Limpiar y sahumar la casa, comer doce uvas a la medianoche, mantener un puñado de lentejas en el bolsillo, dar una vuelta por la calle con maleta en mano, meter un anillo en la copa, brindar mirando a los ojos, quemar con una vela blanca un papel con las anotaciones del trauma a dejar atrás, listar nuevos objetivos y deseos, vestirse de blanco, estrenar ropa interior rosada, llevar un billete en el zapato, tirar el I Ching, buscar una estrella fugaz, escribir una carta al Presidente; cuando no había Covid que nos asustara y éramos jóvenes, en casa se hacían todos los rituales. 

Nacido y criado entre maricas del Cono Sur, uno de los regalos infaltables eran las predicciones del horóscopo chino de Ludovica en la cocina -se viene el Tigre de Agua-, videos de numerología -en el sugestivo 2022 rige el 6 y la empatía- y la tirada de cartas de alguna amiga, más los comentarios interpretativos en la sobremesa de Nostradamus que esta vez, aseguran, la caída de la Unión Europea, el calentamiento de las aguas y el asesinato de un líder político.

Foto: Sebastián Freire

También, inquebrantable, el libro de Horangel en el revistero del baño, aunque esta vez, el hombrecito de traje y peluquín no sacará edición 2022 porque pasó a mejor vida en otras galaxias. En La Plata, además de las mesas judiciales y la persecución sindical y obrera que no cesa, en los barrios se alzan enormes muñecos de madera y papel pintado que se prenden fuego en una fiesta callejera desde mediados del siglo xx, con unas llamaradas peligrosas entre tanto árbol, borracho y cableado a la vista, una fiesta clásica en la que colaboran vecines y transúntes con algunas chirolas. Tal es la superstición colectiva y la necesidad de agarrarse de los saberes populares sin cuestionamientos, bajo un manto de ignorancia plena sobre los orígenes, contradictorios y de culturas heterogéneas, que operan en conjunto como la gran ensalada de frutas del deseo. Un deseo de porvenir y de absurdo control. Bajo unas reglas random y caprichosas, infinitas cábalas y acciones, ofrecen un sentido tal vez perdido y escenificado como una experiencia lúdica para continuar.

Lo que importa es la pulsión vital, de seguir andando con alguna mejora confirmada por alguna autoridad pagana, deslegitimada y cuestionable. La proyección de un futuro mejor y bendecido completa la ecuación con la convicción de la carga energética personal que se le ponga al asunto, y la seriedad con la que se realiza la acción, como si de este modo, la utopía, política, económica global se entrelazara con potencia esperanzadora de un conjunto de personas unidas por la carga de la celebración. La pulsión de vida no se apaga, con estrés y cansancio, la vida se erotiza con ella misma, la vida, en estos pagos, se masturba cada año, e insiste con poco, con poquísimo, en un porvenir deleitable. Las encuestas aseguran que la palabra clave en la boca de la mayoría de las personas, en estos dos años de agotamiento y espesor, pánico y emergencia, sigue siendo “incertidumbre”.

Amichis, lo sabíamos, el apocalipsis llegó hace rato, los incendios se propagan en los bosques nativos como el hambre de nuestros hermanes, nosotres, desocupades, locos, putas, poetas y cantantes, nosotres ridículas sin temor, históricxs sobrevivientes, embichadas, cucarachas tiernas, gordas, hepáticas, detestadores de teta, bailamos cha cha cha sobre la tumba de la certeza hasta el amanecer, aceptamos pronto la finitud de nuestros cuerpos antes de las películas de George Romero y aprendimos la lección rápido, aquella que sentencia, creer o reventar.