“Yo soy paracaidista y saltar al vacío es fuerte”, dice Sergio Triaca, un hombre que a los 56 años decidió retroceder 44 en su historia, para poder atar cabos entre sus recuerdos sobre eso que supo por boca de sobrevivientes y familiares del horror de la última dictadura: los secuestros, las torturas, el robo de bebés, las desapariciones, los vuelos de la muerte. Hijo de un juez militar de Campo de Mayo y de una empleada de la Oficina de Personal de Campo de Mayo, vio personas y escuchó cosas que, con los años, supo que eran indicios de los vuelos de la muerte. Siente vergüenza de no haber hablado antes. Siente horror. “Puedo asegurar que no existe nada más fuerte que saltar al vacío desde un avión --reitera--. Pero encapuchado y maniatado, empujado hacia la muerte, lo fuerte se vuelve monstruoso.”
Su historia comenzó a circular públicamente la semana pasada en una entrevista que ofreció al medio comunitario La Retaguardia para resumir aquello que declaró formalmente ante el Juzgado Federal número 2 de San Martín a principios de noviembre. Hace muy poco, también, se sumó al colectivo de hijes y familiares de genocidas Historias desobedientes, donde encontró recorridos parecidos al suyo con los que pudo identificarse y “tomar fuerzas”. “Fui un testigo involuntario de lo que pasó. Recién ahora puedo vincular todo y comprender que si mis padres trabajaban a tan corta distancia de la pista de donde salían los vuelos de la muerte, algo tenían que saber, que fueron cómplices”, asegura en diálogo con este diario.
Testigo involuntario
“Declaro que fui muchas veces a Campo de Mayo”, testimonió Triaca ante el secretario de la jueza federal Alicia Vence, Agustín Rodrigo Berdier. Sus visitas a esa guarnición militar, repartidas entre los años 1975, 1976 y 1977, se deben a que sus padres “trabajaban” allí: la guarnición fue el último destino militar de su padre, entre 1971 y 1977, cuando falleció. Numa Osvaldo Triaca fue juez de instrucción militar allí y "por eso ascendió a coronel". Su madre Olga Elvira Christoph era empleada en la oficina de Personal “y en Inteligencia” de la guarnición, testimonió. Su jefe era Benito Omaecheverría, quien integró la nómina de acusados en el juicio por la Megacausa Campo de Mayo durante las primeras semanas de debate: falleció al poco tiempo.
En aquellos años Sergio era un adolescente. Las visitas eran médicas –se atendía en el Hospital Militar del predio– o recreativas –hacía uso de la pileta del Casino de Oficiales, por ejemplo–. En ambas situaciones vio “cosas que eran extrañas”, cuenta a este diario.
Ante el Juzgado, denunció que, durante sus visitas al Hospital vio “gente entrando en camilla, llevada por cuatro soldados (...) recuerdo bien el mal trato de un médico hacia el paciente que estaba ensangrentado en la camilla”. Luego, contó que en varias de sus estadías diarias en el Comando de Institutos Militares, lo dejaban en el Casino de Oficiales, pero a veces se iba a la oficina de su padre “sin aviso”.
En el marco de esos recorridos vio, en oportunidades diferentes, a tres personas custodiadas por "dos militares" en la puerta de la oficina de su padre. Esas personas custodiadas eran civiles de pelo "crecido, largo” y la vestimenta “informal, sucia”. No eran militares. Pero lo que le “llamó poderosamente la atención”, destacó en su declaración, es que las tres “tenían las manos atadas en la espalda, (...) no eran esposas (...) sería una soga con lo que tenían atadas las manos atrás”, declaró.
A dos de esos jóvenes custodiados los vio solo desde atrás, pero con el tercero cruzó miradas. Relató: “Sintió mi presencia y giró para mirarme. Era la mirada de un rostro muy triste e interpreté esa mirada como si fuese de despedida”. En el Juzgado repitió lo que le oyó decir a uno de los custodios sobre la persona de la mirada triste, “una frase que llevo dentro de mi vida durante 44 años”, aclaró en su denuncia: "éste sube al avión y sale volando", fue esa frase de uno de los custodios.
Romper el hermetismo
La mirada de aquel joven lo dejó “shockeado”, dice. “Era su mirada tan triste y desahuciada, no tenía ninguna chance, ninguna defensa. Y al día de hoy lo siento como una daga, me destruyó”. "No hice nada entonces, me quedé duro", recuerda. Solo varios años después comprendió la frase del avión en todo su horror.
--¿No le preguntó a nadie quiénes eran esas personas custodiadas?
