Presentar las protestas mapuches como ofensiva guerrillera, las campañas histéricas contra la vacuna Sputnik porque es rusa, la calificación de feminazi al activismo feminista, las admoniciones apocalípticas contra el matrimonio igualitario, el discurso antivacuna “libertario” y las estrategias difamatorias contra el adversario político son discursos de odio que en la última década han vuelto a impregnar a un sector de la sociedad influido por el macrismo, pero que también se expande hacia todos los ámbitos e impide cualquier forma de diálogo. Difícil que una oposición formateada de esa manera aprobara el Presupuesto enviado por el gobierno.
Según Violeta Demonte, de la Universidad de Madrid “los actos verbales de odio son dispersivos, contagiosos y emocionalmente efectivos; y suelen ser deshumanizadores: el 'otro' pasa a ser una cosa. Son también ecoicos y aglutinan a los afines.”
La renovación de Jaime Durán Barba
Sobre la base de estas premisas, el publicista ecuatoriano Jaime Durán Barba renovó el discurso de la derecha argentina que, hasta ese momento, trataba con poca suerte de convencer con sus propuestas reales que espantaban al público. Desde una fuerza popular, la idea de promover un discurso artificial resulta inaceptable. Desde la derecha conservadora, lo que resulta inaceptable son sus propuestas reales por elitistas y discriminatorias, lo cual, achica el blanco de impacto.
Las fuerzas populares mantuvieron sus programas y la vieja idea de un diálogo racional, más explicativo y por lo tanto más abarcador. Entre esos dos discursos, el conservador quedaba siempre en desventaja y debía recurrir a los golpes militares. Pero el discurso del macrismo logró remover prejuicios silenciados y convertirlos en una especie de catarsis liberadora con su carga de violencia. El discurso explicativo, racional, fue derrotado por el discurso de odio, emotivo.
Las frases del odio
Estas frases forman parte del discurso de odio: “La AUH se va a ir por la canaleta de la droga”, “las jóvenes pobres tienen hijos para cobrar la AUH y no trabajar”, “los desocupados no quieren trabajar, son planeros” , “con la ESI (educación sexual integral) promueven la homosexualidad”, “los pobres lo son, porque no tienen mérito para ser ricos” , “ los mapuches han recibido instrucción militar en el exterior, en el IRA o con las FARC de Colombia. Y hay dos kurdos entre ellos”.
El discurso tiene la misma carga de odio como cuando Elisa Carrió dijo que el peronismo y el kirchnerismo eran una asociación ilícita: “Tenemos que reemplazar a la asociación ilícita con la República. No queremos que nuestros hijos sean narcotraficantes ni coimeros”.
La estrategia básica de la campaña de Macri en 2015 se basó en acusar sin pruebas a Aníbal Fernández de ser jefe del narcotráfico y responsable del asesinato mafioso de tres personas. El cuento chino contra el candidato peronista se basaba en que era bigotudo y había un narco, que nunca apareció, al que apodaban “La morsa”. El discurso explicativo, racional, fue derrotado por el discurso de odio, emotivo, contagioso, cosificador del otro y con gran capacidad aglutinante de los afines, como señala la académica española.
La criminalización del otro
Es un discurso que cierra cualquier apertura o que la presenta como una traición. El que escucha al otro es un traidor. Si el otro es un narco que amenaza la vida de nuestros hijos, todo es válido para combatirlo, incluso la mentira, la persecución fiscal, el espionaje, la represión violenta, la persecución judicial.
Si el mapuche es guerrillero, guerra sucia; a un Hitler feminazi, leña; el gay es un “pervertido”, hay que eliminarlo; como el desocupado es un vago planista, merece cagarse de hambre; igual que las pobres porque se embarazan por la asignación, y los adversarios políticos son todos ladrones, delincuentes comunes, hay que aniquilarlos de cualquier forma.
El macrismo usó todos esos argumentos que promueven una reacción instintiva, primaria, para defenderse de una amenaza. No se puede escuchar a alguien que nos amenaza. El diálogo no existe, está cerrado y esa, que es una consecuencia del discurso, pasa a convertirse en un elemento distintivo: no escuchar, responder a los gritos, con violencia.
Los discursos de los legisladores macristas durante el debate en Diputados, cuando rechazaron el Presupuesto, tenían esos elementos. Personajes como Patricia Bullrich o Fernando Iglesias construyen sus argumentos como herramienta para patotas de linchadores. La jactancia de ser democráticos es utilizada para no serlo. Así era el discurso de los viejos dictadores que daban golpes antidemocráticos con la excusa de defender la democracia.
El papel de los medios
La responsabilidad por la difusión y amplificación de estas ideas elementales, primarias, recae en la militancia muy bien pagada de periodistas y comunicadores. La brutalidad de ese discurso tiene el gancho que busca el comunicador con su público: impacta, convoca, enfurece. Son comunicadores que no tienen otro bagaje intelectual. Esconden ese vacío en la frase ofendida o indignada y se convierten en candidatos porque son buenos transmisores del discurso de odio.
La actual senadora por Santa Fe, Carolina Losada, era uno de esos comunicadores. Su pensamiento se cristalizó en estos mensajes de twitt: “Confirmado: somos los hamsters de los rusos. Voluntarios obligatorios...¡Gracias por cuidarnos tanto Ginés, Alberto!” Este personaje es vicepresidenta del Senado y en seis meses se infectó dos veces con coronavirus por su rechazo a la vacuna.
Sobre la construcción del discurso de odio, la catedrática Violeta Damonte plantea la necesidad de reflexionar “sobre la disposición cognitiva a aceptar como mejores, y dar el rol de explicación, a las generalizaciones más simples, si se corresponden con nuestros estereotipos y nuestros sesgos; la influencia de los grupos sociales con los que se convive; la tendencia a no fundar nuestras generalizaciones en pruebas y en datos; la disposición a autoengañarnos si esto ratifica una creencia y la persistencia del odio en nuevos lugares de culto como son ciertos medios de comunicación y las redes sociales “.
Los antecedentes históricos
La eficacia de Durán Barba al renovar el discurso de la derecha no fue solamente por su arquitectura sino porque también hay muchos antecedentes en el país. Existe una tendencia en los sectores dominantes a asumir este discurso en la historia argentina. La primera experiencia exitosa fue cuando los rebeldes federales fueron calificados de asesinos y bandoleros para justificar la “guerra de policía” y exterminio con masacres y degüellos masivos y ejecuciones sin juicio.
El golpe contra Hipólito Irigoyen se preparó con la misma receta: una campaña mediática demoledora, encabezada por el diario Crítica, que lo presentaba como inepto y ladrón, lo que llevó a civiles golpistas a saquear su domicilio. Pero el antecedente más fuerte fue la prédica violenta contra el primer peronismo y Perón. Decían y lo creían, que Perón tenía anteojos especiales para ver desnudas a las mujeres y difundían fotos burdamente falseadas para demostrarlo. Apenas refinados, el lawfare y las fakenews de la actualidad tienen esos antepasados nefastos en la historia del país.
El discurso de odio deforma el proceso histórico de un país. No solamente porque no escucha y cierra el diálogo, sino porque su consecuencia lógica es buscar la aniquilación y eliminación del adversario, a quien presenta como una amenaza. Cuando el macrismo mantiene esa actitud, el funcionamiento democrático apenas se sostiene.