A 200 metros 6 puntos
200 meters, Palestina/Jordania/Italia/Qatar/Suecia, 2020.
Dirección y guión: Ameen Nayfeh.
Duración: 96 minutos.
Intérpretes: Ali Suliman, Anna Unterberger, Lana Zreik, Motaz Malhees, Nabil Al Raee, Mahmoud Abu Eita.
Estreno: en Netflix.
De la opera prima del director palestino Ameen Nayfeh, A 200 metros, no se puede decir que sea una mala película. Tampoco lo contrario. No importa demasiado: categorías como lo bueno o lo malo no son muy útiles. Pueden ser prácticas a la hora de dar una opinión sin necesidad de argumentos más profundos, pero resultan simplificadoras y reductivas. De hecho, estas últimas tres palabras definen mejor a la película y ayudan en la tarea de comenzar a analizarla. Es que A 200 metros -ganadora del premio del público en la sección Giornate degli autori de la Mostra de Venecia 2020- busca abordar con cierta profundidad las dificultades que enfrentan los ciudadanos palestinos en su vida diaria, en particular los de la zona de Cisjordania. Pero en su afán de hacerlo a partir del cine de ficción de narración más clásica, no puede evitar volverse simplificadora y reductiva. Aun así no parece haber premeditación en ello, sino más bien cierta candidez que se traduce en un dispositivo dramático signado por una inocencia de amplísimo espectro. La misma abarca tanto a lo cinematográfico como la representación política de la compleja situación que rodea al conflicto entre Israel y Palestina.
Lo más interesante de A 200 metros es su mirada sobre lo cotidiano. Mustafá es un obrero palestino que vive frente al muro de concreto que separa a Israel de Cisjordania. El problema es que su mujer reside al otro lado, donde vive con los hijos de ambos, pero tan cerca que si se asoman a la ventana pueden verse por encima de la pared. No es que la pareja esté divorciada: por orgullo, Mustafá no quiso aceptar el permiso de residencia que le permitiría vivir no solo junto a su familia, sino también más cómodo. Porque el hombre trabaja en Israel y todo los días debe soportar los estrictos controles fronterizos que no siempre le permiten pasar. Como miles de personas que realizan ese cruce a diario, Mustafá lo soporta como parte de la vida. Pero un día su hijo tiene un accidente al otro lado y, con angustia, se arriesgará a cruzar de forma ilegal, realizando una odisea de casi 200 kilómetros para llegar a un lugar que está a 200 metros de su casa.
A esa travesía del protagonista se irán sumando personajes que le permitirán al director poner en escena diferentes situaciones que son habituales en la realidad palestina y que dan cuenta de la precariedad de la vida en ese lugar. Avatares de las buenas intenciones de la propia película, en cada personaje los sentimientos nobles conviven con ciertas miserias, dualidad propia de la condición humana que Nayfeh parece querer retratar. Hay en esa decisión un fondo ético, según el cual nadie está exento de culpas y por ese camino A 200 metros retrata situaciones extremas, pero siempre elige resolverlas con esperanza (aunque eso no significa que se resuelvan “bien”). Es ahí donde se asienta aquella inocencia que signa la identidad de esta película, en donde todo parece reducirse a la buena voluntad y la nobleza intrínseca de sus personajes.