La ficción ha narrado el fin del mundo infinidad de veces. Lo ha hecho bajo la forma de invasiones alienígenas, apocalipsis nucleares, cataclismos climáticos y, por supuesto, pestes incontrolables. El foco de la mayoría de esos relatos oscila entre la espectacularidad del durante y el absurdo del después, en el que el mundo se lame sus heridas y vislumbra una posible salida a la desolación. Estación Once, la nueva miniserie de HBO Max inspirada en el best seller de Emily St John Mandel de 2014, que contó la catástrofe de una pandemia antes de que ocurriera, transita esos caminos y otros, aquellos que despliegan las vidas anteriores al desastre, esas vidas atrapadas en rutinas y rencillas cotidianas sin consciencia posible del cambio que vendría. La novela no fue solo un éxito editorial sino también un ensayo sobre las posibles reacciones humanas frente a una catástrofe y el lugar del arte en su recomposición, guiño que el creador Patrick Somerville recogió con inteligencia, en relación con su propia experiencia como escritor y también como observador del tiempo del después, interrogante clave que cruza la metafísica con la ciencia ficción.
Estación Once comienza en un teatro de Chicago –ciudad que reemplaza a la Toronto de Mandel-, en el que una estrella de Hollywood representa al Rey Lear, como prueba de su talento fuera del mainstream y las abultadas taquillas. Ese actor es Arthur Leander (Gael García Bernal), envuelto en su ropaje shakesperiano y concentrado en el trágico monólogo de su monarca desgraciado. En la platea, el joven Jeevan (Himesh Patel) percibe con intriga los signos de una muerte que llega desde el más allá de la ficción. “Está sufriendo un paro cardíaco”, exclama mientras corre hacia el escenario entre los espectadores atónitos, para descubrir minutos después que ya no hay nada que hacer, salvo resguardar a la joven Kirsten (Matilda Lawler), esa niña de ocho años que mira agonizar a su protector. En la novela, Jeevan es un paramédico, por lo tanto su premura tiene como premisa un intento real de salvación. Sin embargo, Somerville ha decidido convertir a Jeevan en un periodista freelance, un creador de contenido virtual, un hombre con un presente que no sabe explicar, sin grandes ambiciones ni heroísmos. “Jeevan es el hombre que quiere ayudar a los demás sin saber cómo hacerlo”, cuenta el creador en una entrevista con Los Angeles Times. “Y me parecía importante el cambio porque permitía a la audiencia asistir al comienzo de su viaje, al momento en el que decide intervenir en lo que ve y no ser mero espectador”.
La miniserie cruza las historias de diversos personajes y, al mismo tiempo, se despliega en varios tiempos a los que enlaza episodio tras episodio. En esa noche fría del invierno de Illinois, el destino reúne a Jeevan y Kristen en el accidentado camino a casa bajo un insistente coro mediático que anuncia la propagación de una gripe porcina. Miranda (Danielle Deadwyler), la ex esposa de Arthur Leander, se despide de él en la víspera de su debut como Lear para irse de viaje laboral a Malasia. La hermana de Jeevan deambula anonadada en una sala de guardia entre toses y barbijos. Jeevan conduce a Kristen al penthouse de su hermano Frank, especie de refugio improvisado ante al caos, la paranoia y la incertidumbre. Somerville ubica a la pandemia en un claro fuera de campo del que solo se perciben los signos erráticos de una repentina alteración. Aquí la referencia evidente es The Leftovers, la extraordinaria serie creada por Damon Lindelof y también basada en un best seller apocalíptico –escrito por Tom Perrotta- de la que Somerville formó parte como guionista. Como entonces, lo que se vislumbra es el impacto de lo inexplicable y el cambio repentino de la vida humana, la adaptación a esa nueva realidad y la convivencia con las pérdidas irremediables.
Los tiempos se alternan de manera compleja y significativa, clave que le brinda a la serie su peculiar estructura. No solo asistimos a las vísperas de la Navidad del 2020 en la que irrumpen los masivos contagios, sino que viajamos al tiempo anterior de los personajes, cuando la vida parecía estable y aburrida, cuando eran felices sin saberlo, y también veinte años después, cuando el paisaje de la Tierra ha cambiado para siempre. En ese retrato distópico, la historia se concentra en la travesía de una compañía de artistas trashumantes llamada “The Traveling Symphony”, dedicada a la puesta en escena de las obras de William Shakespeare. Cada pieza teatral, sea Hamlet o Macbeth, le permite a los actores lidiar con el recuerdo de ese tiempo extinguido, convertir la letra creada hace siglos en el testimonio perfecto de su presente. Vemos a una Kristen adulta –interpretada por Mackenzie Davis- montada en su corcel, convertida en la estrella de esa comunidad que ha transformado a la tragedia escénica en el alma de su supervivencia. Todo ese presente, como también ocurría en The Leftovers, está signado por la memoria de los caídos, por el intento de seguir adelante sin rendirse a la resignación y el olvido.
La serie entró en producción justo antes de la llegada del Covid-19 y atravesó un prolongado receso durante la cuarentena hasta que pudo retomar las grabaciones y encontrar un mejor ánimo en los espectadores, que debían asistir a una ficción demasiado parecida a su inminente realidad. “No recomiendo leer Estación Once en el medio de la pandemia”, declaró Emily St John Mandel a The Times en 2020, y conversó con Somerville respecto al equilibrio entre sus propias expectativas, las de los lectores, y los ajustes que requería la adaptación. Dirigida mayormente por Hiro Murai (de la excelente Atlanta), Estación Once ofrece un universo absurdo e inquietante, arriesgado para la ficción contemporánea, cuyos lazos de unión responden a la compleja evolución de sus personajes, tironeados entre pasado y presente, entre el testimonio de lo perdido y el arte de su reconstrucción.
El nombre de la miniserie, y también del libro de Mandel, está tomado de la novela gráfica que escribe Miranda Carroll y funciona como una especie de McGuffin hitchcockiano que recrea en esas viñetas de escombros y hombres espaciales la lejana consciencia de la devastación. “Recuerdo el daño” escribe Miranda entre las ruinas de un incendio y el dolor de una separación, y esas palabras encuentran destino en la lectura solitaria de Kristen, todavía niña, cuando ha quedado sola en el mundo, y ese libro que le regaló su maestro Leander se convierte en el único mapa de su naufragio. La experiencia alrededor de la creación artística se multiplica en todas sus aristas: la novela gráfica que se convierte en un código de supervivencia, la escritura de Mandel que se expande en la materia de ese mundo imaginado y ahora visto como real, y también la interpretación sobre el escenario del futuro, en el que los sobrevivientes recrean la memoria escrita tiempo antes para dar sentido a los enigmas de su inesperado presente.