Por primera vez en mucho tiempo el poder concentrado dominante de nuestro país parece apostar a la democracia y pretende construir una mayoría sólida que le permita gobernar por décadas. La cooptación de algunos dirigentes en el pasado reciente le permite soñar con multiplicar el fenómeno y aislar al kirchnerismo. En el terreno sindical ya logró conformar núcleos como el del “Momo” Benegas que le respondieron fielmente.
La subordinación del radicalismo plasmada en la convención de Gualeguaychú dejó a la centenaria UCR convertida en una nostalgia de la historia. Antes, la sumisión de la Federación Agraria Argentina a la Mesa de Enlace, antagonistas de siempre que explicaban su existencia por oposición mutua. Son varios los hitos que alimentan la hipótesis de trabajo que encabeza Horacio Rodríguez Larreta.
Sumar al peronismo no kirchnerista se ha convertido en una obsesión política. Lejos de una estrategia destituyente, estamos en presencia de una oposición feroz que busca desgastar al máximo al gobierno hasta transformarlo en una decepción colectiva. Una verdadera embestida superadora del grotesco macrista, mucho más agresiva y ambiciosa. En todo cálculo hay imponderables, pero la aparición reiterada de Cavallo y su séquito sumado al enfoque de los medios dominantes de la crisis del 2001, a 20 años de lo sucedido, muestra la voluntad de recuperar la vieja bandera de la dolarización. El regreso de los muertos vivos no es para subestimar. Razones tienen para avanzar sobre la idea: debilidades propias más confusión y personalismos le dan materialidad.
No caer en la tentación de ver exabruptos donde funcione la máquina de impedir. No reducir el análisis a sus contradicciones y peleas. Estamos en presencia de una fuerza hegemonizada por el poder real. Los dirigentes cooptados no tienen retorno. Son orgánicos de la fuerza enemiga. Esta es la batalla central que se está librando. El juego político se va reduciendo y las decisiones vienen de más arriba. El poder judicial está en medio de esta batalla y su implicancia se verá en los resultados finales.
Chubut tiene mucho de ese fenómeno. No hacía falta ser muy avisado para entender que una votación forzada como la de la autorización de la megaminería generaría la reacción popular que produjo el estallido. Sin embargo, embistieron y tuvieron que recular con el enorme costo político y social acarreado. Cuando el poder real y el pueblo empoderado se ven la cara de trinchera a trinchera, el territorio de la política se encoje y la historia queda a merced de esa relación de fuerzas. John William Cooke y los viejos resistentes de los cincuenta y sesenta lo probaron más de una vez.
Sólo a la luz de esta vigente contradicción se entiende el carácter básico que plantea la necesidad de la UNIDAD.
Unidad a como dé lugar, Unidad hasta que duela, pero Unidad para la acción. No se puede vivir “desfilando” en nombre de la democracia y los derechos humanos. No es lo mismo un pueblo movilizado desde las entrañas de su propia resistencia que un pueblo convocado a actos oficiales con protocolos establecidos para mostrar fuerzas en términos numéricos. Vivimos un momento crucial de nuestra propia historia. O libramos la batalla con nuestras propias banderas o cambiamos de banderas y nos resignamos a la subordinación eterna y a un peronismo sin perspectivas de cambiar la realidad.
La suerte está echada, la tarea es convencer y organizar. Los antecedentes de derrotar jugadas del poder real abundan en cada etapa. A cada organización su tarea y a todos, la centralidad de una conducción estratégica que entienda hacia dónde vamos. Gestapo para los sindicatos, flexibilización de los derechos individuales y colectivos para los trabajadores. Espantarse es ingenuo, el deber es preparar la confrontación.
Los gestos de estos últimos días de la CGT y la CTA alumbran un camino esperanzador. No hay antecedentes en democracia de una persecución sistemática al sindicalismo como la llamada “Gestapo”. Naturalizarlo sería una especie de suicidio colectivo. Para eso el movimiento obrero deberá ganar la lucha contra el negacionismo sindical. Solamente con un profundo conocimiento del terrorismo de Estado es posible dimensionar lo sucedido en el macrismo para darle adecuado volumen a la resistencia.