El 28 de julio de 1460, la Plaza del Mercado de Valencia estaba atestada de gente que, a los codos, se abría paso para ver macabro “espectáculo”. La ejecución de una persona. No cualquiera, dicho sea de paso: Margarida Borràs, la condenada, pasaría a la historia como la primera mujer trans en ser ahorcada en la mentada ciudad española, el primer caso documentado de pena capital por identidad de género. La escena, en sí, fue terrible, dramática: tras ser apresada y torturada con particular saña, Margarida fue arrastrada hasta el cadalso vistiendo tan solo una camisa corta, para que sus partes pudendas estuvieran a la vista de todos, con deliberada intención de humillarla, de dejar en evidencia “su condición masculina”. Su cuerpo, ya sin vida, luego sería arrojado a una fosa común.
Es muy poco lo que se sabe sobre ella; apenas lo anotado por el cura Melchor Miralles, capellán de Alfons el Magnanim, en su dietario. Acorde a este sacerdote del siglo XV, que aparentemente habría presenciado el cruento asesinato, Margarida era hija de un notario y había nacido Miquel, “y estuvo en muchas casas de Valencia con ropas de mujer, por lo menos 10. En cuanto fue sabido esto, fue detenida y golpeada”. En sus escritos, Miralles cuenta que varios amantes de Borràs -de alta sociedad- también fueron encarcelados, aunque no deja asentado si compartieron el destino final, la horca. Se presume, a partir de la poca data disponible, que posiblemente uno de ellos delató a Margarida.
Según el novelista y profesor valenciano Vicent Josep Escartí, estudioso del caso, “Borràs debió ir por los salones de la Valencia más rica y seguramente fue conocida”; de allí que el cura medieval le dedicara más líneas de las que habitualmente consagraba a personas acusadas de “sodomía” (a las que se daba muerte, dicho sea de paso, en la plaza, al igual que a asesinos, parricidas, uxoricidas. A los herejes se los ejecutaba cerca del Paseo de la Pechina, y a los caballeros, en las inmediaciones de la Catedral de Valencia).
Dicho lo dicho, hoy día un flamante mural honra la figura de esta mujer como se cree que fue en vida: “multicolor, luminosa, atractiva”, conforme publica El País. En la misma plaza donde se le dio muerte, acaba de revelarse la colosal obra, que lleva por título “Santa Margarida”. Explica Akimbo -nom de plume del artista no binarie Marcos Chelo- que quiso “beatificarla” porque “ella es una de nuestras primeras mártires LGBTQ+”. A través de su grafiti de enormes dimensiones, la ha interpretado libremente “usando mi imaginario galáctico eroticofestivo, convirtiéndola en una deidad futura, capaz de convertir la soga que la mató en Nueva Vida”. Ningún detalle de la colorinche pieza está librado al azar: “Hay una mariposa, sí -corroboró a un medio español- porque son símbolo de la transexualidad, por la metamorfosis que atraviesan a lo largo de sus vidas”. “A través de mi iconografía he intentado hacer un tributo hacia su persona y lo que defiende, no se sabe mucho de ella a nivel estético así que mi representación es más bien simbólica”, agrega Akimbo.
Vale mencionar que fue en la década del 90 cuando la historia de Margarida fue recuperada, comenzó a ser más conocida, convirtiéndose en un icono para grupos LGBTQ+ de Valencia. De hecho, la asociación sin fines de lucro Lambda, col·lectiu per la diversitat sexual, de gènere i familiar, entrega desde 1995 el Premio Margarida Borràs a personas u organizaciones que luchan contra la discriminación. Desde 2016, además, una calle lleva el nombre de MB, gracias a una iniciativa gubernamental que buscó enmendar sonado desequilibrio: de los personajes ilustres que reconocía el callejero de la ciudad, solo un 7 por ciento eran mujeres (el 93 por ciento masculino, para colmo, incluía a numerosos dirigentes franquistas). Desde entonces, la red viaria de Valencia incluye a Borràs, sí, al igual que a otras notables de la región como Rosa Estruch Espinós, quien fuera concejala republicana y alcaldesa de Villalonga durante la guerra civil; o bien, Federica Montseny Mañé, escritora y sindicalista anarquista, primera ministra del país durante la II República Española; sin olvidarnos de Manuela Solís Claràs, ginecóloga, primera médica valenciana, entre otras. Además, en 2017 una placa conmemorativa fue colocada en la plaza para celebrarla, y en el último tiempo ha habido cortometrajes y obras teatrales inspirados en su historia.
El reciente mural, por cierto, ha sido un encargo de Intramurs, festival de arte público y multidisciplinar, que ha querido homenajear a Margarida porque “es más importante que nunca aportar a la causa”, según declaraciones de Salvia Ferrer, su directora. Entiende SF que hay una urgencia, en tanto “siguen proliferando los delitos de odio por orientación sexual o identidad de género en España”. Según estimaciones oficiales, estos ilícitos ya habían crecido en un 9 por ciento entre 2018 y 2019, y la violencia parece haberse agravado desde entonces, durante la pandemia.
“Desde insultos como ‘maricón’, ‘tortillera’ o ‘travelo’ hasta persecuciones, lanzamientos de objetos o palizas, las personas LGBTQ+ siguen siendo agredidas”, denunciaba El País el pasado 1 de julio. Apenas dos días más tarde, en la madrugada del 3, una turba homófoba linchaba fatalmente al joven Samuel Luiz, de 24, en A Coruña, Galicia, al grito de “maricón de mierda”, como bien es sabido. Para cantidad de activistas, el avance de sectores de extrema derecha como Vox evidentemente ha incidido en la escala de violencia. No es gratuito, subrayan, que diputados de este bloque ultraconservador defiendan las terapias de conversión; que miembros del partido pregunten socarronamente “¿Por qué los gays celebran San Valentín si lo suyo no es amor sino vicio?”; que sigan declarando que la única unión posible es entre una mujer y un hombre; entre otras barbaridades. Están, en resumidas cuentas, cosechando su nefasta siembra…