“Ya de chica me daba cuenta que mi infancia no era ‘normal’, comparada con la de mis compañeritos del colegio, e incluso no era igual a la de otros exiliados, porque algunos tenían sus familias completas”, cuenta María Giuffra. La artista lanzó recientemente La niña comunista y el niño guerrillero, una recopilación en formato de historieta de testimonios de hijos de desaparecidos en torno a sus infancias.
Como tantos otros hijos de desaparecidos, la infancia de Giuffra transcurrió entre la huída y el exilio. “En el '77 lo mataron a mi padre, aunque no lo sabíamos en el momento, porque pasó a ser un desaparecido, y al mes nos exiliamos con mi madre en Brasil”, recuenta. El mismo día que la dictadura secuestró a su padre, tomaron su casa. La percepción de esa infancia tan distinta a la de otros niños cercanos motivó a Giuffra a contar su historia y la de otros como ella. El resultado –apoyado por el Fondo Nacional de las Artes- apareció hace poco a través de Historieteca Editorial.
“Ahora podemos decir muchas cosas de la palabra ‘desaparecido’, pero en ese momento era una gran duda. Recuerdo que mi mamá me la dijo a los 3 años y yo la asocié con la Mujer Maravilla, que me encantaba y giraba en su eje, desaparecía y aparecía en otros lados para salvar gente, pero después muy rápidamente me di cuenta que ‘desaparecido’ era ‘muerto’, porque no estaba. Y creo que me di cuenta antes que mi madre”.
“Cuando entré a HIJOS y empecé a conocer otras historias, empecé a conocer que eso que me había pasado y que había sentido, no eran sólo personales, sino que pertenecían a un grupo de gente, a una historia, a algo más grande y desde ese momento, en el ‘95, estuve convencida de que había que contarlo, que no podía quedarse en las reuniones, que hay que contar nuestras infancias para que no vuelvan a pasar nunca más”.
-No hay muchas obras desde la perspectiva de los niños. Está El mar y la serpiente y alguna más.
-Lo que siempre noté de los testimonios que se dan a periodistas o en juicios es que en algún punto siempre el testimoio está sesgado o dirigido por la pregunta. Te hacen una pregunta y la contestás. Pensé mucho tiempo cómo tomar esos testimonios. Había pensado una serie de cuatro preguntas generales. Después me di cuenta que buscaba algo diferente a la entrevista o un testimonio judicial. Ya venía pensando en testimonios por una serie de pinturas, “Los hijos del proceso”, pero la dinámica era otra. También ilustré relatos de compañeros y compañeras en la revista Haroldo Conti, y en otro libro, Huellas. Cuando empecé con la historieta me di cuenta de que lo que quería contar no tenía nada que ver.
-¿Cómo fue ese proceso?
-El mecanismo fue muy intuitivo. Ahora parece súper racional, pero en el momento no. Lo que hice fue encontrarme donde ellos quisieran, para que fuera su lugar y se sintieran cómodos. Iba con mi computadora, les decía que tipeo rápido y se empezó a dar una dinámica medio de terapia, de eso que vas y empezás a hablar. Lo único que dije fue “contame de tu infancia”. Lo loco fue que todos y todas me dijeron “pero no tuve infancia, ¿qué te voy a contar?”. Entonces les decía “pero niño o niña fuiste; ¿qué pasó en esa etapa?” Ahí arrancaban a hablar, más o menos una hora. Cada uno decidió dónde cortar su testimonio y yo lo utilicé así en crudo, y está transcripto en el libro tal cual me lo dijeron.
-¿A vos qué te pasaba ante esa respuesta?
-Cuando me decían eso, me llamaba la atención porque depende tal vez de qué significa “infancia” para cada uno, pero yo me refería a cierta etapa etaria. Pero sí, después empecé a entenderlos en el hecho de que fue una infancia no tan infante: desde muy chiquitas y chiquitos tuvimos que racionalizar cosas que otros ni están preparados para entender. Todos fuimos un poco niños-adultos. Como Daniela, que tenía que memorizar nombres y apellidos falsos. Situaciones de vida adulta, que en cierto modo no tienen que ver con la infancia.
-¿Por qué, si venías trabajando en otros formatos, para esto elegiste la historieta?
-No sé exactamente, racionalmente. Tuve una intuición muy fuerte, de que era historieta y de ese modo. La historieta la vengo pensando hace más de diez años, entonces siempre estuvo esa idea. Por otro lado, lo que permite la historieta es un relato un poco más armado que una serie de cuadros, como Los niños del Proceso, y también más profundidad en cada historia, en qué sentía y qué pensaba cada testimoniante en su infancia.
-Desde lo gráfico se ve distinto. ¿Cómo fue esa elección estilística?
-Lo gráfico fue todo un tema. No es el formato de historieta actual normal. Sí tiene que ver con las historietas que yo leía cuando era chica y me vine para acá, como Mort Cinder o El Corto Maltés. Me costó encontrar editor porque todos lo querían llevar a un formato más pequeño. Además, había muchos dibujos que van al corte y eso también fue un temón, que entendieran que ese borde blanco que se usa no tiene que ver ni con lo que yo quería transmitir ni con lo que contaban los testimonios. Quería que fuese tamaño grande porque me parecía que la fuerza de las historias no entraba en una página chica. Y que el dibujo fuera al corte tenía que ver con la cosa desbordante que para mí me dejaban esas historias.