Hace unas semanas terminamos en el CIGE (Centro de Investigaciones en Gubernamentalidad y Estado) la lectura del último trabajo de Wendy Brown, “Las ruinas del neoliberalismo”. Se trata de un texto donde se plantean, entre otras cosas, dos ideas fuerza. Primero, a su hipótesis sobre el neoliberalismo en tanto proceso de economización de todos los aspectos de la vida que había trabajo en su libro anterior, le suma la variable moral. El neoliberalismo no sólo entraña un proyecto económico, sino que también expresa principios morales. Segundo, la racionalidad neoliberal que emerge a mediados de siglo XX con la Sociedad Mont Pelerin, Hayek, Freadman, Austria y Chicago, etc., converge con el neoconservadurismo del supremacismo blanco, la homofobia y el machismo, engendrando un hijo en este siglo XXI que es una suerte de neoliberalismo conservador. Las implicancias de esto son varias pero no nos detendremos a analizarlas en este momento. Lo cierto es que el lunes 13 de diciembre asistí a un encuentro que, si bien no es lo mismo, se le parecía en mucho a lo analizado por Brown.
Paseando por el Parque de España, me encuentro con un grupo importante de jóvenes congregados alrededor de un escenario en lo que parecía, a decir de las vestimentas, las actitudes, etc., un recital de música pop. Jóvenes de clase media con sus equipos de mate, ocupando prolijamente las escalinatas con el fin de disponerse para el show. Sonaban los Enanitos verdes, La Mancha de Rolando, Attaque 77. A los costados del escenario unas pantallas luminosas proyectaban sobre un fondo negro un león y unas lenguas vivas de fuego. Las escalinatas se fueron ocupando, los espacios vacíos poblando y el sol ocultando mientras una presentadora sube al escenario, toma el micrófono y arenga a modo de saludo: "Bienvenidas almas libres". No era una presentadora, se trataba de Romina Diez, licenciada en Economía, columnista de Ámbito Financiero, integrante de Fundación Libertad y parte de ese grupo que rodea a Javier Milei en esta cruzada que parece tomar como grito de guerra "Viva la libertad, carajo".
Mientras tiene el micrófono se deshace en elogios a quien será el showman de la noche: "Milei, ese hombre maravilloso que logró correr el eje de la discusión político. La moral es nuestro distintivo y Javier nuestro líder". Extraña apelación me resultó la mención a la figura del líder para un grupo que se piensa a sí mismo como almas libres y hace de la libertad su principio organizador. Pero me había obligado a no observar lo que sucediera en clave de contradicciones (lo que dicen ser versus lo que realmente son), sino observar en ello una convergencia de elementos, una intersección de tradiciones e ideas de la que emerge cierta novedad. Sí, novedad, ya que ni es lo mismo que otras experiencias, ni hay pura repetición, ni hay mera contradicción de factores que haría eclosionar esto más temprano que tarde.
Como dije, se asemeja a un recital de un grupo pop, lejos de un meeting político con sus cantos, sus bombos, su liturgia y sus choripanes que realmente se extrañaron. No obstante, una bandera sí llamó la atención, no pasaba inadvertida, imagen y leyenda que se encontraba en banderas anudadas al cuello, en remeras, en gorras, en barbijos. El sol se escondió, las luces artificiales y del escenario se hicieron protagonistas y los parlantes comenzaron a escupir una música que no se correspondía con la actitud apacible de esa juventud prolija con sus mates a la espera del líder.
Metallica ahora era la protagonista y cuando comenzó a sonar el álbum Negro sacudió cierta modorra de esa juventud apacible. Claro, remeras y banderas con la leyenda "Don't tread on me" y la serpiente enroscada símbolo de la derecha estadounidense se corresponden con la canción homónima de Metallica y su serpiente enrollada del álbum Negro. Esas banderas amarillas con el símbolo mencionado refieren a la bandera Gadsden diseñada a fines del XVIII y utilizada por los grupos liberales afines al gobierno limitado durante la segunda mitad del siglo XX, por el Tea Party ya entrado el presente siglo y por los grupos de extrema derecha que tomaron el Capitolio este año. Esa imagen se ha constituido en el elemento distintivo, identitario, de este grupo de jóvenes interpelados por Milei y su discurso incendiario. Una bandera y un símbolo que expresan una identidad colectiva. No estamos ante individuos atomizados, sino ante un fenómeno colectivo, se reconoce una identidad común.
