Iniciamos esta sección de verano, Lecturas del Noroeste, recomendando Paraje, el libro del salteño Carlos J. Aldazábal premio de poesía Olga Orozco 2021 del Fondo Nacional de las Artes.
"La voz poética celebra el misterio de la tierra wichí poblada de espíritus y delata la impiedad de los que tienen ojos “de no ver”, oídos sordos. Como Manuel J. Castilla, como Sara Gallardo (presentes ya desde los epígrafes de este poemario), Carlos J. Aldazábal se vuelve ventrílocuo de voces ancestrales. Mensajero y hacedor, visionario absorto en la “perpetua evocación de lo perdido,/ de lo que vuelve,/ persistente en el monte,/ sin resignarse al fuego, a las cenizas”, dice la escritora y ensayista María Rosa Lojo en la presentación.
La edición, que publicó el Suri Porfiado, y que se puede adquirir a través de la dirección www.elsuriporfiado.ar, cuenta además con un epílogo de Mempo Giardinelli.
En la convocatoria a los concursos literarios 2021, el Fondo Nacional de las Artes señalaba: “Se decidió que el Primer Premio de Poesía lleve el nombre de Olga Orozco en homenaje a la legendaria poeta nacida en La Pampa en 1920”.
Un jurado, integrado por Miguel Ángel Federik (Entre Ríos), Mercedes Araujo (Mendoza), Nurit Kasztelan (Ciudad de Buenos Aires), Geraldine Palavecino (Salta) y Alejo Carbonell (Córdoba), eligió ganador entre las 1948 obras enviadas desde todas las regiones del país, el libro Paraje, de Carlos J. Aldazábal.
“Paraje es un libro de revelación y develación”, agrega Lojo en el prólogo, confirmando una de las hipótesis de Mempo Giardinelli: estamos frente a una poesía “necesaria, insoslayable”.
En este libro, hay un regreso a la idea de “poesía antropológica”, presente en el poemario Nadie enduela su voz como plegaria (2003), referido al genocidio padecido por el pueblo selknam de Tierra del Fuego. Pero aquí la mirada pasa de la Patagonia al Norte, al universo del pueblo wichí: sus mitos, su presente, los parajes del Chaco salteño, el ecocidio de su hábitat, las violencias que sufren sus mujeres. Un poemario que ahonda en la condición humana desde la particularidad de una cultura, y que sigue las huellas del Eisejuaz de Sara Gallardo en la respiración lírica de Manuel J. Castilla.
“No existen recetas para escribir poesía antropológica, como no existen recetas para escribir un poema de amor que también, por qué no, podría ser un poema antropológico: el poeta es, la mayor parte del tiempo, una otredad que camina. Pero si se trata de opinar, sospecho que es en la mixtura entre el respeto por la diversidad humana y la emotividad donde la poesía alcanza su blanco más certero”, concluye Aldazábal.
El que tiró la flecha (Thokwfwaj)
En mis ojos escupió la palabra, y así se abrieron para ver.
Fue cuando las flechas cayeron de las nubes
y el agua vivía en el yuchán, padre de los peces.
Era el árbol una promesa.
Pero el dueño de las flechas, impaciente,
acertó en el yuchán al pez dorado
y el agua se derramó haciendo la promesa realidad.
Todo lo supe cuando la palabra escupió en mis ojos,
y fue entonces cuando vi al que lanzó la flecha
imponiendo su filo para dejarme ver,
y así contemplé el río, y la cabellera del arquero
ondeando en sus remansos, agua derramada del yuchán
en la emboscada de flechas impacientes.
Ahora que veo invoco al dueño de las flechas,
su osadía impertinente y torpe, pero generosa al fin.
Invoco al arquero padre del río ahora que el río
susurra bajo el sol
el misterio de su vida de laguna,
cuando sus peces estancados desafiaban el filo,
y la flecha apuntaba con sagaz pericia al corazón del yuchán.
Dador de vida vuelto agua,
dueño de las flechas al que puedo ver
ahora que la palabra escupió en mis ojos:
que tus dardos de agua no enfurezcan al río,
que tus dardos de agua apacienten la tierra
y florezca el yuchán y brote el monte.
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