"Todos están recordando por estos días aquel 2001 en que Argentina entró en ebullición, lo que yo siento es que pasaron 20 años del último 'te quiero, mami', su carcajada ya no se escucha en la casa... Junté mis pedazos del piso y busqué estrategias para vivir y homenajearlo cada momento que me resta de vida". Silvia Irigaray habla pausado sobre su hijo Maximiliano Tasca, que el 29 de diciembre de 2001 estaba con sus amigos Cristian Gómez y Adrián Matassa conversando en el minimercado de la estación de servicio de avenida Gaona y Bahía Blanca cuando el custodio del lugar, Juan de Dios Velaztiqui, los asesinó porque hablaron mal de la policía. "Los fusiló cobardemente por la espalda, pero esa violencia estatal no era nueva en Argentina, y pasados los años sigue apareciendo, nos sigue lastimando cada joven muerto por manos de policías", agrega Silvia en diálogo con Página12, mientras atiende los preparativos del homenaje que habrá en el club All Boys, con placas recordatorias, recitales y marcha de antorchas.
Ese 29 de diciembre de 2001 cayó sábado, y cuatro amigos compartían una cerveza y miraban por televisión los disturbios de la noche anterior, días después de la renuncia de Fernando de la Rúa y poco antes de que también dejara la Casa Rosada Adolfo Rodríguez Saá. Cuando vieron las imágenes de manifestantes que golpeaban a un policía, Maxi comentó: "Por fin una vez le tocó a ellos". Al oírlo, el suboficial retirado Velaztiqui --que custodiaba el lugar-- respondió: "Basta" extrajo su arma, disparó y mató a Tasca, Gómez y Matassa. Un cuarto joven llamado Enrique se salvó porque alcanzó a correr. Todos tenían entre 23 y 25 años. Fiel al manual del represor, Velaztiqui intentó fraguar una escena de robo, moviendo los cuerpos y plantando un cuchillo, pero su montaje no fue convincente y terminó detenido.
El episodio detonó una rebelión popular de los vecinos de Floresta que fueron a la comisaría a reclamar justicia. La recepción policial fue reprimirlos con gases lacrimógenos y balas de goma, pero lejos de irse a sus casas, encendieron barricadas y se armó una batalla campal en el barrio. "Floresta tiene una población muy activa y lúcida, algo que a las tres familias nos faltó en las primeras horas. Pero ellos decidieron desde el minuto uno que tanta tragedia no se iba a olvidar. Y eso nos ayudó", explica la mamá de Maxi a este diario. En aquellas primeras marchas, luego de reuniones con la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (Correpi), sus militantes le pasaron letra contra la policía para los cánticos a la hinchada de All Boys y pegaron calcomanías con la imagen de Petete Almirón, asesinado apenas unos días antes.
Identidad de barrio
Mariana Fiordelisi, integrante del departamento de Equidad y Género del club atlético All Boys, tenía 20 años cuando ocurrió la Masacre de Floresta. "Para mi generación es un tema muy movilizante, las madres de los pibes son las mamás de todos, fueron nuestras primeras marchas con todo el barrio, la gente acá se junta en la vereda, nos había pasado a todos, nos conmovió muchísimo el hecho, quizás lo que pasaba a nivel macro país ese 2001 no nos impactó tanto como esto", dice a Página12. Aunque alguno de los pibes no eran de All Boys, por ser del barrio se vinculaban igual con el club. "En el marco de los casos de violencia institucional recientes sentimos que las tres mamás son íconos de lucha, como pasa con las Madres de Plaza de Mayo, sacar la fuerza y convertir el dolor en herramienta de construcción colectiva, ellas dan clases en las cárceles, canalizaron así las muertes de sus hijos y como mujeres nos sentimos interpeladas", explica Fiordelisi poco antes de la proyección de un fragmento de la película Fusilados.
Estuvieron presentes en el acto la secretaria de Articulación Federal de la Seguridad del Ministerio de Seguridad nacional, Silvia La Ruffa, que es socia del club; Carolina Arias, de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad, las madres de Maxi y Cristian, y la tía de Matassa. "Lo que hizo hoy All Boys será inolvidable. 'Maxi' amaba a este club y cuando yo le decía que si no le iba bien en el colegio no vendría a la cancha, sufría. Recuerdo que algunas marchas que hacíamos cuando el equipo jugaba de visitante, las teníamos que retrasar porque la hinchada quería llegar a tiempo para participar", dijo Irigaray al final del homenaje. "Por eso digo que la justicia la hizo la gente, que All Boys estuvo dentro de esa gente y fue parte de la pueblada que se hizo el 31 de diciembre de 2001 para luchar que se hiciera justicia. Esto es combustible para el alma", destacó. Por su parte, La Ruffa dijo que "este fue un hecho de violencia institucional extrema. Asesinaron a tres pibes solamente por el hecho de ser pibes, cuando estaban en su momento de ocio. La dicotomía no está entre seguridad y derechos humanos, sino entre seguridad y violencia institucional".
