Zola 7 puntos
Estados Unidos, 2020.
Dirección: Janicza Bravo.
Guion: Jeremy O’Harris y Janicza Bravo, basado en una serie de tuits de A’Ziah King.
Duración: 85 minutos.
Intérpretes: Taylour Paige, Reley Kough, Nicholas Braun, Colman Domingo, Jason Mitchell, Sophie Hall.
Estreno: en la plataforma Flow.
Los creadores de la película Zola, estrenada en el Festival de Sundance 2020, encontraron el argumento perfecto para “vendérsela” a distribuidores, periodistas y público en general. Dijeron que se trataba de la primera película de la historia con un guion basado en una narrativa surgida originalmente en las redes sociales, la primera cuyo argumento es la adaptación de un hilo de Twitter. Es que esta historia fue contada en 148 tuits por A’Ziah King, una joven negra de los Estados Unidos profundo, a través de su cuenta @_zolarmoon. Empieza como el relato festivo y descontrolado de dos chicas que se van un fin de semana a Tampa a bailar en el caño de un bar de strippers, pero que de a poco se va poniendo oscura, opresiva y peligrosa sin perder nunca su ácido sentido del humor (negro). Y los productores compraron, y los festivales, y entonces también compraron los periodistas, llenando la web con notas sobre la primera película que cuenta una historia sacada de las redes sociales.
La cosa no es tan así. Es lógico que los distribuidores y festivales se apropiaran del detalle novedoso para no cortar la cadena del negocio. Pero la verdad es que solo en Argentina se estrenaron al menos dos películas basadas en relatos nacidos en las redes sociales, una de ellas con un año de anticipación. Se trata de Yo, adolescente (Lucas Santa Ana, 2019), basada en una historia que a comienzos de siglo Nicolás “Zabo” Zamorano publicó en forma de diario en los desaparecidos fotologs, varios años antes de que Twitter estuviera online. La otra es El cuaderno de Tomy (Carlos Sorín), también estrenada en 2020, que adapta un libro basado en los tuits que María “Marie” Vázquez escribió antes de morir en 2015, el mismo año en el que King publicó los suyos.
El argumento de venta termina de volverse inútil cuando se comprueba que la estructura cinematográfica de Zola posee suficientes méritos y es capaz de producir tantos elementos a la hora del análisis que es difícil entender por qué son tantos los que creyeron que el detalle de los tuits era tan relevante. ¿Será que el universo paralelo de las redes sociales, otra ficción a fin de cuentas, les resulta a muchos más interesante que la realidad física? ¿Será que su sola mención despierta la curiosidad de personas/espectadores que de otro modo nunca hubieran sabido que esta película existe? Por lo pronto el asunto nos tiene acá, hablando de eso desde hace tres párrafos.
Sin embargo, Zola es una película eminentemente física. Las sensaciones que movilizan a sus protagonistas no son otra cosa que impulsos vitales destinados a saciar el hambre de sus propios deseos. Es verdad que esas experiencias parecen surgir de la necesidad de las chicas de alimentar el feed de sus propias redes, ahora reencarnadas en tuits, posts, stories, fotitos y videos, pero simplificadas en un lenguaje hecho de emojis. Con una sensibilidad a flor de piel que recuerda a las chicas de Spring Breakers (Harmony Corine, 2012), Zola y su amiga blanca necesitan con desesperación rozar el mundo real, tocarlo con sus manos para confirmar que existe e incluso chocar contra él. Estar vivo es eso, sobre todo cuando nada sale bien. Y saldrá peor.
En ese recorrido, la película dirigida por la afroamericana Janicza Bravo consigue convertirse en un vehículo que transporta esa vitalidad más allá de la pantalla, volviéndola física también para quien la ve. Por eso, cuando las cosas empiecen a ponerse feas para las protagonistas no será raro que el espectador se descubra tenso y atemorizado, confirmando que el del cine sigue siendo un lenguaje poderoso. Y Bravo lo maneja con destreza, haciendo de Zola un verdadero prodigio de ritmo, en el que el fluir de las escenas parece más obra del destino que del montaje. En ese flujo, las actuaciones del elenco funcionan como ganchos emotivos que mantienen al espectador pendiente del rumbo de los personajes.