Bucear en lo profundo de las emociones. Para conocerse y conocer. Ese es el camino que transita Luis Pescetti en su nuevo libro Botiquín emocional para humanos y superhéroes (Loqueleo), donde le habla al público infantil y adulto como él mejor lo sabe hacer: con ternura, humor e inteligencia.

En la escuela a la que asisten Javi y Manu se anuncia la realización de una Feria Emocional con motivo de la Semana de las Emociones, por disposición del Ministerio de Educación. Y en clave de diario íntimo, los hermanos relatan esa experiencia en un particular cuaderno de inventos en el que crean toda clase de dispositivos para enfrentar situaciones de emergencia emocional como un “traje antiburlas”, un “casco antipesadillas feas” o un “mecanismo antirechazo”.

En el epílogo, el escritor explica que “este libro retrata no solo la complejidad de nuestro mundo emocional, sino lo variado de cómo reaccionamos a él, de niños y de grandes. Quise ofrecer un modelo alegre, ligero, que mostrara el embrollo del mundo interior y de lo que nos pasa con nuestro sentir”.

Con vasta trayectoria en la literatura infantil y juvenil, y una personalidad que seduce a chicos y grandes, Pescetti aborda por primera vez la emocionalidad como disparador concreto de la ficción, y eso, según comparte en diálogo con Página/12, lo pone ante un desafío. “Todos los libros abordan, de alguna manera, el magma de nuestras emociones, pero hablar explícitamente de esto significaba invitar al público a ver lo que sucede tras bambalinas”, afirma al respecto el autor y músico que además se animó a ilustrar su historia y que ya prepara para 2022 el lanzamiento de otra publicación similar, pero con formato ensayístico, y editada por Siglo XXI.

Fueron sus conocimientos acerca de la práctica pedagógica los que lo llevaron a Pescetti a situar sus personajes en el ámbito de la escuela. “Es bueno que los maestros toquen estos temas de una manera lúdica, y por eso apelé al humor”, sostiene a la vez que advierte: “Hoy a la escuela se le pide muchas cosas. Creo que le falta apagar incendios reales y pagar el ABL de las familias. Después hace todo (risas)”.

-¿Cómo surgió la idea de escribir un libro sobre las emociones?

-Fue inicialmente una invitación de Carlos Díaz, director de Siglo XXI. La verdad es que no me veía escribiendo sobre esta temática, porque me parecía que hay como una moda en torno a escribir sobre eso. Pero Díaz insistió. Y vi que había muchos libros que eran más bien catálogos y muestrarios de emociones, pero yo no quería ir por ese lado porque las emociones no son algo que solamente se pueda nombrar con palabras sino que lo importante es entender lo que nos pasa con ellas y poder representarlas. Entonces me di cuenta de que en este material tenía que despejar algunos equívocos como el de que si una persona es muy expresiva con sus emociones eso quiere decir que tiene una emocionalidad más rica, y viceversa, porque eso no es necesariamente así. Por otro lado, no siempre uno quiere compartir sus emociones, porque eso te expone.

-¿La expresión de las emociones fluye con más naturalidad en las infancias que en la adultez?

-No lo creo, aunque lo que sí ocurre es que la infancia es como un peaje levantado en tanto los chicos no ven las consecuencias de lo que dicen. Pero esa espontaneidad tiene sus límites y sus cuidados. Porque, a su manera, ellos también son reservados con su mundo.

-¿Cómo debería abordarse estos temas desde el sistema escolar?

-Tiene que haber contenidos mínimos sobre esta temática pero eso no puede implicar una bajada de línea, porque las chicas y los chicos deben tener la mayor libertad posible para formar su propio criterio. Para llevar la educación emocional a las escuelas de un modo práctico haría falta hacer talleres de mediación con los alumnos de forma constante, para asegurar la inclusión de los otros como semejantes frente a cualquier escenario que se presente. Esto se hace en algunas instituciones, y de hecho Pakapaka mostró esas experiencias en su programa S.O.S. Mediadores. A nivel emocional, la escuela tiene que tener la capacidad de alertar problemas, derivar y contener. Y, como parte del botiquín emocional, también deberían hacerse talleres de salud mental para docentes donde puedan hablar de lo que les pasa en la práctica, los casos que se les presentan en el aula y cómo resolverlos. Porque la docencia es un trabajo complejo y particular que exige mucho emocionalmente.