--No hice nada. No se lo conté a nadie, pero lo seguí pensando. No lo hablé ni siquiera con mi mamá. Todavía no pude preguntarle "¿sabés todo lo que pasó, sabés dónde están los desaparecidos?". Y cada vez que empiezo a querer llevarla para ese lado, se da cuenta, está entrenada, me responde: “No te voy a dar ningún nombre”. Me da vergüenza contar esto después de tanto tiempo, me da vergüenza mi familia militar y negacionista, me da vergüenza haber trabajado en Mercedes Benz. Yo era un nene bien, un nene estúpido que vivía en una nube de nada. Donde sigue viviendo mi familia, ciegamente negacionistas, la nada misma.
Numa Triaca y Olga Christoph tuvieron cuatro hijos: Jorge, el mayor; Diana, la del medio, que nació melliza de un varón que falleció, y Sergio. El hombre murió en 1977 tras un episodio que el entorno militar y agrupaciones pro genocidas atribuyeron “a la subversión”, pero que el propio Ejército y sus servicios de Inteligencia descartaron tuviera que ver con las organizaciones políticas armadas de la época. La Asociación de Familiares y Amigos de Víctimas del Terrorismo en Argentina (Afavita) lo incorporó en una lista que presentó en 1984 ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Eso es falso, son unos mentirosos”, asegura el hijo menor.
Christoph aún vive. Tiene 93 años y habita todavía la casa familiar, en Olivos. Para Sergio, su madre “tiene que tener mucha información para aportar, si trabajaba en donde se dice se armaban las listas de los desaparecidos de Campo de Mayo, ¿cómo no va a saber?”, resalta, en relación a la Oficina de Personal, a cargo de Omaecheverría.
“Siempre me sentí sapo de otro pozo”, dice el hijo menor del matrimonio. “Mi hermana es peor que Cecilia Pando y mi mamá es pro militar. Yo intento igual acercarme, no pierdo el contacto con mi mamá, pero no puedo hablar de nada. Siempre me hicieron a un lado porque decían que tenía una opinión diferente a la de ellos”, completa. Ante el Juzgado de Vence describió brevemente algunos de los ataques verbales que le dedicaban su madre y su hermana: “Sos un zurdito también”, “a vos también te tendríamos que haber tirado del avión”.
Y si bien se sentía “distinto” de su entorno, recién hace algunos años pudo romper con el hermetismo que creció y que siguen manteniendo la familia Triaca y tantas otras sobre los crímenes de la última dictadura. El juicio por la Megacausa Campo de Mayo fue el punto de inflexión; los testimonios de los familiares de los trabajadores de Mercedes Benz, detenidos, llevados a Campo de Mayo y aún desaparecidos, el detonante.
“Esos testimonios son tremendos, desgarradores, me dejaron atónito”, asegura. El menor de los Triaca trabajó durante 25 años en la automotriz. “Trabajaba en la fábrica y también en las oficinas centrales, en Avenida Belgrano y Azucena Villaflor, Puerto Madero. Claro, Azucena Villaflor, Azucena Villaflor... me empecé a preguntar hasta que me puse a buscar y supe quién había sido esa mujer”, cuenta en relación a una de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo, secuestrada en la ESMA y asesinada desde los vuelos de la muerte.
Pero Sergio no descubrió solo a Azucena: “Frente a esas oficinas hay una placa muy chiquita de la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en homenaje a 14 desaparecidos de la fábrica. Yo pasaba y miraba, me anotaba los nombres. Está el que quiere mirar para el costado en la vida y estamos los que decidimos no mirar para el costado. Leyendo información sobre ellos en Internet me enteré del juicio y empecé a ir”, relata. Era 2019. Para entonces, ya se había desvinculado de Mercedes Benz.
Un granito de arena
El link entre lo sucedido con los trabajadores de esa empresa, lo que comenzó a escuchar en el debate sobre los crímenes de Campo de Mayo, los vuelos de la muerte y sus recuerdos, no fue inmediato, pero al fin decantó. “Yo tengo que poder hacer algo con todo esto. Me fui 44 años para atrás y empecé a revisar porque no podía guardar esto dentro mío, tenía que convertirlo en un pequeño granito de arena al Nunca Más”, explica.
Siguió asistiendo al juicio, conoció a abogades querellantes y fiscales; observó a familiares con las fotos de sus seres queridos aferradas al pecho, aún busca en ellas a aquel joven de mirada triste que vio en la puerta del despacho de su padre para poder ponerle nombre y apellido. Aseguró en su denuncia judicial que está en condiciones de reconocer a esa persona mediante fotografías, que “esa cara no se borra más" de su cabeza.
Y también pidió que se investigue “la complicidad de los jueces de instrucción militar” que actuaron en Campo de Mayo y que aún no ha sido revisada.