“Cuando tenemos delante un desastre repentino, siempre nos fijamos en lo anodinas que eran las circunstancias en las que ha tenido lugar lo impensable”, escribió Joan Didion, escritora y ensayista magistral, meses después de que su marido, John Gregory Dunne, colapsara de un infarto en la mesa del comedor, cuando Joan acababa de servir la cena.
Conocí la escritura de Joan Didion de la forma en la que se encuentran las cosas maravillosas, de casualidad. Tenía 22 años y mi papá acababa de morir en un accidente absurdo, una bicicleta lo atropelló cuando cruzaba la calle para comprar papas y hacerme una ensalada. Estuvo en coma quince días y murió. A su entierro fueron amigos, compañeros y compañeras de antiguos trabajos, ex parejas, parientes, vecinos, curiosos. Ayudé a llevar el cajón. Di pésames, di abrazos a personas que lloraban sin consuelo. Di discursos. No recuerdo mucho de los meses que siguieron porque no había palabras para explicar el sinsentido del accidente. Pero Joan sí las tenía: había encontrado lo que necesitaba. No respuestas ante un dolor, sino personas que entendieran lo que era sentirlo.
Cuando su marido colapsó, Joan escribió. En los meses siguientes a dar pésames y palabras de aliento a los demás, Joan fue en busca de sentidos, intentó, una vez más como en tantos otros textos suyos, poner orden en la incoherencia. El año del pensamiento mágico es su obra magistral, la agudeza y brutal honestidad con la que vive un duelo a conciencia, tomando el dolor y transitándolo de la misma forma en la que transitó las vivencias que luego saldrían publicadas en sus crónicas.
Joan murió hace pocos días. Tenía 87 años. Para quienes no la conocen: Joan Didion, escritora, ensayista, guionista. A sus treinta años, ya había publicado dos libros e intentaba comprender en sus textos los sucesos de una época donde la incoherencia calaba hondo en el sueño americano. Eran los sesenta y Vietnam y Nixon y el hippismo quebraban la visión del mundo que muchos adultos habían construido. Joan supo habitar la locura en San Francisco, el misticismo de los crímenes de Charles Manson en California, la oscuridad que se ceñía sobre Nueva York. Escribía desde su experiencia personal también, dando desde su diagnóstico psicológico hasta sus crisis de pareja. "Estamos en una isla en el medio del Pacífico pensando en divorciarnos", escribió en revista Life, texto además editado por su esposo.
“Me paralizaba la convicción de que escribir era un acto irrelevante, que el mundo como yo lo entendía ya no existía. Fue la primera vez que lidié directa y rotundamente con la evidencia de la atomización, la prueba de que todo se desmorona. Si volvería a trabajar, era necesario aceptar el desorden”, escribió.
En 2005, a dos años del fallecimiento de su esposo, murió su hija Quintana Roo de pancreatitis y shock séptico. Quintana tenía 39 años. En ambas tragedias, donde lo inesperado y lo terrible cambió la vida de Didion para siempre, supo hacer del dolor un texto exquisito. De ahí surgen El año del pensamiento mágico y Blue Nights (Noches Azules).
También en su segunda novela, Play it As it Lays (Según venga el juego), publicada el mismo año, escribió sobre una mujer, actriz, cuya vida estaba atravesada por las decisiones de los hombres que la rodeaban, y tocaba temas como aborto, salud mental y matrimonios fallidos.
"Contamos historias para poder sobrevivir", decía. La voz de Joan persiste: dura, con una prosa casi musical, por momentos cínica y clínica de lo que la rodea. Narrando siempre desde la frontera de lo extremo, nunca dejó de moverse. Encontré en las narrativas de Joan un lugar seguro y un modo de hacer periodismo, desde los sentidos. Una buscadora incansable de lo extraño, de respuestas, aunque no siempre existan.
Repito lo que pensé la primera vez que la leí, casi como un mantra: lean a Joan Didion. Lean a Joan Didion. Léanla y sientan.