Desde Barcelona

UNO ¿Año nuevo, vida nueva? ¿Otro año de la misma vida de siempre? Entre uno y otro pensamiento, más o menos contaminado por el virus de estas fechas, reside esa verdad que todos prefieren no ver. Rodríguez incluido, quien suele sentir más el paso (casi de corrido) del tiempo en los cumpleaños del mundo que en los suyos propios. Ahí, entonces, las campanadas de lo pasado (Tierra) y de lo pasajero (Rodríguez). Entonces, la consciencia incrementada de lo generacional mientras él se degenera y marcha rumbo a su inevitable extinción entre noticias apocalípticas que, contrario a lo que se piensa, no significará el fin de este planeta sino, apenas, de todos aquellos que lo mal administraron.

Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez --por cuestiones de salud mental-- se ciega a toda óptica cósmica y mira al cercano aquí y ahora. No a la marea de milenios transcurridos sino a millenials que suspiran un entre compasivo y despectivo "OK, Boomer" que suena tan pero tan parecido a lo que se le dedica a un ser senil que no entiende el presente pero se acuerda cada vez más y mejor de todo aquello que ya fue y nunca más será.

DOS Históricamente, Rodríguez fue un baby boomer de segunda generación (alguien nacido entre 1946/1956 y 1964, año más y año menos) y ahora es un oldie boomer. Cuando se lo acusa de esto, Rodríguez explica que, para ser técnicamente precisos, él en verdad pertenece a la Generación X (1965-1980 y, sí, fue/es fan de Douglas Coupland, quien acaba de publicar ficción, Binge, luego de tantos años), porque nació en 1966. Pero nadie le hace caso y en todo caso, para milenaristas (1981-1996) y Generación Z (1997-2012), no es otra cosa que un boomer tardío, un boomer recalentado, una sobra de boomer. Y más vale precisar ya que, como en tantos otros órdenes de la vida, la etiqueta en cuestión es Made in USA sin importar donde hayas nacido. La generación del Baby Boom --según crono-termómetro-barómetro-- viene después de la desencantada pero encantadora Lost Generation y de la bélica G.I. Generation y de la elocuente Silent Generation. En Estados Unidos, los entonces paridos, crecieron en un paisaje de abundancia y sísmicos cambios sociales. En España, claro, era otra cosa. En España no hubo Swinging Sixties y, hasta donde sabe Rodríguez, fue el único país donde The Beatles --en el punto más alto de su popularidad live-- no alcanzaron a llenar esas plazas de toros que colmaba hasta los bordes cualquier matador de mala muerte y buena vida.

Pero Rodríguez no puede evitar preguntarse si todo no andaría mejor sin semejantes delimitaciones tempo-sociales, sin esas franjas de más o menos treinta años. Y, sencillamente, todo se dirimiera y dividiera entre, apenas y totalmente, vivos y/o muertos (y allá se va pero sin irse la multigeneracional Joan Didion a quien, pensó y piensa Rodríguez, le tocaba el Nobel de Literatura crónica que se llevó Svetlana Alexiévich).

TRES Con semejante espíritu (festivo pero no eufórico), Rodríguez leyó hace ya tiempo novela del norteamericano Daniel Torday titulada Boomer1. Y trata del odio/fobia de los más jóvenes hacia una generación a la que consideran se tragó la mejor parte del pastel y ahora les deja las migajas de la fiesta y los ceniceros a vaciar y las botellas y vasos vacíos. Chicos y chicas hipersensibles pero, a la vez, sedientos de sangre y de lo que entienden como justicia y a quienes Time le dedicó portada con el titular Millennials: Generation Me, Me, Me. Y muy movilizados y activos. Pero on-line. Así, el protagonista (periodista sin trabajo, rechazado por su novia, viviendo de vuelta en el sótano de sus padres) llama a las armas de verdad desde YouTube oculto bajo una máscara de David Crosby y pronto "triunfa" como viral y contagioso peligro público y amenaza nacional en la mira del FBI bajo el lema de "Retírense o los retiramos". La novela es una muy buena sátira (es decir, es muy seria en sus gracias) y, sí, Jann "Rolling Stone" Wenner recibe su merecido y alguien utiliza un dron para bañar en sangre de cerdo el tejado de la casa embrujada de Stephen King en Bangor. Y, en algún momento, la madre boomer del protagonista le pregunta a su hijo millenial: "¿Alguna vez ha existido en toda la historia de la humanidad una generación, la tuya, que haya sido más engañada sobre la naturaleza del paso del tiempo, que haya sido puesta de rodillas sin resistencia alguna ante la apariencia del control por encima de la percepción real?"

La respuesta, mi amigo, is blowin' in the wind, sigue cantando quien nunca quiso (y se negó) a ser "voz de su generación".

CUATRO A la búsqueda de un tono más conciliador, Rodríguez leyó el recién aparecido The Generations Myth de (nombre juvenil) Bobby Duffy, con el subtítulo de Por qué el cuando naces importa menos de lo que piensas. En su ensayo, Duffy (autor también del ya atractivo para Rodríguez desde su título Por qué estamos equivocados en casi todo: Una teoría del malentendido) confronta la teoría de que toda generación comparte identidad social (según Karl Manneheim) a partir de experiencia colectiva, por lo general traumática, con la de (según Harmut Rosa) un "círculo de aceleración" cada vez mayor y más cerrado. Y que allí la velocidad de los acontecimientos acaba centrifugando edades y clases sociales uniformándolas en una cada vez mayor dependencia del teléfono móvil como objeto contenedor de la vida entera (y produciendo un creciente aislamiento solipsista). Artilugio desde el que se difunden verdades mentirosas o verdaderas mentiras como la de los boomers siendo completamente indiferentes a las catástrofes ecológicas y a las canciones de Billie Eilish y a los gruñidos de Greta Thunberg y al futuro de sus nietos, quienes acabarán pagando su manutención como súper-viejos hiper-longevos. Es ahí y entonces cuando y donde Duffy interviene y clarifica en lo que hace a ese "irresistible" reflejo automático de la queja/acusación intergeneracional de abajo a arriba o viceversa: "Mucho de lo que te han dicho que es generacional en verdad no lo es. Los resentimientos de la gente tiene más que ver con la naturaleza cambiante de factores económicos, domésticos y sanitarios". Lo que no impide que Duffy sienta una particular y piadosa simpatía por todos los Z, aferrados a los bordes del alfabeto y acorralados por cepas mutantes de letras griegas a diferencia de la bonanza económica en la que crecieron los boomers de los que ahora dependen económicamente. Pero, también, es verdad, los boomers se movían más en el mundo real y twitteaban menos en ese ciberespacio en el que ahora mira sin parpadear Mark Zuckerberg con un dejad que los niños se acerquen a mí. Duffy, finalmente, acaba proponiendo, sino una pax romana entre las tribus, al menos una tregua sin guerreros del cerdo bajo naranjos mecánicos. Paisaje en el que cada vez se mueren más boomers y cada vez nacen menos zoomers y, sí, van a sobrar muchos espacios vacíos y van a faltar muchos para ocuparlos por mala planificación profesional y, claro, aquí vienen las máquinas a hacerlo gratis pero pagándole a sus dueños hasta que Skynet o The Matrix...

Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez (sintiendo el aguijón de la mirada de su hijo en la nunca) se distrae silbando esa canción de fenómeno atemporal y siempre regenerándose: The Beatles. Eso de "You'll be older too...".

 

Feliz (es y son lo mismo) Noche Vieja y Día Nuevo.