Te duele horriblemente la cabeza, el día se nubla y a lo lejos
parece asomar una silueta que dice ser de la justicia,
y es por eso que duele la cabeza, por el frío y no por el clima,
ni por la época ni los tempranos avisos de una venganza,
una cinta de mocos sinusíticos te cruza la frente
y que nadie te haga sentir un privilegiado, un elegido por el espanto, no,
no te dejes abrazar por los indecisos, no escuches
a los impostores, no te emociones con sus lágrimas,
que ahora lloran porque se les hizo tarde, aún
cuando no se hayan dado cuenta de todo, de los terrores,
del largo y duradero sufrimiento de seguir con vida, no les creas,
a los contribuyentes, los que ayudaron, los que asistieron,
los tantos que estuvieron entre las filas mientras a los otros
también los hacían forman fila, esta vez para matarlos,
no, no te conmuevas con su voz gangosa, mal adolorida,
con el ceño fruncido, con sus palabras mesuradas,
nadie que ame, que realmente ame algo demasiado,
puede ser mesurado, desconfía, mejor, miralos con saña,
con odio, con indiferencia, pero desconfiá, como te enseñaron
a mirar los que siempre te odiaron, los que siempre te lo dijeron
y ahora lloran y te extienden su abrazo, su comprensión, su falso lamento,
descree todas las imposturas, el dolor, lo sabés, se refleja en la mirada
y ellos ni siquiera parpadean para decir que no están de acuerdo, que fue
innecesario y dar argumentos de humanismo y moderación, desconfiá
de cada una de sus prudentes palabras, no quieren, no saben,
no tienen nada que ver, porque nunca vieron y entonces
ahora tampoco ven, por más que hablen, por más que parezcan
doloridos, ellos no saben nada, ni entienden, no conocieron,
ellos estuvieron, siempre, del lado asesino, del lado donde
la muerte es un regalo necesario para los rebeldes, o los fugitivos,
o los que simplemente se desviaron y no hicieron caso, no los escuches,
a ellos, a los que ahora hablan del castigo y nunca mencionan la justicia,
a los que ahora dicen cárcel común y nunca mencionan los dolores,
a los que ahora creen en las penas y nunca mencionan los abusos,
a los que ahora sueñan con barrotes de hierro duro y real, a los que insisten
con la solución de las catacumbas, con los juicios expertos, con las explicaciones
meticulosas, con las imperiosas cuotas al servicio de una mujer ciega e insensible,
no, no les creas nada, no te intimides, que ni siquiera te tiemble la garganta, no,
no sienten ni migajas de lo sufrido, no les interesa, no lo conciben, porque para ellos
la muerte es una escena representable, una evaporación, un dictamen que se administra,
no les creas, no están llorando por vos, por ellos, por nosotros, ni siquiera lloran, miralos,
hablan serios y sensatos del horror, y del horror nadie puede hablar en serio, vos lo sabes,
te eriza un viento la cumbre del pecho y una carcajada boba, débil, pero viva,
esa carcajada recia que te dice que están vivos, con la que jugabas de chico para entenderlo,
no, por favor, no les creas nada, vos sabes que los muertos aun así viven, que tienen
blandas palabras para decirte, fieles saludos, tiernas alegorías para aniquilar la realidad,
no les creas cuando te pidan tristeza sumisa, porque no existe, nadie triste se entrega,
ellos no lo hicieron, no les creas, a ellos los entregaron y no lloran por eso, no están tristes,
no escuches como se compadecen al cumplir una responsabilidad, como reivindican
sus mentiras y se aploman con uniformes correctos para decir que ellos no fueron,
porque hay algo que se les vino encima y no lo pueden soportar, lloran sin lágrimas,
porque no les duele, lloran sin lamentos, para cerrar una historia, un pasado, para bloquear
cada uno de los recuerdos, no los escuches, llorá con tus lágrimas vivas, remojadas,
empañate el rostro de tristezas fieras, expeditivas, insolentes, gritales en la cara
lo que es el olvido, de qué se trata el perdón, como se siente
la justicia verdadera, pero no les creas ninguno
de sus arrepentimientos, no,
ellos siguen siendo los mismos.