Para una mujer trans, cumplir 60 años ya es una hazaña. Sobre todo, si sobreviviste a la persecución policial, a las desapariciones en la última dictadura militar, a la prostitución y al Sida de los 90. Pero la proeza se hace más grande si abriste camino a la visibilización y a la organización de la comunidad trans en uno de los rincones más conservadores de la Argentina.
Mary Robles es ahora asesora del gobierno provincial, con quien articula la asistencia a la comunidad trans en Salta, estudia derecho y es abuela de 6 nietos. “¿Sabés qué es lo bueno de ser persona trans hoy en día?”, confiesa a Salta/12: “Lo que me marginaba antes, hoy no lo hace. La gente no me ve como una persona trans. La gente se acostumbró a verme como Mary”.
El príncipe azul
En la Salta de fines de los 60, no abundaban los televisores. Tampoco las personas trans, y las pocas que había, estaban invisibilizadas. Mary Robles vivía en una humilde casa en las afueras de la capital salteña, junto a su hermana, y a sus padres, que habían venido de Anta para probar suerte.
Hija de un camionero y una empleada doméstica, Mary tampoco tenía televisor. Así que los domingos a la tarde su madre le daba 5 centavos para que pudiera ir a la casa de un vecino a ver las producciones de Disney. Con solo 8 años, Mary recuerda esas tardes como el despertar de su transexualidad.
“Entonces soñaba con el príncipe azul, y era raro que un niño soñara con el príncipe azul. Los nenes tendrían que haber soñado con una pelota, con dragones, con el farwest…”, recuerda. El problema de esas dudas que la asaltaban, es que no las podía compartir. “Yo no se lo podía contar a nadie. Mi mamá tenía otro pensamiento, de campo. Mi hermana mayor supo y fue la primera que me aceptó. Yo lo padecía, pero lo peor es padecer cuando tenés una sociedad que no te va a permitir nunca que vos le puedas decir que te gusta vestirte de mujer. Era un pensamiento muy avanzado para la época”, se lamenta.
La infancia de Mary fue transcurriendo con esas dudas que se fueron transformando en certezas, hasta que un buen día su identidad salió a la luz como una revelación. “A los 13 años, un día salgo de ducharme con un toallón puesto en la cabeza y lo que vi fue el reflejo de una mujer. Me vestí de mujer y me fui de mi casa a vivir una vida de mujer.” Un camino que estaría lleno de obstáculos.
Dejó de estudiar por el hostigamiento de algunos docentes del Hogar Escuela y empezó a trabajar como empleada de casas particulares. A veces dormía en la calle, otras en las casas de amigos que le daban refugio, o en las casas de las familias para las que trabajaba. “Yo parecía chica, era una nena, entonces no se daban cuenta. Y cuando se daban cuenta, yo me iba. No aceptaba el rechazo”, rememora.
Mary tuvo que pagar con su adolescencia la decisión de ser mujer en una sociedad que no estaba preparada para aceptarla. “Tratando de sobrevivir con mi identidad de género no logré tener el primer beso. Tuve relaciones, pero sufría en el momento en que tenía que intimar. No existía el paradigma social de un chico con una chica trans, entonces la relación se basaba en el sexo cuando a él se le antojaba, y nosotros nos quedábamos al lamento con el sentimiento, con los deseos. A mí me robaron el primer beso, la ilusión, conocer el amor”, agrega melancólica.
A los 17 años empezó a trabajar en el bajo de la ciudad de Salta. “La prostitución todavía no era una opción para las travestis, eso lo fuimos conquistando en los 80”, relata Mary. Por eso, practicaban el “chiqué”, que consistía en tener relaciones sexuales “por delante o vaginal ya que no se podía o no se usaba anal”. “Los tipos pensaban que se acostaban con una mujer, no con una chica trans”, explica. La actividad era bastante arriesgada: “te podía costar la vida o recibir golpes si el cliente te descubría“.
La belleza es el pelo largo
Los 70 fueron años muy difíciles para la comunidad trans, y Mary lo descubrió tempranamente. “Mi primera caída presa fue a los 13 años, un día de la madre, y mi mamá me tuvo que ir a sacar. Me agarraban en la calle caminando. En aquel momento llamabas la atención. La comunidad aparecía a las 8 de la noche y desaparecía a las 5 de la mañana. No podías estar diferente durante el día, porque si eras amanerado te llevaban preso por maricón”, recuerda Mary.