Elvira Torres, mamá de Cristian, también se mostró "muy agradecida a los barrios de Floresta y Monte Castro por tanto apoyo. Mi hijo era un ´gallináceo´del alma y me llevaba la contra porque yo soy de Boca, pero All Boys era su club del barrio. Todos tenemos uno. Floresta, los vicios, la birra y All Boys son un sentimiento, era lo que decía mi hijo. Por eso me quería despedir de este acto con sus palabras". Elena, tía de Adrián, dijo que "al club y al barrio lo llevo en mi corazón como lo llevaba mi sobrino, por eso, cuando él murió aquel 29 de diciembre mi vida se terminó también. Nunca me importó qué pasó con su asesino". Los rostros de los tres están en un mural que da a la tribuna local del estadio, sobre la calle Chivilcoy.
Dolor de madres
"Tengo mis estrategias, el 10 de diciembre de 2004 junto a Elvira, la mamá de Cristian Gómez, y otras que nos fuimos conociendo, decidimos desde aquel día desgarrador de la pérdida de nuestros hijos que íbamos a dejar un país mejor para que otros no tengan que estar en nuestro lugar. Llevamos 17 años como asociación civil Madres del Dolor y jamás bajamos los brazos. Estar con otros y acompañar es sanador", explica Silvia. "Maxi estaba registrado como donador de órganos, y pude desarmar a mi hijo para que la muerte no se lo lleve todo. Soy una activista de la donación".
La mujer de cabellos rojizos dice que "Maxi parió una mejor mujer, una mamá fuerte y luchadora, y eso es contagioso, tratamos de ir esparciendo eso para no caer, para no morir de tristeza, y se pueden hacer muchas cosas. Siempre el objetivo es el homenaje al hijo muerto. Pude hacer eso porque no me enceguecí con el odio, nada de violencia sino estaríamos usando la misma moneda". Ella afirma que el barrio las acompañó para afrontar el gran dolor, que miles de personas se fueron acercando a abrazarlas. "La cicatriz en el alma y en el corazón están, pero un poco mejor con tanto cariño". Desde hace años, Irigaray da charlas en la Escuela de Policías. "Hablarles del dolor que provocan cuándo son 'fáciles para el gatillo', intento humanizarlos".
Maxi soñaba con estar en una murga. Ese año se le iba a dar, el carnaval de 2002 iba a estar con Los Pecosos de Floresta, venía ensayando su percusión. Tenía 25 años, era licenciado en Relaciones Internacionales en la Universidad del Salvador, practicaba sipalki. Era muy alegre. "Cuando doné sus órganos dije que hubiera querido donar su enorme y bella sonrisa, no había que perder tiempo con novias, intentaba no enamorarse, dejarlo para más adelante. Velaztiqui les quitó el futuro a tres jóvenes sanos, los destruyó. Teníamos la sana costumbre de hablar mucho, decirnos que nos queríamos. Le gustaba Ramones, Sex Pistols, Los Redondos, fuimos juntos al recital del 16 de abril del 2000 en River", cuenta su mamá.
Adrián Matassa tenía 23 años y estaba estudiando Abogacía. Aquel día quedó inconsciente pero murió a las pocas horas en el hospital Álvarez. A Cristian Gómez le decían Gallego, tenía 25 años y una banda de rock con amigos del barrio. Igual que su hermana, quería estudiar el profesorado de Educación Física.
Represor reciclado
La condena para el asesino Velaztiqui llegó en 2003, luego de que la justicia porteña lo embargara por tres millones de pesos. Durante la investigación se supo que este integrante de la Policía Federal --que al momento del asesinato estaba haciendo adicionales-- había sido represor durante la dictadura. Su defensor oficial, Mariano Maciel, llegó a argumentar que "actuó rememorando su paso, seguramente como grupo de tareas". Fue su primera condena pero no su primera causa. Había estado imputado por “apremios ilegales” y por “vejaciones”, por haber hecho trotar hasta una comisaría a 49 hinchas de Nueva Chicago, sólo por cantar la Marcha Peronista en tiempos de veda política. En marzo de 2003, un tribunal oral lo condenó a prisión perpetua por triple homicidio calificado por alevosía, la primera sentencia por un hecho de violencia policial. Pasó nueve años preso en la cárcel de Marcos Paz, cuando le concedieron el beneficio de la prisión domiciliaria tras haber quedado ciego y sufrir múltiples problemas de salud. Falleció en febrero de este año, a los 82 años.
El día que asesinó a los tres jóvenes tenía en su Browning 9 milímetros balas de las denominadas “de punta hueca”, prohibidas por normas nacionales e internacionales. Estas balas, al ingresar en el cuerpo, se abren “como una flor”, produciendo un daño mucho mayor que aquellas balas “encamisadas”, que al entrar o salir dejan un orificio de unos 9 milímetros de diámetro.
La estación de servicio, donde los vecinos todos los 29 de diciembre de cada año se reúnen a recordar el hecho, cerró sus puertas hace pocos meses y fue tapiada con carteles publicitarios. Este jueves, el día de aniversario del triple asesinato, se inaugurará en la esquina un conjunto de piezas de señalización durante un acto en el que estarán presentes familiares, invitados y funcionarios. Para las 19 de ese día está programada una misa conmemorativa en la Parroquia Nuestra Señora de la Candelaria, sita en la cercana intersección de Bahía Blanca y Avellaneda. Luego se realizará una marcha de antorchas desde el templo hacia la Plaza del Corralón de Floresta (Gaona 4600), y allí, a las 20, se inaugurará un mural y habrá un festival artístico.