Susana Bedrossian tiene las cicatrices de una vida de 90 años. El apellido delata su origen armenio, un pueblo que sufrió el genocidio. Su hijo, Juan Carlos, fue víctima de otro. Está desaparecido desde el 27 de diciembre de 1976. Susana resignificó esas tragedias en una entrega absoluta y militante. Cuando la mayoría de los abuelos, a su edad, eligen la tranquilidad del retiro o la compañía de sus nietos y bisnietos, ella lleva solidaridad a los que menos tienen. Chicos carenciados de Mar del Plata que asisten a comedores en los barrios Las Dalias, Santa Rita, Pueyrredón y Las Heras. Avisó que quería una alcancía para su cumpleaños y no regalos, y su hija Marta Abachian la complació. Su pedido derivó en donaciones por 100.230 pesos para esas pibas y pibes que la prensa marplatense destacó.
Porfiados, sus seres queridos la mimaron igual con un par de presentes del corazón. La visita de su nieta Rosario -hija de Juan Carlos- que vive en España y una camiseta de Boca autografiada por Juan Román Riquelme. “Lo admiro como jugador y como persona”, dijo ella cuando le entregaron la azul y amarilla con su nombre adherido a la espalda y la firma del ídolo a la altura del pecho. Fue una idea de Alejandro Veiga, prosecretario del club. Otro club, Unión de Mar del Plata, colmó su cancha de básquetbol para agasajarla el domingo 26. Unas 140 personas la acompañaron, porque Susana es admirable por su fortaleza y lucidez.
Su espacio de pertenencia es Familiares de Detenidos y Desaparecidos por Razones Políticas, desde el que sigue buscando a su hijo. Juan Carlos militaba en la JUP y Montoneros. Su territorio eran los barrios más humildes hasta que un grupo de tareas de la dictadura genocida lo secuestró. Pasó por el Pozo de Banfield, La Cacha y la comisaría 5° de La Plata. “Recién en 2012, cuando se leyeron las sentencias por el mega-juicio del circuito Camps, ahí nos enteramos que el responsable de su desaparición fue Etchecolatz…”, cuenta Marta, militante también de Familiares, y además en Abrazo Ciudadano, la agrupación marplatense de la directora ejecutiva de ANSES, Fernanda Raverta y del concejal y periodista deportivo Vito Amalfitano.
Juan Carlos fue estudiante de Derecho en la Universidad Católica marplatense y en la Universidad Nacional de La Plata. Se casó con Mercedes Loyarte y tuvieron una hija: Rosario, a quien le dicen Tati, nacida el 1° de abril de 1976. Ella no llegó a verlo jugar al rugby porque lo hizo entre 1968 y 1973. Tenía casi 9 meses cuando lo desaparecieron. Su papá era pilar. “El armenio tenía mucha garra”, lo recuerdan sus compañeros de equipo. Hizo divisiones menores en Universitario y llegó a la primera de Mar del Plata Day School. Como muchos atletas desaparecidos, practicó otros deportes también. El eligió el básquetbol y la camiseta del club Unión, que vistió en infantiles y cadetes. Su otro hermano, Miguel Maico Abachian, lo acompañaba. Durante el terrorismo de Estado, grupos parapoliciales iban a buscar a Juan Carlos al club y se lo llevaban a él. “Aunque no se parecían”, explica Marta.
En esa cancha de básquet se festejaron los 90 de Susana y además -como publicó el diario local La Capital- “el presidente de Unión de Mar del Plata, Leo Cordeiro, le regaló una camiseta de básquetbol ‘del club de sus amores’, nunca mejor dicho teniendo en cuenta que allí se puso de novia, se casó, fue madre, abuela y bisabuela de deportistas, y planillera y dirigente de esa entidad”. Marta agrega la etapa que le cambió la vida a su madre. Comenzó cuando se comprometió más mientras no abandonaba la búsqueda de su hijo: “Identificada con las políticas de Memoria, Verdad y Justicia del gobierno de Néstor y Cristina, mamá empezó a sacarse miedos y a levantar con orgullo la lucha de mi hermano Juan Carlos”.
Un camino que sigue hasta hoy a sus jóvenes 90 años.