La memoria siempre vence al olvido. Los propaladores de la amnesia colectiva no tienen chances de imponer su subjetividad. En un territorio de pasiones como el fútbol, esas posibilidades se reducen al mínimo. Aquellos que lo intenten se darán de frente contra una pared. No pudieron uniformizar el pensamiento con su tanque de guerra, el Mundial ’78. No pudieron las diatribas de José María Muñoz contra la CIDH en 1979. Tampoco aquella película de Sergio Renán, la Fiesta de Todos, casi una mueca burlona de La Tregua, su obra cumbre. Fracasaron cientos de notas publicadas en El Gráfico, Gente y Para Ti, que intentaban legitimar a la dictadura desde Editorial Atlántida. Sus voces derrotadas ni siquiera juntaron un equipo de once. Quedaron agazapadas en los pliegues de la historia donde su negacionismo no tiene cabida.
En aquellos clubes sometidos al silencio en tiempos de terrorismo de Estado hoy se levantan espacios de libertad. También de compromiso en defensa de sus patrimonios y del objetivo para el que fueron creados. Muchas vidas son reivindicadas y recobran su identidad en un carnet, una baldosa o la condición de socio honorario. Página/12 cubrió esos actos que aparecen dispersos entre tantos otros que organizan los organismos de Derechos Humanos, pero que, juntos, proponen una unidad de sentido. Una idea que corre a la par de los colores, las camisetas y la pelota cuando la vorágine descansa de tanto resultado, táctica o sentimiento futbolero exacerbado.
Se va terminando 2021 con homenajes de alto impacto como los que organizaron Huracán y Racing. Actos muy concurridos donde se entregaron carnets a familiares y amigos de los socios e hinchas desaparecidos. Si se llegó a esa instancia es porque hubo antes una búsqueda de identidades deportivas. Una tarea de orfebres entre registros polvorientos o pedazos de historias arrumbadas en cajones, ficheros o lo que se pudo salvar de esos papeles ahora convertidos en documentos. El club de Parque Patricios rescató del olvido a ocho detenidos-desaparecidos. Están entre ellos Norberto Morresi, hermano de Claudio, el ex futbolista y actual diputado porteño. El hijo del tintorero del barrio, Oscar Oshiro, que pasó por el semillero del Globo. Norberto Palermo, nieto del socio número 5 de Huracán. Todos militaban en alguna agrupación política, sindical o estudiantil.
En el estadio Presidente Perón de Avellaneda, cinco socios presentaron la iniciativa del reconocimiento para hinchas que fueron víctimas de la dictadura genocida. La posta la tomó un equipo de trabajo que pesquisó los padrones y llegó a la cifra de 46 nombres teñidos de blanquiceleste. La cifra por ahora se detuvo ahí: en el poeta Roberto Santoro, el tenista Daniel Schapira y el diputado nacional Armando Croatto, hincha de Independiente pero socio y empleado de Racing, entre otros. Julián Scher, uno de los referentes de esta búsqueda, aclara: “Todavía podrían aparecer más casos”. Es muy probable.
Héctor Schmucler, prestigioso semiólogo y especialista en comunicación fallecido en 2018, decía: “Estamos en el mundo de la gran memoria, pero de la memoria del disco duro. Y de lo que estamos hablando no es de tener simplemente registrados datos, sino de una memoria que instale una forma de acción”. En eso están la Coordinadora de Derechos Humanos del Fútbol Argentino, las comisiones y subcomisiones de DD.HH de varios clubes y la militancia futbolera en general. Rinden tributo a una memoria que no está adormecida.
En Racing se impuso el criterio reparador más amplio posible en la entrega de carnets a familiares de sus socios e hinchas desaparecidos. Una modalidad que había inaugurado Banfield, que siguió Ferro también, que va camino a repetirla Argentinos Juniors porque ya la aprobó por unanimidad su comisión directiva en marzo de este año. El club reconoció la labor de la subcomisión de DDHH dándole la jerarquía de comisión desde el miércoles 22 de diciembre.
