Conocí a José Pablo Feinmann, como la enorme mayoría de los argentinos, leyéndolo. En mi caso lo primero fueron las notas en la revista Humor, "La Sangre derramada" y, poco después, los hermosos fascículos de "La filosofía y el barro de la Historia".
Leía sus notas en Página/12, acordaba con algunas y no con otras, me enojaban sus auto referencias pero, así mufado y todo, me fascinaba su profundidad y su lucidez, que volví a encontrar en los tomos sobre el peronismo.
Pero la historia nos iba a unir, querido José, de modos impensables, en un encuentro que jamás pensé que se vincularía a aquellas lecturas y diálogos internos que tenía con vos.
Un día de octubre 2016 me enamoré de Virginia Feinmann, leyéndola, sin tener la menor idea de que era tu hija. Tan caído del catre fui que hasta le pregunté un día en broma si no sería hija de la "tía" Feinmann por su apellido (nunca había sabido que tenía hijas).
Virginia no solo me dijo que sí era tu hija sino que me preguntó si tenía una hija y me deseó que se enojara del mismo modo que ella cuando algún pelotudo le dijera "tía Feierstein" a su padre a los 70 y pico y operado :-) yo quería meterme abajo de una mesa y no volver a salir.
Con Virginia descubrí la lectura de otro José: el novelista. El autor de la que creo la mejor novela sobre la dictadura ("La crítica de las armas"), aunque siempre me decías que eso era porque no había leído "Recuerdos de infancia". ¡Todavía tenemos esa deuda con vos, José!
¿Por qué "La crítica de las armas" me parece tu mejor novela sobre la dictadura? Porque en lugar de desplegar heroísmos reales o imaginarios, nos transmitiste tu terror y al mismo tiempo la "decepción" de que "no te vinieran a buscar"... ¿sería que lo tuyo no valía nada?
Hay que ser realmente valiente para lidiar con aquello que no nos gusta de nosotros y preferimos negar para salvar nuestra autoestima, aceptar que quizás fuimos unos pelotudos. Fuiste demoledor con vos mismo en esa novela, con tu propia autoreferencia, hasta con el patetismo.
Pero además "La crítica de las armas" es una novela tierna, repleta de suspenso, escrita sin retorcimientos formales, una prosa llana que, parafraseando a Fontanarrosa, "te pega una piña en el medio de la cara" o "te agarra de los huevos y no te larga hasta el final".
A vos te gustaba más "La astucia de la razón" (te enamoraba esa novela) por sus experimentaciones formales en esa prosa retorcida del obsesivo, un logro innegable, te lo reconozco, pero que no puede compararse con la llaneza cruda de "La crítica..."
Pero no era de eso que quería hablarte en este hilo sino nuestro encuentro allá por comienzos de 2017, a poco de haberte operado, de la lenta pérdida de tu alergia al judaísmo, un recorrido entre pletzalej, boios y knishes que te llevaba algunos domingos.
Al verme llegar siempre preguntabas "¿qué trajiste para comer, Danieeel?" y luego charlábamos de política argentina e internacional, filosofía, fútbol, cine, yo te hablaba de Levinas y vos de Sartre, recuerdo insistir en que tu tipo de crítica a Heidegger solo podía ser judía.
... y vos retrucabas que tu madre Elena era heredera de los Albuquerque (historia mítica, yo tengo otras hipótesis más pedestres) mientras te lastrabas el cuarto pletzalej de pastrón cuando María Julia salía para la cocina (se supone q podías solo dos pero hacíamos trampa).
Conocí pocos tipos tan buenos como vos (Virginia me carga aun hoy y dice que eso es "porque no te conocí antes de la operación"). Pero yo de tu cinismo jamás vi muestra y de tu preocupación por nuestro país doy fe... te vi sufrir al macrismo y también las tibiezas de este gobierno.
Querías escribir una última novela, cuyo título provisorio sería "La senectud", querías reírte de vos mismo otra vez, de tu enfermedad, tal como habías sido capaz de reírte de tus terrores y vergüenzas bajo la dictadura. No tengo dudas de que hubiese sido una novela brillante.
"La senectud" le habría disputado mi podio interno a "La crítica de las armas"... Pero te asustaba un poco meterte otra vez con tus fantasmas, José. Y te flaqueaban las fuerzas. Te vi intentarlo como Superman frente a una montaña de kryptonita y decirme "no tengo ganas ya..."
Tengo una bronca, José. Tengo bronca por no haberte conocido antes, bronca porque no hayas podido recuperarte, bronca de no haber tenido más horas y más domingos, bronca de que nunca fuimos juntos a vaciar una parrilla como planeábamos, bronca de tantos momentos que no tendremos.
La Turca Andrea, esa trosca hermosa que anduvo por Chiapas entre sus viajes de lucha, me transmitió un saber indígena que dice que una parte nuestra se muere con los seres queridos así como una parte de ellos se queda con nosotros.
Así como llamó la Turca, las redes estallaron con el amor de tu pueblo: cómo no atesorar los mensajes de las Madres y las Abuelas, el saludo de Evo Morales, los miles y miles de militantes de distintos signos a quienes tus hijas Virginia y Verónica no hacen a tiempo a responder.
"Peronismo con hambre no es peronismo" titulaste una de tus últimas notas. Y yo, un zurdo que nunca terminó de hacerse peronista, no puedo más que admirar tu lucidez y compromiso pero, sobre todo, el que hayas sido una hermosa persona, uno de "los buenos".
Tu otro yerno, el ilustrador Juan Soto, me decía estos días precisamente eso: que los miles y miles de mensajes destacaban tu claridad de palabra, tu compromiso o profundidad, tu rol de filósofo o novelista... pero que se olvidaban de lo más importante: que fuiste un gran tipo.
Sí, Juancito, tenés razón. José era un gran tipo. Valiente, cabrón, autoreferente, políticamente incorrecto, capaz de decir las cosas más hirientes pero también las más tiernas. Un apasionado por la justicia, que sufría cada revés de su pueblo como propio.
Te voy a extrañar, José. Te vamos a extrañar. Sé que, en algún lugar muy adentro mío, te llevo para seguir charlando. Me lo enseñó la Turca trosca, que lo aprendió de los mayas chiapanecos y supongo que ellos también de algún otre... y quizás a alguien se lo podamos enseñar.