El mejor equipo en los últimos quince años: la primera década del milenio concibió formas exitosas de series policiales caracterizadas por investigaciones técnicas y trabajo grupal, en las que en lugar de un detective-héroe hosco, excéntrico y solitario, los protagonistas eran enormes escuadrones súper profesionales de policías científicos, peritos, oficinistas, estadísticos, criminólogos, hackers y estudiosos de la conducta delictiva. Esos que en cada investigación, para pillar al bribón en cuestión de cada capítulo, debatían en laboratorios interdisciplinarios con equipamiento hipersofisticado y clima de charla TED. Es el caso de Criminal Minds, la serie que acaba de estrenar su duodécima temporada (va los lunes por AXN), y que desde su debut en 2005 explotó la veta “mental” de la pesquisa criminal, con un equipo de psicólogos especializados en la construcción de perfiles de conducta de cada sospechoso. Lo exitoso del formato de Criminal Minds no se mide sólo por las doce temporadas que ya acumula, sino también por los dos spin offs que posibilitó, Criminal Minds: Suspect Behavior y Criminal Minds: Beyond Borders, ramificaciones de la misma búsqueda técnico-psicológica aplicada al universo de la serie policial.
A diferencia de otras experiencias televisivas de “policiales técnicos y de equipo”, como la huesera Bones, como la filocastrense NCIS o como el tanque cientificista CSI (dedicado a la investigación de microscopio y reactivos químicos, con 15 temporadas y su propio tendal de spin-offs), Criminal Minds construye su atractivo en torno a las ciencias sociales: conductas, hábitos, traumas, neurosis y patrones con los que elaboran los perfiles de los delincuentes, bajo el liderazgo del doctor Spencer Reid (Matthew Gray Gubler), aniñado geniecillo nerd que por momentos parece la versión policial de Sheldon Cooper, de The Big Bang Theory.
Sin embargo, el estreno de la temporada 12 sugiere problemas para Criminal Minds. Otro de los protagonistas históricos de la serie, el actor Thomas Gibson, fue echado tras agredir a un guionista. Y la salida abrupta del personaje, no demasiado cuidadosamente explicada en la ficción, disparó hashtags de fans ofuscados, boicots en redes sociales, caída en el rating en los Estados Unidos –donde el estreno fue semanas antes que en América latina– y hasta rumores de cancelación de la serie. El policial de equipo cierra filas: con la expulsión de Gibson, Criminal Minds incorporó como refuerzo, precisamente, a un ex CSI, el actor neoyorquino-boricua Adam Rodríguez. Todo con olor a fin de ciclo. La franquicia CSI ya bajó la persiana de sus cuatro series. Y Criminal Minds: Beyond Borders aún no confirma su continuidad en 2017. Acaso el retorno de los detectives televisivos parias y personalistas del último lustro –The Killing, Marcella, Dirk Gently, El puente, Broadchurch–, con un fuerte aporte al respecto de las series escandinavas e inglesas, haya ayudado a este paulatino hundimiento del paradigma de los equipos de policías científicos que son orgullo de las instituciones. La segunda década del siglo ha conseguido en la pantalla el revival de los inspectores solitarios y desaseados, los que se saltean los protocolos, los que se pelean con sus jefes, los que desatienden las estadísticas y se apoyan, en cambio, en la rabia. Que es una de las formas de la pasión.