Las estancias en las comisarías eran una verdadera tortura, y estaban destinadas a disuadir a las personas a que asumieran su verdadera identidad. Las travestis pasaban al menos 15 días completamente incomunicadas en celdas que no tenían camas ni frazadas. “Por ahí, algún policía se apiadaba y nos pasaba un cartón de noche y dormíamos arriba del cartón. Había policías abusadores y no abusadores, y había policías que nos consumían. La pasamos mal”, se lamenta.
Si eras reincidente, como el caso de la protagonista de esta historia, el encierro podía extenderse hasta los 90 días. Para esos casos, los policías apelaban a una medida correctiva que implicaba una verdadera humillación: raparles el pelo.
“Yo ya era reincidente, por ejemplo, entonces para no verme en la calle o para corregirme de lo que yo quería ser, nos rapaban. Por lo general yo tenía el pelo hasta la cintura o la cola o más abajo, imaginate tantos años para tener el pelo largo y de la noche a la mañana te corten el pelo así, era horrible. A ver… la belleza de la mujer en aquel entonces era el pelo largo. Lo que ellos hacían era hacerte un daño moral”, se indigna.
Había que tener demasiado coraje o determinación para insistir en el camino de identidad que había elegido: “hay muchas chicas que no han vuelto a ser personas trans nunca más. Era tal el acoso y la persecución que sufríamos que ya no te quedaban ganas de volver a vestirte de mujer”.
Una escuela LGBT
En este contexto de acoso y persecución, había un solo momento del año y un solo lugar en los que la comunidad podía ser, a la vista de todo el mundo, y sin recibir condenas, sino aplausos: el carnaval.
Desde mediados de la década del 60, las pocas mujeres trans que había en Salta participaban de los tradicionales corsos del carnaval.“Había una comunidad, pero estaba invisible. Aparecía solamente para los carnavales donde era el único lugar donde tenían libertad para vestirse. Para carnaval nos amaba la gente, pero después terminaba el carnaval y éramos degenerados”, evoca Mary.
Efectivamente, un buen día se terminaron. El gobierno de facto prohibió en 1977 la participación en los carnavales de personas gays y travestis. Las 7 u 8 chicas trans que participaban de las comparsas fueron buscadas casa por casa. Algunas lograron escapar, y otras, como Janet Derganz, permanecen desaparecidas.
Mary tuvo que conseguir el documento de una amiga para poder participar en los carnavales del 77 y del 78. “Participé en los corsos vestida de mujer con un documento prestado. María Mercedes fue y sacó el permiso a su nombre para que pudiera participar. Así que yo me llamaba María Mercedes en medio del corso. Y como parecía chica y salía en medio del grupo, nunca se dieron cuenta”, se ríe.
Con el retorno de la democracia, volvió el fervor por el carnaval. Mary fundó junto a otras compañeras, la comparsa “Los Caballeros de la Noche”, que se transformaría en un ícono de los corsos salteños. El origen del nombre provino de un libro: “La Víctor Hugo (una de las compañeras) estaba leyendo un libro que se llamaba 'Caballeros de la Noche, profanadores de tumbas', entonces le pusimos así ya que nosotros salimos a las 8 noche y desaparecemos al amanecer”.
En la primera presentación, en los carnavales de 1984, decidieron anotarse con sus nombres de varones. Eran conscientes que, de lo contrario, podían ser rechazadas. Las inscribió la hermana de “La Pocha”, una de sus integrantes, y una vez que obtuvieron el permiso de la Policía, salieron vestidas de mujer. La picardía dio sus frutos: “la primera noche fue el boom porque la gente no se lo esperaba. Participamos todas. Ganamos la noche de gala”, rememora Mary.
“Los Caballeros de la Noche” representó para la comunidad trans de ese entonces mucho más que la posibilidad de visibilizarlas. “Los Caballeros de la Noche fue una escuela LGBT”, reflexiona Mary, y agrega que “la militancia más grande se hizo dentro de Los Caballeros de la Noche”. “Era una escuela de enseñanza de arte y cultura. Te enseñaba a maquillarte, a vestirte, a arreglarte, a estar actualizada. Y eso también te preparaba para la vida”, completa.
Perder la identidad
1981 fue un año visagra en la vida de Mary. Dos sucesos trágicos la separaron durante toda una década de su identidad autopercibida.
