Uno de los años más furiosamente productivos de los últimos tiempos, el 2021, fue también uno de los más difíciles. Sin pretender dar un panorama crítico exhaustivo de todo lo mucho que se mostró y se pudo ver en el arte local, este balance es un punteo sobre algunos espacios institucionales o autogestivos, galerías privadas y tendencias.
Ferias, bienales y otros lugares
La necesidad de recuperación económica propició la búsqueda de salidas entre lo público y lo privado. Santa Fe apostó a lo nuevo mediante la primera edición de la +Feria, siguiendo el ejemplo rosarino de la Microferia de Arte Contemporáneo, inspirada en el Mercado de Arte de Córdoba (por ahora, la mayor alternativa federal a ArteBA). Se destacó una Bienal de Arte Contemporáneo de Rafaela centrada en la historia local. Y la edición de Bienalsur en la región asombró con su despliegue de muestras y actividades.
Desde que se abrieron las restricciones sanitarias, los espacios artísticos de Rosario y alrededores no dieron abasto para albergar la avalancha de producciones pergeñadas en el encierro. Pequeñas salas se sostuvieron en la galería Dominicis y en el pasaje Pan. Cerca de este último nació este año la galería Desmayo, del artista y docente Mauro Guzmán, inspiración visible u oculta tras las audaces performances realizadas en su galería y en el Centro de Expresiones Contemporáneas. Los espacios Crudo y Gabelich Contemporáneo abandonaron sus baluartes barriales para mudarse al centro. La Casa del Artista Plástico, en un sitio histórico, se reavivó bajo la gestión de Laura Capdevila. En el Abasto, surgió un lugar amable para artistas: la Biblioteca Popular América Elda Nancy, especializada en libros de arte, y que también alberga residencias y charlas.
El circuito Pichincha. La obra del año
También gestionados por artistas, la galería Jamaica y la editorial, librería y sala de arte Iván Rosado activaron un circuito de ámbitos amigables en Pichincha, cuya luminaria fue la galería Diego Obligado. Un acuático Grela Líquido con un bello libro-catálogo, unas aéreas obras pictóricas de los '70 por la grabadora María Suardi, un terroso y terrenal via crucis autobiográfico urbano por Federico Cantini (galerista de Jamaica y expositor en el 74° Salón Nacional Rosario) y una abrasadora cruz de fuego por Mariana Telleria fueron muestras estéticamente intensas en Diego Obligado, en sintonía con los oníricos óleos de Jimena Losada Lacerna en Jamaica. También en Jamaica, se vio en el invierno la obra del año: Muchacho del Paraná, de Manuel Brandazza, hoy Premio Adquisición del Salón Nacional. Dirigida por Maxi Masuelli y Ana Wandzik, Iván Rosado se abocó a rescates del arte argentino del siglo XX a través de magníficas ediciones de libros y pequeñas exposiciones: las fotos de Claudia del Río, las lacas de Beatriz Vallejos, los relieves abstractos de Yente, los grabados y la correspondencia de Carlos Giambiagi, y un ensayo por Silvia Dolinko sobre las carpetas de grabados de Emilio Ellena tuvieron el mismo espíritu memorioso que la muestra y el libro dedicados a la obra geométrica juvenil de Rodolfo Elizalde por Guillermo Fantoni en la galería Subsuelo, ahí nomás.
Muestras y artistas del año. Los adioses
Cuesta elegir las mejores exposiciones del año. Además de las mencionadas, están: Encuentro, la individual de Daniel García en el Museo Estevez; Ritmos, de Rosa Aragone, en el Espacio Cultural Universitario, con curaduría de Adriana Armando; también en el ECU, la muestra colectiva de más de cien artistas Tembe'y, orilla. Diálogo con el arte popular, indígena y contemporáneo del Paraguay, curada y guiada por Caro Urresti; y Pintó humedal, la exposición de pinturas de Raúl Domínguez en la ex Aduana.
Otra gran muestra fue la antológica Ilimitado, curada por Fabián Rucco en el Centro Cultural Fontanarrosa con obras del pintor Carlos Andreozzi, quien llegó a verla pero falleció antes de la inauguración a causa del covid-19. Fue una pérdida muy dolorosa la de este artista en plena producción. Otro triste adiós fue al pintor Eduardo Serón. De la misma generación de Andreozzi, la psicóloga y pintora Ana Paciello dejó un vacío que se siente en la comunidad de la plástica, donde era muy apreciada por sus colegas.
Cerró en mayo en el Castagnino la excelente muestra patrimonial Un pasado expuesto, inaugurada en 2018. El Gabinete del Salón Nacional Rosario en el Macro se dedicó a la obra de Orlando Belloni, a quien se puede nombrar como artista del año. Además, Belloni tiene desde 2021 una sala con su nombre, y una muestra allí mismo, en la Biblioteca Vigil de su barrio Tablada, donde su taller es una de las postas culturales de un circuito de recorridos por la zona. Otro artista para destacar es Norberto Puzzolo, quien obtuvo un Premio Trayectoria. Artista de su generación, Martha Greiner se lució en la Biblioteca Argentina con Sudarios, en colaboración con la poeta María Lanese.
Abrió el año en el Centro Cultural Parque de España la muestra colectiva más potente del año: entre economía alternativa, artivismo cuir, reivindicación originaria, ambientalismo y militancia de los márgenes, Fugas, con curaduría de Nancy Rojas, signó políticamente el Mes de la Mujer. Le siguieron allí los archivos trans Rosario, los de la inmigración española y un ciclo ecologista memorable. En arquitectura e historia, los museos estatales del Parque Independencia ofrecieron atractivas muestras para todo público: Ciudad Candia, en el Museo de la Ciudad, que inauguró además un mural de espejos comisionado al artista rosarino Luis Rodríguez; y la donación de la correspondencia Perón-Tizón al Museo Histórico Provincial Julio Marc.
Formatos híbridos entre la instalación, la memoria y la escena
También fue el año de los formatos híbridos. No sólo por la alternancia o combinación entre las actividades remotas/virtuales y "presenciales" (o lo que antes de la pandemia eran actividades sin más), sino porque se salió del impasse con ideas más inclusivas sobre qué mostrar al público. Acaso el afán de motivar a recobrar el hábito de la salida, unido a la sed de reencuentro, redundó en una disponibilidad de las instituciones a alojar propuestas inéditas por sus múltiples lenguajes y su profundidad emocional. Estas fueron más allá de lo interdisciplinar o interactivo convencional, para abrir límites más permeables aún entre la obra y los espectadores. Tal es el caso de la mencionada acción Sudarios, y también de Les nietes de Carlos Marx, instalación y biodrama de Ximena y Emiliano Pereyra que incorporó el distanciamiento social de modo explícito y didáctico en la escena, en el CEC. Pasos de danza, actividad gestionada por Griselda di Liscia en la Alianza Francesa de Rosario, la Biblioteca Argentina y el espacio público de la ciudad, convocó relatos de vida del ballet clásico en Rosario a medida que iba creando una instalación colectiva de objetos, en torno a la cual se danzó cuando se pudo: una obra infinita, con autoras innumerables.