Lo llamativo es que con esos parlantes escupiendo los riff de James Hetfield y compañía, esa juventud nunca se despeinó, no hicieron pogo ni perdieron los estribos con esa propuesta musical que avizoraba la pronta presencia del líder. Sí respondían con vigor a la arenga, por ello, no se trataba de una fiesta de cumpleaños con globos amarillos, música pegajosa y personas arriba de un escenario haciendo el ridículo con algún paso de baile. También quedaba claro que el momento de los buenos modales no era lo propio de esta propuesta. No levantan la bandera del consenso y el acuerdo, sino el llamado a la batalla del "Don't tread on me". La presencia del león es significativa, según Maquiavelo representa la fuerza pero que en esta ocasión se enfrenta a la astucia y el engaño de la zorra, esa “casta política” que ubica como blanco de sus críticas y responsable de todos los problemas. El líder no tiene palabras suaves, no pretende agradar ni tender puentes de diálogo, más bien profesa insultos hacia el ministro de Economía, hacia la "casta política" con esa voz carrasposa, con una serpiente enroscada en clara posición de ataque y con el thrash como banda sonora de esa “libertad” que se abre camino a las patadas. Como supo decir a fines de los ’70 Friedrich Hayek: “…los principios liberales sólo pueden aplicarse de forma coherente a quienes obedecen a principios liberales, y no siempre pueden extenderse a quienes no lo hacen”, en otras palabras, la libertad se impone frente a sus enemigos y de ser necesario a través de la fuerza. Esta actitud es la que está presente en este acto, crear “libertad” a sangre y fuego.
Por esto entre Milei y Cambiemos no hay una diferencia de grado, sino una diferencia de naturaleza. Milei habla desde otro lugar, se para en otro lugar, pronuncia otras palabras y moviliza otras pasiones. Ni es el Duce, ni tampoco el Führer. Tampoco estos jóvenes usan camisas pardas o camisas negras y muy rara vez se cuela en el discurso alguna referencia a lo nacional. No es su objetivo volver a hacer grande a Argentina, ni una Argentina para los argentinos.
Su objetivo es la libertad y todo lo que huela a intervención estatal es comprendido como un atentado a la misma. La libertad económica es el soporte para la libertad política, no se puede si quiera pensar en esta sin haber previamente garantizado aquella. De aquí ese “viva la libertad” a secas, con ese “carajo” irreverente, con esa incorrección política que fascina a una juventud que se ve interpelada por una radicalidad que parece no encontrar en otras latitudes.
Es posible recomponer dos elementos-fuerza en el discurso de Milei. En primer lugar, un fuerte componente de verdad. "Primero los datos" resulta ser su principio rector. El dato, el dato empírico es la referencia de un Milei para desechar cualquier tipo de ejercicio hermenéutico o relato “seudo-científico”, el dato como aquello que está ahí en la realidad, en un exterior, que se debe conocer. A la verdad se la conoce, no se la interpreta parece decir Milei, y la economía neoclásica es el modo de hacerlo.
Frente a las acusaciones y críticas de no haber asistido a la primera sesión de Diputados donde se discutía el presupuesto, el líder responde: "En un acuerdo de castas políticas, entre Juntos por el cambio y el Frente de Todos acordaron silenciar las voces de las minorías. De nada sirve calentar una silla, mejor contarle la verdad a la gente, por eso estoy acá". El compromiso de Milei es con la verdad, por ello nunca dejó de mandar a leer a sus adversarios, que vayan a revisar los libros, que estudien. Su discurso político está fuertemente teñido de una contienda entre la verdad y la ignorancia.