El primero de ellos fue el femicidio de su hermana mayor, en manos del hijo de su pareja. Quedaban huérfanos de madre y en situación de indefensión un niño de 3 años y una bebé de 9 meses, que venían a ser sus sobrinos.
El otro episodio que cambiaría su vida ocurrió un mes después. Mary fue detenida en la casa de una amiga suya que también ejercía la prostitución, sin saber que allí había 7 menores de edad. “Estuvimos una semana sin causa, y después me quisieron incriminar por corrupción de menores, pero como los menores declararon que no me conocían, no pudieron hacer nada”, relata Mary.
Sin embargo, en el proceso la llevaron a la cárcel de Villa las Rosas, donde vivió la peor humillación de su vida: “Yo tenía el pelo largo hasta la cola. Me pelaron ahí, me hicieron desnudar ahí, los presos viéndome. Lo peor en ese momento es que no teníamos hormonas, no teníamos siliconas, no teníamos nada. Salí pelada y deprimida”.
Una vez liberada, su madre le pidió que volviera a casa, con la condición de que no se vistiera de mujer. “Yo tenía un resentimiento total. Nosotros no teníamos ni dónde sentarnos. Entonces, yo estaba sentada en una piedra al fondo y los veo a los nenes tirados en el piso, tirando la comida, y yo pienso 'me estoy lamentando por lo que me ha pasado a mí y lo de ellos es peor porque no tienen a la madre'”.
Hacerse cargo de sus sobrinos le significó tener que dejar de ser Mary durante 10 años. Los ingresos de su madre no alcanzaban para sostener la casa y ella no tenía un trabajo estable. Entonces, se valió de lo poco que había aprendido en un curso de peluquería, y empezó a cortarles el pelo a los chicos de Villa Los Sauces, el barrio donde vivían. “Venían los chicos a las 11 de la noche y eran las 5 de la mañana y yo estaba haciendo permanentes, que es lo que estaba de moda en aquel entonces”.
Gracias a la ayuda de un hombre que se había enamorado de ella, Mary se pudo ir perfeccionando en la profesión de peluquera y terminó poniendo su propia peluquería que llevaría el nombre con el que figuraba su documento: “Marcelo Coiffeur”. “Trabajé muchísimo, hice mucha plata, me volví un peluquero famoso. En los 90 volví a ser mujer y le puse (a la peluquería) 'Mary Coiffeur', y cuando le cambié el nombre la gente dejó de venir. Por suerte, los chicos ya estaban grandes”.
Para ese entonces, el Sida se había cobrado la vida de muchas de sus compañeras. Mary calcula que el VIH hizo desaparecer al 60% de la comunidad trans salteña.
La posta de Pelusa
Mary repite que nunca tuvo intenciones de hacerse cargo de la lucha por los derechos de la comunidad trans. Sin embargo, su vida estuvo atravesada por la militancia en favor de la visibilización de la comunidad y de la defensa de sus derechos.
A mediados de los 90, se fue a trabajar a Mar del Plata para poder pagar una deuda de Los Caballeros de la Noche por unos corsos en los que no habían recaudado lo suficiente para cubrir los costos. Trabajando en las calles de “La Feliz” empezó a sufrir la persecución de la Policía. “Entonces decido juntar a todas las chicas trans de Mar del Plata y armo la primera organización, que se llamaba GTM (Grupo Transparencia Mar del Plata)”, recuerda Mary. Con esa organización, que reunió en ese entonces a 75 integrantes, empezaron a visibilizar sus reclamos: “le parábamos la intendencia, le llenábamos de travestis con banderas, comprábamos mercadería y la llevábamos a los comedores, y teníamos un equipo de abogados para defender a las chicas”.
Mary dejó Mar del Plata en 2004, se volvió a vivir a Salta y comenzó a viajar a Europa para trabajar durante la temporada de verano, atraída por el dinero que se ganaba en el viejo continente. Quería juntar lo suficiente para poder volver a su tierra y comprarse una casa. “Estaba pisando los 40 pero estaba linda todavía”, se ríe, mientras muestra en su celular una foto que le sacó el fotógrafo de Christian Dior para una muestra en Paris, en el Museo del Louvre.
