Being The Ricardos          7 puntos

EE.UU., 2021

Dirección y guion: Aaron Sorkin.

Duración: 131 minutos.

Intérpretes: Nicole KIdman. Javier Bardem, J.K. Simmons, Nina Arlanda, Tony Hale, Alia Shawkat, Jake Lacy.

Estreno en Amazon Prime Video. 

Tras el paso en falso de El juicio de los 7 de Chicago, que el excesivo respeto por la Historia redujo a un tímido libreto filmado, el guionista y realizador Aaron Sorkin -autor de los libros de The West Wing, La red social y Moneyball, el juego de la fortuna, entre otras- recupera su tono muscular con Being the Ricardos, donde vuelve a vérselas con la Historia, pero ahora de igual a igual. 

Claro, un célebre juicio a un grupo de militantes combativos cuando las cosas ardían, a fines de los 60, presupone inevitablemente un desafío de exposición mucho más alta que el detrás de escena de una de las representantes emblemáticas de las sitcoms para toda la familia de los años 50. Sin embargo y paradójicamente, las batallas que Lucille Ball y su marido Desy Arnaz libraron entre las bambalinas de Yo quiero a Lucy contra el sistema entero de la televisión y sus auspiciantes resultan en Being the Ricardos más intensas y viscerales, más feroces y decisivas que la de aquellos subversores maximalistas de la sociedad estadounidense. La escala reducida permite proyectar este conflicto parecería que ínfimo a conflagraciones mayores, tanto en lo personal como en lo público. Es así que la “simple”, aparentemente frívola historia de Ball y Arnaz termina resultando más política que la de aquellos iconoclastas.

Son los primeros 50, I Love Lucy es el programa más visto de Estados Unidos, con una abrumadora cifra de 60 millones de espectadores todos los viernes, y un periodista lanza una bomba en letras escándalo de color rojo: Lucille Ball es comunista. El senador McCarthy y el Comité de Actividades Antinorteamericanas tenía puesta la lupa en Hollywood, presuntamente un nido de “commies”, y en esa volada cae, para sorpresa general, la mismísima jefa de familia-tipo favorita de las masas estadounidenses. Mayor sorpresa aún es que de joven la actriz de pelo de color ahora resignificado había votado efectivamente, en una pequeña elección, por el representante del PC, influida por un tío que militaba en ese partido. Pero Sorkin no ama las tramas esqueléticas, por lo cual esa luz roja para la carrera posterior de la pelirroja es apenas una de las líneas que su guion comienza a entretejer en forma de espirales.

Una de esas espirales es la relación de Ball (Nicole Kidman, en su habitual tarea de “esponja” de sus criaturas) y su consorte cubano (Javier Bardem, siempre impecable), tejido de por sí espeso que incluye sospechas de infidelidad, sobreprotecciones y celos profesionales, al estilo de Nace una estrella. Después está la relación que ambos, productores del programa, sostienen con el núcleo creativo del show, una sucesión de batallas campales que muestran a la actriz metiéndose en todo: escenas, guiones, dirección, planificación y hasta vestuario (un actor mejor que otro en esas escenas). 

No termina allí ni mucho menos el combate personal de Ball (Arnaz ocupa aquí el mismo rol algo secundario que le cupo en la sociedad artística), quien llegará a pulsear contra el mismísimo director de la CBS en momentos en los que era apenas una actriz de radio, para imponer la por entonces inconcebible idea de que la blanca y estadounidense Lucy estuviera casada, también en la ficción, con un latino morocho de jopo engominado.

Contra los propios auspiciantes (Philip Morris, Westinghouse), el matrimonio de socios sostendrá sin desmayos su convicción de que el embarazo de dos meses de la actriz deberá ser también el de Lucy. “No salen embarazos en televisión”, argumentan los azorados ejecutivos, explicando que eso sería intolerable para niños y católicos. Como la también pelirroja Jessica Chastain, que en la olla a presión de Apuesta maestra (2017) peleaba a muerte su lugar en el mundo de las más altas apuestas de póker, la manía de control de Lucille Ball es una de las armas a las que la heroína recurre, para llevar adelante la guerra prometeica que el homo y la femina sorkinianxs libran incansablemente contra los dioses sociales, tan implacables unos como otros.