado intérprete japonés. También posee una inescrutable cualidad que muchas de las grandes figuras de la gran pantalla comparten. No sabemos exactamente qué está pensando. Su cara es un lienzo en el que cual los espectadores proyectan sus propios y más íntimos sentimientos.
Tampoco quedó pegado a ese mundo alternativo de películas de fórmula clase B habitadas por otros actores de acción como Nicolas Cage y Liam Neeson. Las películas de John Wick pueden ser trilladas en términos de la trama, pero están hechas con gordos presupuestos y presentan pruebas coreográficas extravagantes, muy elaboradas, Todas tienen que ver con el movimiento y el gran espectáculo. Le permiten a Reeves desplegar su gracia casi de ballet, otra cualidad que los críticos a menudo pasan por alto.
Al verlo deslizarse de manera elegante a través de una serie de situaciones a cuál más peligrosa, uno se da cuenta que es un héroe de acción más en la tradición de estrellas del cine mudo como Douglas Fairbanks en El Zorro que en la de contemporáneos mastodónticos como Sylvester Stallone y Arnold Schwarzenegger.
En estos días, Reeves no solo aparece en películas de acción y reinicios de la serie Matrix y la de Bill & Ted. También ha producido interesantes documentales como Side By Side (2012), sobre el paso de la realización cinematográfica del celuloide a lo digital. En 2013 también dirigió una película, Man of Tai Chi. Se lo puede subestimar a propio riesgo. Como sugiere su título, la franquicia Matrix puede necesitar una resurrección, pero Reeves llega a la película en una posición de fortaleza. El detective del FBI que se burlaba de él en Punto límite estaba completamente fuera de lugar, como todos esos gruñones que lo vienen minimizando desde los días de Bill & Ted. No era un idiota entonces y no es un idiota hoy. Quizás ahora, con 68 películas y más de 30 años de una "mayor excelente" carrera (como la llamarían Bill y Ted), consiga el respeto que se merece.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.