La línea imaginaria que une Buenos Aires con Shanghai tiene 19.627 km, atraviesa tres continentes y equivale a 11 horas de diferencia horaria. Cuando la ciudad más populosa de China amanece, entre trenes bala y rascacielos, la capital argentina se deja seducir por la noche, resplandeciendo en las marquesinas de sus teatros insomnes. Pero ni los desfasajes horarios ni los links de zoom parecen quitarles el entusiasmo a Tatiana y Nabila, que cambian los “buenos días” por “buenas noches” al momento de empezar la entrevista. Además del idioma, el mate y la distancia, las jóvenes comparten la pasión por el fútbol, deporte que comenzaron a jugar estando lejos de casa y se convirtió en una excusa para el encuentro.
Nabila es de San Juan, tiene 31 años y llegó a Shanghai a fines del 2019 para conocer a la familia de su novio. Apenas dos meses después, la pandemia la obligó a postergar su regreso y la llevó a asentarse en esta ciudad de 26,32 millones de habitantes, donde consiguió trabajo, se casó y comenzó a generar lazos sociales. Tatiana, de 36, llegó a Fujian en junio de 2017 junto a quien entonces era su marido. Luego de separarse, como no lograba adaptarse, eligió irse a Shanghai a aprender el idioma. Ambas forman parte de Patagonia Fútbol Club Shanghai, el equipo argentino de fútbol femenino que se calza la albiceleste del otro lado del planeta.
“Todo comenzó cuando me invitaron a un almuerzo con otros grupos de migrantes. Allí la coach colombiana me contó que estaban formando equipos de diferentes países que se encontraban para jugar. Cuando me preguntó por qué no había ninguno de Argentina, me despertó curiosidad pensar qué podría suceder si empezaba a reunir compatriotas. Comencé a mandar mensajes a grupos de argentinos en Shanghai y pronto aparecieron muchas chicas entusiasmadas”, cuenta Tatiana. “En el medio yo tuve que afrontar problemas familiares, viajando de ciudad en ciudad y haciendo cuarentenas, por lo cual el equipo se convirtió en un sostén fundamental para no sentirme tan sola. Si bien tengo hermanos varones y toda la vida fui de andar dando patadas con ellos, nunca había entrenado de manera formal”, asegura la fundadora del equipo que ante la demanda tuvo que abrir su convocatoria a otras nacionalidades.
“Al ser el equipo argentino, la gente le pone muchas expectativas y entusiasmo. Llegamos a reunir hasta una treintena de participantes entre argentinas y extranjeras que van rotando por cuestiones de visas”, asegura Nabila, capitana del equipo. “Cuando se enteraron de nuestro equipo, clubes y empresas empezaron a invitarnos a campeonatos y eventos. Nunca nos imaginamos terminar tan involucradas en algo que comenzó como un juego. Esto nos llevó a formarnos e introducirnos en un nuevo mundo que se está desplegando, pero al mismo tiempo representó una gran responsabilidad”, cuenta la joven que se sorprende del fanatismo que generan figuras como Messi o Maradona.
Si bien ambas aceptan que la cultura china es más tradicional en cuanto a los roles de género, entienden que el avance del fútbol femenino cambió la manera en que la sociedad piensa a las mujeres, logrando correrlas del ámbito doméstico, al que históricamente fueron relegadas. “Son cinco mil años de una cultura muy tradicional. En el último tiempo China está aceptando nuevas perspectivas y siendo más accesible con lo que tiene que ver con derechos de las mujeres. En el fútbol ni siquiera era cuestión de pensar que jugábamos mal, sino que directamente no se imaginaban que pudiéramos hacerlo. En ese sentido, el deporte ayudó a demostrar que la mujer puede estar a la par del hombre”, afirma Tatiana. “Cuando jugamos con equipos masculinos se nota cómo el fútbol cambia la manera en que nos ven. Al principio, cuando nos presentamos muestran sospechas, pero después quedan sorprendidos y comienzan a apreciarnos. Más allá de que lo argentino siempre estuvo emparentado con el fútbol, la masividad del deporte femenino significó un cambio cultural en un entorno donde ni siquiera parecía posible”.
Respecto a su relación con el fútbol antes y después de mudarse a China, las dos coinciden en que, más allá de lo deportivo, el juego cobró un valor fundamental como marcador cultural y sirvió para acortar las distancias. “En mi casa siempre se veían los partidos y se vivía la emoción de los campeonatos. Al estar jugando acá es como si estuviera más cerca de ellos. Eso me ayuda para no extrañar tanto, especialmente en fechas especiales como las fiestas”, explica Tatiana, quien resume el espíritu de Patagonia Fútbol Club en la frase: “el fútbol femenino es estar en familia”. “Yo lo veo desde un lado más deportivo, porque antes de esto hice cuatro años de hockey. El trabajo en equipo y la competición me retrotraen a mi adolescencia. Volver a formar parte de un equipo era una deuda pendiente, reunirme con las chicas, hacer convocatorias, es algo que me encanta”, agrega Nabila.
Entre sponsors y eventos, la popularidad de Patagonia FC Shanghai creció hasta tal punto que ya lanzaron una convocatoria para formar el equipo masculino y esperan sumar uno juvenil e infantil. Mientras tanto amainan el desarraigo en comunidad, juntándose a ver la Copa América y comiendo picada con cerveza.
“Representar a la Argentina es ponerse la camiseta y jugar de la mejor manera posible. Cuando le contás a tus familiares que estás haciendo fútbol y ves que ellos también se entusiasman es muy lindo”, afirma Nabila, que se considera fanática de Estefanía Banini por cómo maneja el equipo. “Trabajar en equipo, representar a tu país y que tu familia esté orgullosa es el combo perfecto”.
Tatiana empatiza con la delantera de Boca Yamila Rodriguez y concluye emocionada: “Nunca esperé ver esto crecer todo lo que está creciendo. En mi caso fue un apoyo moral. Yo estuve muy sola con mi situación personal y el equipo se convirtió en ese abrazo que uno necesita a la distancia. No es algo únicamente mío: hay muchísimos argentinos y argentinas que llegan acá sin conocer a nadie, sin tener el idioma ni la cultura, y el fútbol se convierte en la manera de estar unidos”.
*Dalia Cybel.