Unos días atrás aconteció una incalificable agresión contra un trabajador de la salud del hospital Santojanni donde funciona una de las Unidades Febriles de Urgencia de la Ciudad de Buenos Aires, en momentos en que una larga cola de personas esperaba ser atendida. Tal como relató el propio agredido --un médico de la UFU-- , después de hisopar 240 personas en el lapso de cuatro horas, y a pesar de que desde temprano se había advertido que esa Unidad no podría atender todos los requerimientos, un sujeto se acercó hasta donde el facultativo estaba trabajando para --sin aviso alguno-- aplicarle un puñetazo en la nariz. “Hoy la gente se violentó más que ayer (...) mientras seamos dos o tres gatos locos para hisopar cuatrocientas personas nos van a seguir pegando y en algún momento nos van a matar”, fue la triste conclusión del profesional atacado.
Ante la falta de respuestas por parte de la Ciudad, la Asociación de Médicos Municipales declaró un paro hasta lograr garantías en la seguridad de los trabajadores. De esta manera se cierra un círculo nefasto, el gobierno citadino, que en su momento no dudó en boicotear las medidas de prevención del Ejecutivo Nacional (recordar, entre otras actitudes, su negativa a dictar clases virtuales en el peor momento de los contagios a principios de este año), terminó con sus trabajadores de Salud disponiendo una huelga en virtud del desamparo al que los mismos son sometidos frente a la violencia resultante de la propia y mezquina política implementada por la Ciudad. En lo que sigue intentaremos desentrañar los mecanismos subjetivos por los cuales la derecha alienta esta desmesurada y loca agresividad
Cuerpos anti vs. anti-cuerpos
La pandemia suscitada por la irrupción de la covid 19 sobre la faz de la Tierra ha provocado un drástico cambio en los hábitos y modos de vida de las personas: desde el tapabocas que acompaña nuestra vestimenta hasta el uso de la vía remota como modo imprescindible de comunicación, una larga serie de alteraciones se imponen en la experiencia cotidiana del ser hablante. Lejos estamos de abarcar las consecuencias de este fenómeno que, globalización mediante, ha hecho de una peste el rasgo común del planeta entero. Lo cierto es que, como pocas otras veces, ha quedado demostrado que la salud de la persona depende de su semejante, evidencia intolerable para el ideario neoliberal que hace del individuo el norte de su prédica aberrante: esa suerte de empuje a la satisfacción inmediata cuyo poder abreva de las instancias más primarias y narcisistas del sujeto.
Desde este punto de vista, no llaman la atención las manifestaciones que a lo largo y ancho del planeta se han suscitado contra las más elementales y necesarias normas sanitarias: desde las manifestaciones anticuarentena y las campañas antivacunas hasta el actual rechazo al pase sanitario, (todas manifestaciones apoyadas de manera implícita o explícita por el Pro y otros partidos de derecha), pasando por las políticas negacionistas adoptadas por países como Brasil o, en su momento los Estados Unidos de Trump, un cúmulo de violencias y dislates se ponen en juego a despecho del dolor que las muertes han acumulado cualquiera sea la geografía o ámbito que se trate. Si --tal como Lacan señala-- la angustia es el único afecto que no engaña, vale preguntarse cuál es el destino de la angustia en estos cuerpos anti que --por oposición a los anti cuerpos necesarios para combatir el virus-, parecen no registrar el peligro en ciernes.
Jacques Lacan escribió “La agresividad en psicoanálisis” en 1948, entre el horror de la Segunda Guerra y el optimismo que le sucedió. Allí Lacan bascula, vacila, entre dos dimensiones de la agresividad. Una a la que llama narcisista y otra para la cual, a medida que el texto progresa, queda simplemente el título de agresividad. La primera da cuenta del encono, violencia, agresión, que tiene el reconocimiento del Otro como premisa principal para conformar el propio cuerpo; es decir la misma que ilustramos con el modo tradicional de la guerra. Por el contrario, la agresividad a secas remite a un estadio lógicamente anterior de la constitución subjetiva: el del cuerpo fragmentado. Nuestra subjetividad no viene dada desde el nacimiento, y se requiere un largo y delicado proceso para conformar ese cuerpo que tan naturalmente portamos. Pareciera ser entonces que estas primeras décadas del siglo nos encuentran en el pasaje de aquel narcisismo, que todavía conserva visos de humanidad, a la agresividad propia del cuerpo fragmentado, donde la satisfacción de los cuerpos se maneja por muy diferentes vías. Es la agresividad en su punto más desnudo y radical, allí donde la tragedia no cesa de no escribirse.
De hecho encontramos que en estos cuerpos anti no hay un llamado al Otro, la angustia se traduce en un pasaje al acto masivo. Se trata de una deriva insensata que algunos exacerban para sacar provecho de ello.
La locura negacionista del Yo
Muchos podrían concluir en que se trata de un discurso en sintonía con el propio del sujeto psicótico. Pero no es el caso. Desde nuestra perspectiva, aquí concurre un muy especial tipo de locura cuya emergencia no se compadece con el cuadro mórbido de la esquizofrenia o la paranoia, sino con una muy específica posición subjetiva afín a “la ley del corazón” que Hegel supo acuñar y que Jacques Lacan ilustra en su texto Acerca de la causalidad psíquica: “...el loco quiere imponer la ley de su corazón a lo que se le presenta como el desorden del mundo, empresa 'insensata' (...) por el hecho de que el sujeto no reconoce en el desorden del mundo la manifestación misma de su ser actual (...) Su ser se halla, por tanto, encerrado en un círculo, salvo en el momento de romperlo mediante alguna violencia en la que, al asestar su golpe contra lo que se le presenta como el desorden, se golpea a sí mismo por vía de rebote social”[1].
De esta forma el encierro al que la infatuación del Yo lleva al sujeto (que no es el de ninguna cuarentena), no tiene otra salida que la violencia propia de la horda. En este caso, un sujeto que se considera con derecho a agredir a los profesionales encargados de velar por su propia salud. No por nada, agrega Lacan que “... la locura. Lejos, pues, de ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera; sigue como una sombra su movimiento”[2].
Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología de la Universidad de Buenos Aires.
Notas:
[1] Jacques Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, 1998, p. 162.
[2] Jacques Lacan, “Acerca de la causalidad psíquica”, en Escritos 1, Buenos Aires, Siglo XXI, p. 166.