El 7 de diciembre y a finales del segundo año de sequía más importante que atraviesa la Patagonia desde 1943, se desató una tormenta eléctrica con escasas precipitaciones sobre el Parque Nacional Nahuel Huapi, Río Negro. Pocas horas después se detectaban al menos tres focos ígneos producto de los rayos en zonas de muy difícil acceso. Hasta la fecha, al menos 6 mil hectáreas de bosques primarios de ciprés de la cordillera, coihues, arrayanes, alerces y otras especies de la selva valdiviana se convirtieron en cenizas pese al esfuerzo de los combatientes. Hay un total de 4 heridos, 5 evacuados y 1 afectado. Las instituciones estatales desplegaron junto a los pobladores cercanos un intenso trabajo con estrategias de todo tipo. El combate se sostuvo ininterrumpidamente con medios terrestres y aéreos en plena temporada de fiestas. Las ciudades de El Bolsón y Bariloche recibieron durante todo el mes nubes de humo según la dirección de los vientos y, en ocasiones, las rutas debieron ser cortadas. Si bien no se registran daños de infraestructura, comenzó a llover y bajaron las temperaturas, preocupa especialmente que estos siniestros se produjeran antes de la temporada de mayor riesgo.
Adolfo Moretti es Ingeniero forestal y responsable del área forestal en el Parque Nahuel Huapi. Trabaja diariamente con la propagación de especies nativas. “Las pérdidas son invaluables en uno de los sitios mejor conservados del parque. Allí hay una biodiversidad muy grande, con categoría de zona de reserva estricta. A esto se suma que se quemó todo el perilago del Martin y Steffen, por lo que se verán alteradas las cuencas hídricas. A su vez, la pérdida de material vegetal que emitía oxígeno se convirtió en una emisión contaminante inmensa”, explica. La zona afectada consiste en bosques denominados primarios por su antigüedad, “que vivieron cientos de años sin intervención humana. Hablamos de una de las zonas núcleo de conservación y estudio. Son las últimas fronteras de bosque primario que nos quedan a nivel mundial”, añade Moretti.
Thomas Kitzberger es docente titular de Ecología en la Universidad del Comahue e Investigador Superior del Conicet en el instituto de biodiversidad y medioambiente Bariloche. Estudia los incendios regionales desde el año 1987 y ve lo que sucede hoy como un “presagio para el resto del siglo”. Para el investigador, es momento de adaptarse a esta nueva realidad. “No debe tenerse como hecho aislado lo que estamos viviendo. Me animaría a decir que en estos últimos dos años las lluvias se redujeron en un 50%. Ha habido dos fenómenos de La Niña que es la que produce sequía en toda Sudamérica. Toda la Argentina está bajo ese efecto y por eso los incendios están en varias regiones. La última sequía de este tipo fue en el año 1943 y se produjeron incendios gigantescos. En el 43 se quemó un tercio del Parque Nacional Lago Puelo. No lo tenemos en la memoria pero está en los registros. Lo mismo sucedió en el Parque Nacional Los Alerces, el Cerro López… Es probable que este año sea algo parecido”, anticipa Kitzberger.
El investigador apunta que el clima y los humanos estamos íntimamente relacionados en la influencia del régimen de fuego en la zona. “Para que se produzca el fuego se requiere biomasa (material combustible), su condición seca y una fuente de ignición que puede ser antrópica o natural. Si esos ingredientes coexisten se produce el fuego. La presencia de humanos en la región desde hace miles de años la hace propensa al fuego con períodos variantes”, explica. De acuerdo al especialista, entramos en un período de mayor actividad de ígnea por muchos factores. Los principales determinantes al haber gran cantidad de biomasa disponible “son clima e ignición. El clima ha fluctuado históricamente pero estamos en un período anormalmente cálido y seco relacionado con nuestras emisiones de efecto invernadero. Varias décadas de sequía desde los años 80 y record de temperaturas casi todos los años. Otro fenómeno asociado es el aumento de tormentas eléctricas”, agrega.
Hasta hace diez años las tormentas eléctricas no eran foco de preocupación en la Patagonia cordillerana. “El registro muestra que desde los años 80 el número de incendios por rayos se triplicó. Las masas de aire subtropical se detenían en Mendoza, Neuquén y La Pampa”, explica Kitzberger. Este cambio se relaciona con el comportamiento del Océano Pacífico. Recientemente se detuvieron los vientos del oeste que llevan las lluvias necesarias para la zona y garantizan un almacenamiento de agua y nieve disponibles para el período estival. “Si a la llegada de esos frentes subtropicales combinamos una mayor sequía vemos que el rayo cae y encuentra material seco generando una ignición exitosa”, añade el investigador.
Toda esa combinación de factores más incidencias humanas dan un cóctel complejo difícil de controlar con los medios disponibles. “Tener más gente dando vueltas y el avance del crecimiento de las ciudades sobre los bosques genera mayor exposición y riesgo. Si esto fuera un parque sin población estaríamos expuestos a riesgos ecológicos exclusivamente pero hoy crece el riesgo de perder vidas humanas e infraestructura.”
Además, el especialista señala un alerta importante en la presencia de incendios en diciembre, dado que los meses secos suelen ser enero y febrero. “Es probable que se repitan fenómenos de esta magnitud dentro de esta misma temporada. No son un evento aislado. Está bien declarar la emergencia porque permite destinar recursos pero debería fortalecerse la prevención todo el año”, advierte.
Para el ingeniero Moretti, “la clave es contar con detección temprana y ataque inicial. Si agarrás un fuego cuando recién comienza es una batalla que ganás. Pasa en todo el mundo que un protocolo tarda en implementarse o se tarda en llegar al fuego. Esas esperas son críticas y desembocan en escenarios terribles. Muchas veces faltan recursos en los sistemas de prevención y aparece el dinero cuando el fuego es un dragón”, reflexiona Moretti.
Igual lectura provee Kitzberger, quien agrega que es tiempo de reforzar los sistemas de detección temprana y la presencia de recursos de ataque al fuego en los lugares afectados. “Bajo estas condiciones no hay que subestimar ningún foco. No tenemos margen para destinar recursos a posteriori porque se pierde tiempo de reacción”, concluye.
Una vez que esté controlado el fuego, crece la incógnita en torno a si al estar quemada esa zona intangible habrá intención de modificarla como tal. Un desafío constante que viven las áreas protegidas, especialmente en esa parte de Río Negro. “Creo que si es zona de conservación debería mantenerse como tal. La amenaza del uso turístico inmobiliario avanza. Ya estamos trabajando en un proyecto para restaurar. El fuego va a pasar en dos o tres meses y su efecto seguirá por muchos años. Ojalá no se lleven emprendimientos que hagan que la intangibilidad se pierda”, espera Moretti.