Piensen en una producción de Aaron Sorkin y varias cosas vendrán a la mente. Diálogos chispeantes, sí. ¿Una floritura orquestal un poco grasa, quizá? ¿Un desenlace para celebrar? Ciertamente. El nombre del director y guionista casi se ha convertido en un adjetivo, en su propio subgénero distintivo. No "lyncheano" o "hitchcockeano" sino "sorkiniano". En su primer film exitoso, Cuestión de honor (1992), estaba Tom Cruise versus Jack Nicholson ("¡No podés con la verdad!"). Estuvo el drama político ra-ta-tá The West Wing, quizás el logro que coronó a Sorkin. Estuvo Mark Zuckerberg interpretado por Jesse Eisenberg en La red social, hablando a todo vapor, con sus oraciones envueltas en fría erudición, insistiendo en la importancia de los "final clubs". Y estuvieron las cuerdas intensificándose en el final de El juicio de los 7 de Chicago, cuando los manifestantes son exonerados.
Mientras que su trabajo para TV ha tenido altos y bajos, Sorkin ha disfrutado de un éxito sostenido en el mundo del cine. Sus guiones para El juego de la fortuna, La red social y Steve Jobs fueron bañados de elogios (La red social le permitió embolsar el Oscar a mejor guión adaptado), e hizo que la transición a dirigir se viera positivamente sencilla. Su última película, Being the Ricardos, es otra biopic sobre una personalidad genial en su campo: se centra en Lucille Ball (interpretada por Nicole Kidman) y Desi Arnaz (Javier Bardem) mientras hacían la influyente sitcom doméstica Yo amo a Lucy (1950). En muchos sentidos, la temática de Being the Ricardos es apropiada para Sorkin, quien tiene más en común con los guionistas de antaño que con alguno de sus contemporáneos. En sus mejores momentos, sus idas y vueltas confrontativas parecen pertenecer a una comedia absurda del Viejo Hollywood; su inclinación al sentimentalismo evoca a Frank Capra.
Pero sería un error pintar el trabajo de Sorkin como perfecto. De hecho, toda su sensibilidad está, en cierta forma, condenada a la imperfección: las mismas características que hacen tan distintiva la escritura de Sorkin también constituyen el garrote con el que se lo aporrea. La honestidad y el idealismo que hicieron de The West Wing un hit complaciente han envejecido como la leche. En la era de la presidencia de Donald Trump, las nociones ingenuas de bipartidismo y confianza en el proceso democrático de la serie se tornaron muy obsoletas. Y este mismo pathos cursi ha coloreado casi todo su trabajo hasta la fecha. La escritura de Sorkin es tan llamativa y descarada en sus defectos como en sus virtudes. Entonces, ¿por qué es tan fácil dejar pasar sus fallas? Su trabajo tiene éxito a pesar de sí mismo, porque no hay nadie más que esté haciendo lo que él hace.
Aunque fue la televisión la que estableció el nombre de Sorkin como autor, él no fue capaz de replicar el éxito de The West Wing en ningún lado dentro del medio. Sports Night (1998-2000) fue una sitcom situada en las oficinas de un programa de deportes. Un track de risas intrusivo durante la primera temporada del programa mostró la importancia de la métrica y el ritmo para la arenga de Sorkin; fue cancelada después de solamente dos temporadas. Studio 60 on the Sunset Strip (2006-2007) fue un fracaso notorio, una serie-sobre-una-serie que seguía a los creadores de un programa de sketches a la manera de Saturday Night Live. Su más reciente incursión en la televisión serializada fue The Newsroom (2012-2014), otro programa "detrás de escena" sobre cómo se hace televisión que fue abiertamente ridiculizado por su fuerte destreza retórica y excesivo sentimentalismo. En sus mejores momentos, The Newsroom se las arregló para evocar la recta tempestad del trabajo de Sorkin en The West Wing. En los peores -viene a la mente un episodio famosamente mal calculado sobre la muerte de Osama Bin Laden-, se sentía como una tontería neoliberal presumida. Después de que terminó The Newsroom, Sorkin le dijo a Los Angeles Times que estaba "muy seguro" de que no volvería a trabajar en televisión. "He tenido demasiados fracasos que éxitos en ese medio, del modo en el que se lo mide tradicionalmente. Hice cuatro programas y sólo uno de ellos fue The West Wing".
A Sorkin también se lo ha reprendido por reciclar diálogos. Compilados de YouTube han resaltado las (impactantemente muchas) veces en la que se tomó prestado no sólo una frase o una oración sino a veces todos los intercambios de una conversación de guiones suyos anteriores. Por supuesto, no debería haber nada de malo en robar de tu propio repertorio -los músicos exitosos lo hacen todo el tiempo-, pero cuando están juxtapuestos uno detrás del otro parece bastante tonto.