El otro gran componente presente es la moral. Recién mencioné la bienvenida que se nos dio: "La moral es nuestro distintivo". Ese distintivo nunca dejó de estar presente, lo que distingue a Milei de la “casta política” es la moral, el vector no es político sino moral. Es decir, claro que es político, pero están interesados de construir la diferencia desde otro lugar. Lo que distingue a Milei de la casta no es una diferencia política, es una diferencia moral, no reconoce proyectos políticos antagónicos en disputa sino que los hace responsable de vivir a costa del esfuerzo y el trabajo de la gente. Tampoco podría ser una diferencia política desde el momento que no admite definiciones colectivas, el establecimiento de fines y metas comunes. Como expresara Hayek, “…el mayor descubrimiento jamás hecho por el género humano fue la posibilidad de que los hombres vivieran juntos, en paz y con beneficio mutuo, sin tener que ponerse de acuerdo sobre fines comunes y concretos, sólo vinculados por normas de comportamiento abstractas”. Por ello, la crítica que realiza Milei al presupuesto no es una crítica política, es una crítica moral: "El presupuesto es inmoral porque es una estafa, una confiscación" grita en un momento de su discurso. Habría que ver cuál es esa moral que pone en juego, si la Teoría de los sentimientos Morales o la de Derecho, Legislación y Libertad. Sea cual sea, es en ese terreno donde pretende instalar la diferencia con las “casta”.
Finalmente, una la lógica futbolera pareció invadir el acto del lunes, donde el abucheo, los silbidos y los aplausos eran los modos de aprobación o rechazo. Cuando Milei cita al "gran maestro Juan Carlos de Pablo" la hinchada aplaude y vitorea. Es uno de los propios que merece el reconocimiento. Lo mismo sucede cuando entra a la cancha Von Mises, es aplaudido mientras Milei lo cita diciendo: "Mientras ellos sigan repitiendo sus mentiras, nosotros seguiremos repitiendo nuestras verdades". Otra vez pone en juego el tema de la ignorancia, las mentiras y el engaño frente a la fuerza de la verdad.
Pero cuando menciona a Keynes, la hinchada le hace notar su hostilidad, está jugando de visitante. Lo chiflan y lo abuchean, cual jugador visitante del clásico rival que acaba de cometer una falta, está haciendo tiempo o es reemplazado por otro que, en este caso, podría ser un Martin Guzmán con quien ya no tienen ningún cuidado y la hinchada se acuerda hasta de su madre.
No hay individuos, hay un espíritu de grupo, se piensan parte de una cruzada que, si bien reconocen las desventajas en las que se encuentran, las mismas no son un obstáculo sino un incentivo. De la manera en que Milton Friedman en el prefacio que agrega en 1982 a su libro Capitalismo y libertad de 1962 decía: “…were a small beleaguered minority…”. Una pequeña minoría asediada preocupada del peligro para la libertad que resulta del crecimiento del gobierno, hoy el grupo Milei se percibe de ese modo, una minoría pero en crecimiento, cruzados en defensa de la libertad, la propiedad privada y la familia.
Asistimos a un fenómeno novedoso, creo yo, aunque sin el calibre suficiente para convertirse, al menos por el momento, en un acontecimiento de envergadura. Es un ritual neoliberal con rasgos muy particulares. Son almas libres pero que reconocen un líder; son almas libres pero que encuentran en las banderas amarillas con la serpiente el elemento distintivo que los transforma en un colectivo, dejan de ser individuos y se hacen grupo. La tentación de pensarlo en clave de totalitarismo o fascismo parece ser muy grande. Pero sospecho que para que calcen estas viejas categorías en estos nuevos fenómenos, muchas correcciones se le deben realizar, al punto que estas rectificaciones poco dejen del original volviendo inútil su misma utilización. Lejos de cualquier pereza intelectual, nos demanda mucho esfuerzo poner en claro qué es lo que se está moviendo, cuáles son los cruces y las intersecciones que hacen emerger estos fenómenos y qué se fragua en este Hayek con campera de cuero.