Subastada días pasados por la casa británica Sworders, la obra Study of Feathers casi duplicó el precio estimado: esta petite acuarela sobre papel (de 10 por 14 centímetros aproximados, que presenta -como su nombre indica- plumas y más plumas, muy bien acabadas) se vendió por 9 mil libras esterlinas, y no las 5 mil que estaban previstas, demostrando el creciente interés por su creadora. “Dibujada por Miss Biffin, 6 de agosto de 1812”, puede leerse en la pieza a modo de firma, corroborando la autoría de la pintora victoriana Sarah Biffin (o Beffin), que alcanzó notoriedad en el siglo XIX para luego ser prácticamente olvidada. Y eso que forjó una carrera contra todo pronóstico, habiendo nacido en el seno de una familia pobre, en Somerset, Inglaterra, en 1784. Habiendo nacido, además, sin brazos y sin piernas. “Probablemente padecía una rara condición llamada focomelia o síndrome de Robert”, asume la web Artnet sobre la perseverante jovencita que, sosteniendo el pincel con la boca, lograba trazos asombrosamente detallistas, excepcionales. Agrega, por cierto, que “fue en forma autodidacta que Sarah aprendió a escribir, pintar, coser y usar tijeras con los dientes”. A los 13, se unió a un circo regenteado por el showman ambulante Emmanuel Dukes, que la promocionaba -con el sensacionalismo que se acostumbraba- como “la maravilla sin extremidades”, y así recorrió ferias de toda Inglaterra mostrando sus habilidades pictóricas frente a multitudes, vendiendo sus miniaturas por apenas unos centavos.
Al tiempo, empero, la suerte cambió para Biffin. Impresionado por su talento y por su historia, un conde llamado George Douglas le ofreció ser su mecenas, y así la muchacha pudo montar un estudio en Londres y tomar clases en la Royal Academy of Arts. Empezó además a recibir encargos de clientes de primerísima línea; el rey George III y el príncipe Albert, entre ellos. El interés de la familia real en su obra le confirió una popularidad inusitada; a punto tal que el propio Charles Dickens menciona a Sarah en varias de sus novelas (Nicholas Nickleby, por ejemplo). El asunto se empezó a complicar cuando, en 1827, murió el conde y sanseacabó el patronazgo, llevándola a una situación financiera jorobada. Por fortuna, la reina Victoria se compadeció de sus circunstancias y le concedió una pensión que la alivió sobremanera. Decidió entonces la artista jubilarse y mudar sus petates a Liverpool, donde se dedicó a las tareas domésticas tras casarse con un pretendiente. “El mérito de Biffin es enorme, porque no solo superó los prejuicios de época que sin duda pesaban sobre las artistas mujeres; también se sobrepuso a la mirada peyorativa que recaía sobre los ‘freaks’ de circo”, resalta Emma Rutherford, historiadora de arte, sobre la resiliente dama.