Mientras tanto, la dirigente trans “Pelusa” Liendro comenzaba con las primeras Marchas del Orgullo en la ciudad de Salta, para visibilizar a la comunidad y denunciar los atropellos que sufrían por parte de la Policía, amparada por un Código Contravencional que favorecía la represión. En la tercera edición de esa manifestación, en 2006, “Pelusa” invitó a Mary para que la ayude con la organización de la marcha y la presenta como la directora de Los Caballeros de la Noche. Fue la última marcha del orgullo de “Pelusa” y la primera de muchas más que serían organizadas por Mary Robles.
Ella llevaba dos semanas viviendo en Paris cuando se enteró de que “Pelusa” había sido brutalmente asesinada. Por el crimen, terminaron condenando a dos jóvenes, después de un proceso de persecución y detención de la comunidad trans. Unos meses más tarde, Mary regresaba a Salta para hacerse cargo de su madre, que ya estaba enferma, y de la posta que “Pelusa” Liendro le había dejado: la organización de la comunidad trans salteña.
“La gente ya estaba pidiendo que se armara una organización porque las llevaban presas. Así que la primera organización que hago es contra los códigos contravencionales”, rememora Mary.
En 2007, recuperando su experiencia marplatense, fundó el Grupo Transparencia Salta, la primera organización trans salteña que después pasó a representar a todo el colectivo LGBT. “Yo tenía apenas séptimo grado vencido”, reconoce Mary su falta de instrucción para tamaña tarea. Sin embargo, recibió el apoyo de la Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina (ATTTA), que la nombró coordinadora en Salta y le dio la capacitación que necesitaba para liderar la organización.
“No me fue fácil agarrar una bandera que no era mía y que no la quería. En ese momento yo era sola peleando con el sistema. Le decía de todo a (el por entonces gobernador, Juan Manuel) Urtubey, que no me quería, y después pasé a trabajar con él”. Las marchas, los pedidos, los proyectos, la organización de la asistencia a las compañeras de la comunidad se hizo tan visible, que en 2013 fue contratada por el gobierno para la articulación entre la Secretaría de Derechos Humanos y la comunidad LGBT.
La identidad ante todo
Para cuando empezó a trabajar en el gobierno, Mary ya había ganado dos batallas fundamentales en la lucha por su identidad.
La primera de ellas, que las autoridades electorales le permitieran poner su nombre en la boleta en la que participaba como candidata a concejal, en las elecciones de 2011. “Me decían que tenía que salir en los votos legalmente mi nombre. Entonces yo le digo: 'no, si no me conoce nadie, no me va a votar nadie'”.
El segundo fallo a su favor fue el pedido del cambio registral, meses antes de que se sancionara la Ley de Identidad de Género en el Congreso nacional. En enero de 2012 recibió el Documento Nacional de Identidad con el nombre que la había identificado durante tantos años: “Mary Robles”. Fue el primero en Salta.
Su primer nombre de mujer había sido Claudia, en homenaje a la actriz, bailarina y cantante Claudia Lapacó. Hasta que su amiga Evelyn le dijo que “vos no tenés cara de Claudia, vos tenés cara de negra Mary”, y así se hizo conocida en la comunidad trans salteña. En Mar del Plata, cuando la convocaron a un show de transformismo en un teatro, consideró que “la negra Mary” no era un nombre apropiado para una artista, y ahí nomás pidió que pongan en la marquesina el nombre con el que se la conoce en la actualidad.
Mary Robles cumplió la semana pasó 60 años pero no tiene todavía intenciones de jubilarse y está más activa que nunca. No está en pareja porque, según dice, “estuve enamorada en varias oportunidades pero no fui correspondida”.
Terminó el secundario en 2017 y comenzó a estudiar Derecho. Desde su casa continúa asistiendo a la comunidad LGBT, una ayuda que ha sido fundamental sobre todo en estos tiempos de pandemia.
Aspira a poder ingresar a la planta permanente en el Estado provincial. “Me han hablado del Ministerio de Trabajo por el cupo laboral trans, pero la edad no me está dando”, confiesa; mientras tanto trabaja para que otras compañeras puedan ingresar en diferentes empresas.
El año pasado logró ingresar un proyecto de ley integral para la comunidad LGBT que todavía no ha sido tratado en la Legislatura provincial. Y está a la espera de que publiquen su autobiografía. Su historia forma parte del Archivo y Memoria LGBTIQ Salta que trabajaron junto a la Universidad Nacional de Salta.
Mientras tanto, en estos días festivos, prepara unos arreglos navideños para la casa en la que vive con su madre. Quiere estar lista para recibir a sus hijos y a sus nietos en Navidad.