Pero no todo pasa en instituciones de la Capital Federal y del Gran Buenos Aires. Ni en Boca y River, que firmaron un acuerdo con Abuelas de Plaza de Mayo para explorar el pasado. Santiago Garat cuenta desde Rosario lo que armaron en Central, su club: “Lo primero que hicimos fue revisar en los padrones. Varios compañeros y compañeras se sentaron hasta dos veces por semana a buscar datos y llegamos a encontrar once socios, diez hombres y una mujer. Decidimos hacerles un homenaje. Inauguramos una placa que está adentro del estadio. Al año siguiente logramos que un 24 de marzo los jugadores ingresaran a la cancha con los nombres de esos detenidos-desaparecidos en la espalda y en 2021 plantamos once árboles en el predio del club en Arroyo Seco en homenaje a los compañeros”. El gesto de Rosario Central se dio en tres dimensiones distintas, lo que prueba la dinámica que tomaron estos actos de resistencia colectiva.
Las ideas prendieron en Newell’s y otros clubes del interior. “Cherco” Smietniansky, uno de los pioneros, abogado y banfileño, hace un punteo con esfuerzo de los clubes donde la memoria le ganó al olvido. No es fácil contarlos. Señal de que ya son demasiados y todavía faltan más. San Lorenzo, Vélez, Talleres de Remedios de Escalada, Belgrano, Los Andes, tantos como los que se encuentran representados en la Coordinadora de DD.HH. Funcionan en iniciativas comunes, exploratorias, de juntadas para marchar en cada aniversario del último golpe de Estado que además se extendieron a los restantes días del año.
Por ahora la AFA quedó relegada en esta conjura de clubes que abandonaron el dócil rebaño dominado por la industria del entretenimiento, que tiene escasa o nula predisposición a divulgar lo que pasa. El 24 de marzo último, la Coordinadora de DD.HH presentó una nota para que las políticas de memoria, verdad y justicia tengan un impulso oficial en el ambiente del fútbol. “Todavía no hubo respuesta”, dice Smietniansky.
En la AFA se instaló un batallón con militares de alto rango durante la dictadura. El coronel Carlos Michel en el Colegio de Árbitros, el comodoro Julio César Santuccione y el brigadier Luis Fagés en el Tribunal de Disciplina, Fernando De Baldrich – otro coronel – en el Comité Ejecutivo y Alberto Julio Candiotti, de esta lista, el militar con más actualidad.
Ex asesor de Julio Grondona y ex vicepresidente de Colón, su pasado como represor volvió a quedar expuesto en la causa que tramita hoy el TOCF 1 de La Plata por los juicios de los Pozos de Banfield y Quilmes y el centro clandestino de detención El Infierno de Lanús. Era el jefe de la Sección Comando y Servicio. El juicio que se le sigue junto a otros militares es por 442 casos en donde se investigan los delitos de “privación ilegal de la libertad; aplicación de tormentos; homicidios; desapariciones forzadas; sustracción, retención y ocultamiento de niños y niñas nacidos y nacidas en cautiverio, más delitos contra la integridad sexual”.
Candiotti integró el temido Batallón de Inteligencia 601 mientras se desempeñaba en la AFA entre 1977 y 1980. Todavía hay demasiado por saber en la casa del fútbol donde no se abrió ningún archivo relevante de esos tiempos. Los clubes, hijos de esa madre olvidadiza, son su contracara. Hace dos décadas empezaron a resignificar su pasado. El 25 de mayo de 2001, después de aislados actos de desagravio en un puñado de clubes por la presencia de represores, Defensores de Belgrano le colocó el nombre de un desaparecido a su tribuna local. La nombraron Marquitos Zuker en honor a un joven secuestrado en 1979 durante la llamada contraofensiva montonera, hijo del recordado comediante homónimo. Su imagen dibujada frente a la Ex ESMA y una baldosa lo recuerdan con alegría militante hasta hoy. Una postal que se replica de múltiples formas desde Estudiantes y Gimnasia en La Plata a All Boys en el porteño barrio de Floresta.