El optimismo color de rosa de mucho del trabajo de Sorkin a menudo parece contradecir lo que sucede detrás de cámara. Es conocido que el guionista y director luchó contra la adicción a las drogas en los '90 y que después de recuperarse tuvo una recaída en 2001, cuando fue arrestado en el aeropuerto de Los Angeles por posesión de cannabis, hongos alucinógenos y crack (Se ha mantenido sobrio desde entonces). Aquellos que han trabajado con Sorkin en el pasado han hablado elogiosamente sobre sus talentos, pero reconocieron cierto cabezadurismo detrás de escena. Richard Schiff, de The West Wing, recordó su audición para Sorking en la revista Empire diciendo "Me habían usado para improvisar e incluso en la audición me sentía libre de reacomodar un poco las palabras de Aaron, con todo lo hermosas que eran. No descubrí sino hasta después de conseguir mi parte lo furioso que estaba Aaron conmigo por haber hecho eso. Me dijeron 'Estaba lívido. ¡Hizo todo lo que pudo para no saltarte a la garganta!".
Bradley Whitford, que trabajó con Sorkin en The West Wing y Studio 60, solía bromear con que "The West Wing era un gran programa sobre la democracia... ¡dirigido por Kim Jong-Il!”. De todos modos, él habló efusivamente sobre Sorkin en muchas ocasiones. Eddy Redmayne, quien trabajó en Los 7 de Chicago, usó la palabra "genio" cuando discutía sobre su director en The Tonight Show. "Lo fantástico que tiene hacer algo de Sorkin es que él mucho más brillante que uno", dijo. "Sus personajes son mucho más brillantes que uno... Por un rato, uno tiene que tener esa velocidad de pensamiento y sentirse más inteligente".
Quizás estas fortalezas son la razón por la que Sorkin ha podido hacer la transición sin interrupciones hacia el mundo del cine. Pesonajes piolas, ingeniosos, arrogantes y peleadores -el arquetipo de Sorkin, en otras palabras- siembre van a ser inherentemente cinemáticos (Es fácil ver por qué Sorkin se sintió atraído por figuras como Zuckerberg o Steve Jobs como inspiración). Son también características con las que a menudo otros escritores pelean para poder escribir bien. Para hacer que un personaje parezca convincentemente brillante, no tienen que ganarle sólo a los demás personajes sino también al público. Por decir algo, si una frase dicha por la atuta Molly Bloom de Jessica Chastain en Molly's Game no aterriza, si ella da la impresión de ser simplemente descarada o creída en lugar de rápida y perspicaz, entonces toda la premisa de la película colapsaría. Representar la genialidad en la pantalla es un acto de balanceo y Sorkin es un verdadero acróbata del Cirque du Soleil.
La otra cara de esto es que muy pocos de los demás guionistas son capaces de emular los trucos de Sorkin. Parte de la razón por la cual la gente puede perdonar sus puntos débiles, su didactismo y su reciclaje haragán es porque no hay casi nadie más obrando con las mismas fortalezas, escribiendo con la misma velocidad conversacional escurridiza. ¿Quién es el próximo Sorkin? Cualquiera pasaría las de Caín para mencionarlo.
No a todo el mundo le gusta la forma de escribir de Sorkin, obviamente, o su forma de filmar. A Los 7 de Chicago se le prodigaron nominaciones para premios de alto perfil, incluidas seis para los Oscar, cinco Golden Globes (ganó por el guión de Sorkin) y tres Bafta. Pero algunas de los críticos estaban mucho menos impresionados, con Clarisse Loughrey de The Independent rankeando entre los disidentes. En la crítica (con dos estrellas), ella escribió que Sorkin "reduce una gran injusticia estadounidense a una sarta de conversaciones ingeniosas" y argumentó que la película tenía "toda la fuerza moral de alguien que pasa sus días escribiendo réplicas sarcásticas a los tuits de Trump mientras este destruye la democracia pieza por pieza".
Being the Ricardos ya ha atraído a su porción de dudosos, también, con gente que criticó de antemano haber elegido a Kidman y Bardem por fallar en capturar el parecido y el espíritu de los verdaderos Ball y Arnaz. Pero las respuestas de los críticos han sido redondamente positivas. Es muy probable que se vaya a escuchar a Being the Ricardos mencionada muy a menudo cuando llegue la temporada de premiaciones, con el nombre de Sorkin pegado a la película. Pero incluso si fracasara, nada cambiará. Sorkin no tiene nada más que probar. En términos de guionistas, ya no los hacen como Aaron Sorkin. Bueno, quizá nunca los hicieron.
The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.