En el último capítulo de su Teoría General, John M. Keynes señala que “si las naciones pudieran aprender a mantener el pleno empleo utilizando su política económica interna (…) el comercio internacional dejaría de ser el último recurso desesperado para preservar el empleo en el país”. Más de 85 años después, el mito exportador sigue congestionando el pensamiento económico conservador.
Por un lado, se afirma que el crecimiento económico debe o puede apoyarse en las exportaciones. Por el otro, que éstas permiten incrementar el ahorro.
La primera afirmación es teóricamente infundada. En la Argentina, las exportaciones representaron, por ejemplo en 2015, el 17 por ciento del PIB. Esto significa que para obtener un incremento del producto del 1 por ciento es necesario que las ventas externas se incrementen en un 5,9 por ciento, sin que se modifiquen las otras variables. Para llegar a una tasa de crecimiento del PIB del 3 por ciento que permita mantener el nivel del empleo, es necesario aumentar las exportaciones en un 17,7 por ciento.
Por otro lado, se afirma que el incremento de las exportaciones permite aumentar el ahorro y por ende el crecimiento económico. Según la teoría económica, el ahorro es igual al ingreso global menos el consumo y se puede demostrar que es también igual a la diferencia entre las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios.
Si el saldo es positivo entonces también lo será la inversión, por definición igual al ahorro, y si es negativo entonces la inversión del año de referencia será inferior a la del año precedente y habrá una contracción del empleo y del producto. Las salidas netas de capitales, por especulación, pago de deudas al exterior y turismo se cuentan en la balanza de pagos como si fueran importaciones, vale decir disminuyen el ahorro disponible y por ende la inversión y lo mismo sucede con el atesoramiento de “dólares debajo del colchón”.
Devaluación y comercio exterior
El FMI y los economistas neoliberales consideran que el ahorro global se incrementa reduciendo las importaciones y aumentando las exportaciones. La devaluación sería el instrumento para aumentar la demanda extranjera de exportaciones, ya que los productos nacionales se abaratarían medidos en dólares.
Sin embargo, en el caso argentino los precios de las exportaciones industriales de origen agrícola como el aceite o pellets de soja y las propias materias primas agrícolas están fijados en dólares por los negociantes internacionales y la devaluación no tiene una incidencia en el volumen producido ni exportado, aunque sí incrementa el ingreso en pesos de los exportadores.
Las exportaciones de origen industrial se encarecerán en pesos por la devaluación, debido al aumento del precio de los insumos y del capital importado. Para un nivel dado del PIB, un incremento del ahorro implica además una baja del consumo, ya que lo que se exporta no se consume.
Lo señalado supone que existe el libre comercio internacional, es decir, que en el resto de los países no hay aranceles ni prohibiciones para exportar. Se supone asimismo que existe en el país un volumen disponible de bienes exportables que es creciente a mediano plazo y que las importaciones son bienes de consumo, con lo que su baja no tiene una incidencia sobre la producción interna, lo cual no se condice con la estructura de las importaciones argentinas.
El FMI y los economistas ortodoxos utilizan la misma teoría de referencia y además coinciden en términos prácticos, puesto que estos últimos expresan los intereses de los exportadores, que con la devaluación ganarán más, mientras que el organismo quiere cobrar la deuda con el país.
Los datos del Indec muestran que durante el gobierno de Mauricio Macri, entre noviembre 2015 y noviembre 2019, el tipo de cambio subió un 501,6 por ciento, mientras que el valor de las exportaciones subió un 18,6 por ciento y las importaciones se contrajeron un 5,3 por ciento. El consumo privado disminuyó un 6,3 por ciento y el PIB tuvo una caída del 4 por ciento.
En ese período, se amplió la deuda externa en casi 90 mil millones de dólares, equivalente al 20 por ciento del PIB, aunque el ahorro global, vale decir la inversión neta, en lugar de incrementarse disminuyó el 12 por ciento, puesto que gran parte del ahorro fue fugado, es decir que salió del circuito económico argentino.
El esquema de austeridad junto con impulso a las exportaciones implica una disminución del consumo y el aumento compulsivo del ahorro, lo cual no puede crear un incremento del producto global, porque los empresarios frente a una disminución de la demanda van a reaccionar y contraerán su oferta.
En efecto, van a suponer, como fue el caso, que su oferta potencial será difícilmente vendible y que mantenerla al mismo nivel los obligará acumular y financiar los stocks. Entonces disminuirá la producción y la inversión y se reducirá la cantidad de trabajadores empleados. En resumidas cuentas, bajará la riqueza creada.
En los próximos años, la búsqueda de contraer el consumo privado y público, que representa el 70 por ciento de la demanda total, para incrementar el ahorro, producirá una caída de la riqueza global producida. Contrariamente a lo que sostienen economistas ortodoxos, el empobrecimiento global no incrementará el ahorro sino que lo reducirá.
* Doctor en Ciencias Económicas de l’Université de Paris. Autor de La economía oligárquica de Macri, Ediciones CICCUS Buenos Aires 2019