Tras alcanzar su bajante histórica desde 1944 en agosto de este año, el río Paraná volvió a mostrar niveles muy bajos este mes. Midió esta semana 18 centímetros en el puerto de Rosario, casi 3 metros por debajo de la altura media que exhibe el río en verano. El pronóstico del Instituto Nacional de Agua (INA) no es prometedor para el verano.
El nivel había comenzado a recuperarse en noviembre pero lo números de diciembre renovaron el alerta por la bajante. Los registros de alturas medias que contabiliza el organismo desde 1996 lo ubican en 3,14 metros en Rosario, muy por encima de los 18 centímetros con los que amaneció esta semana. Además la baja se desarrolla de manera acelerada, teniendo en cuenta que para mitad de diciembre el río mostraba 73 centímetros, casi el triple de la medición actual.
El INA espera un verano seco y sin perspectivas de lluvia en el Paraná ni sus afluentes, por lo que "los niveles fluviales continuarán en la franja de aguas bajas". El reporte concluye que la tendencia climática al 28 de febrero "es aún desfavorable". El último reporte trimestral lo pronosticaba de esta manera hasta diciembre.
Bajante extraordinaria
La bajante del río fue uno de los sucesos que marcó la agenda ambiental este año. Lo extraordinario de la bajante tiene que ver con su intensidad pero también con su duración. Es que desde 2019 la tendencia es a la baja y los pronósticos no mejoran. El peor mes hasta ahora fue agosto, cuando bajó en la capital de Entre Ríos a 46 centímetros por debajo del nivel del mar, muy lejos de su nivel de aguas bajas a 2,30 metros y de su altura promedio histórica de 2,76 metros para ese mes.
El impacto de la bajante es múltiple: no solo genera sobrecostos logísticos en la exportación de granos dada la dificultad de navegación y la generación de energía eléctrica en Yacyretá, también afecta a pequeñas producciones que se realizan a campo inundado como el arroz y la pesca artesanal en Entre Ríos y Santa Fe. Además, genera cambios en el ambiente que afectan a algunas producciones por la salinización del agua para riego o consumo de ganado. Alerta sobre el abastecimiento de agua potable para pueblos y ciudades aledañas.
Uno de los impactos cuantificables tiene que ver con la dificultad en la navegabilidad del río y su consecuente efecto en los costos logísticos. Es que los buques deben cargar menos productos por la escasa profundidad del canal de navegación y, en muchos casos, completar sus bodegas en puertos de aguas profundas al sur de la provincia de Buenos Aires, como Quequén y Bahía Blanca, o hasta en el exterior, en Montevideo o Brasil. La Bolsa de Comercio de Rosario estimó pérdidas de entre 6.600 y 9.200 toneladas por barco, que sumaban 315 millones de dólares de sobrecostos logísticos en la exportación de granos durante el primer semestre.
Además, afectó a la pesca artesanal, dificultando la reproducción de la fauna íctica. Para reproducirse los peces requieren altura y temperatura semicálida. Esto llevó a las provincias a establecer vedas de días o cupos para pescadores artesanales que subsisten con el producto. La actividad pesquera también se desarrolla, en menor medida, en Buenos Aires, Corrientes, Chaco y Misiones.
Otros impactos productivos son en la actividad ganadera de isla, las producciones arroceras, la plantación de frutillas y la apicultura, por el impacto en la floración de especies nativas o aparición de invasoras. La producción de arroz se hace bajo riego por inundación, y hay 253.000 hectáreas que se riegan desde el Paraná. Se podrían ocasionar pérdidas de producción por la necesidad de reducir áreas de siembra.
Además de las productivas, la baja altura del río trae aparejadas situaciones que impactan directamente al medio ambiente, como el incremento del riesgo de incendios de pastizales y un paisaje modificado con brazos que se achicaron o bancos de arena devenidos en islas y la aparición de nuevas malezas o especies invasoras.