- ¿Hay alguna resistencia a este abordaje en el aula así como ocurre con la aplicación de la educación sexual integral?

-Las resistencias están siempre con todo, porque en la comunidad educativa conviven muchas ideas y opiniones acerca de lo que tiene que enseñar la escuela. Es como hablar con el consorcio del edificio. Hay quienes creen que la escuela tiene que enseñar más religión, y otros que piensan que tiene que abordar la historia del país. Pero en materia educativa es el Estado el que tiene que asegurar un piso de conocimiento que indique que nadie puede saber menos que ese contenido. Y en el caso de la educación emocional también tiene que pasar eso. Pero el docente establece esa base de lo que va a transmitir en el aula siempre que haya herramientas. Porque no siempre la escuela es el mejor lugar para abordar estos temas, ya que a veces los padres, las madres o los directivos no acompañan, y aun cuando todos acompañen a veces también hay situaciones externas que dificultan la tarea. La escuela no puede ser el receptor de todas las expectativas hacia la infancia. Es una locura que le pidan tantas cosas. Eso hace que se toquen muchos temas en el aula de forma superficial.

-En este libro decidió sumar ilustraciones propias. ¿Por qué?

-Dibujo desde chico, y durante la pandemia dibujar fue una manera de sacar la cabeza de las pantallas que me tenían harto. Yo dibujo para mis hijos, pero nunca había ilustrado un libro mío. Y en los meses de aislamiento me puse a hacer varias ilustraciones de inventos, y las fui publicando en las redes hasta que me di cuenta que ya tenía varias y por eso decidí sumarlas.

-Durante la pandemia, lo urgente tapó lo importante, y la emergencia sanitaria dejó en un segundo plano las consecuencias en el plano emocional. ¿Qué evaluación hace de ese impacto por fuera del aula, a nivel comunitario?

-Este tiempo nos exigió a todos al máximo. Y para mí fue épica y admirable la forma en la que respondió la gente. Porque una gran mayoría, a pesar de las excepciones, supo respetar las normas. Vi mucha solidaridad y una gran conducta social y humana. El almacenero de mi barrio se ofrecía a llevarle la mercadería a quien no podía ir a buscarla. Y las mamás se juntaban con las maestras en una esquina donde había conectividad para pasarse el material de las clases. Hubo muchos casos así. Hay que resaltar mucho eso. Medios y funcionarios públicos, de la derecha y la izquierda, cuestionaban que los argentinos solemos no cumplir las normas, y eso me producía mucho enojo porque yo veía que la gente estaba cuidándose y cuidando a otros. Me parece que se demostró una enorme capacidad de resiliencia, de aguante y de cuidado. Desde las autoridades, tiene que haber más reconocimiento sincero y agradecimiento a la comunidad por cómo respondió todo este tiempo.

La Ficha

Luis Pescetti nació en San Jorge, Santa Fe. Es escritor, músico y compositor. Desarrolla una intensa actividad académica sobre el humor y la comunicación con niños dirigida a pedagogos, pediatras, psicólogos y artistas. Creo y condujo programas de radio y televisión sobre música, literatura y humor para público familiar, en México y la Argentina, durante más de catorce años.

Su amplia producción de libros para niños es reconocida en América Latina y en España. Algunos de sus títulos son: Caperucita Roja (tal como se la contaron a Jorge); Natacha; El pulpo está crudo; Historias de los señores Moc y Poc; Frin; Nadie te creería y El ciudadano de mis zapatos.

Tiene editados trece discos, y siete audiovisuales. Algunos con artistas invitados como Juan Quintero, el Negro Aguirre y Lito Vitale. Y presenta espectáculos para todas las edades, con shows y temporadas en los aforos más importantes de México y la Argentina, pero también en los Estados Unidos, España, Colombia, Chile, Brasil, Perú y Uruguay.