El jazz que se hace en Argentina, con pandemia o sin pandemia, sigue produciendo buenos discos. Este es un lugar común. Desde hace años. Tan común como las dificultades de circulación y fruición que lo limitan. Aun así, el jazz por estas pampas, prospera. Elabora sus lenguajes, crea sus instituciones, cuenta sus historias, imprime sus estampitas y extiende su genealogía. Y también desarrolla una virtuosa capacidad de diálogo con otros géneros que no siempre es bien comprendida en el universo de las músicas de tradición popular. Desde ese lugar, al jazz que se hace en Argentina se le suelen achacar complejidad y extranjería, acaso formas de un vicio que podría menoscabar la posibilidad de incorporarlo al elenco de músicas nacionales y populares.
Dejando de lado lo interesante que sería conocer una música que no sea de algún modo compleja y lo útil que sería llegar a poder catalogar los elementos que definen como argentina a una música, el jazz es una realidad artística de las más interesantes de estos tiempos a nivel local. Sin renunciar a la complejidad como la consecuencia de los desarrollos de un espíritu libre, esa extranjería --que es de lugar y puede ser también de tiempo— es probablemente una de las cartas de ciudadanía más fascinantes para una música que logra transmitir a través del disco mucho de lo que sucede en sus ceremonias en vivo, en los reductos que en una ciudad como Buenos Aires apuestan a su persistencia. Algo de eso cuenta Fernando Ríos en su libro Un panorama del Nuevo Jazz argentino, editado este año por Gourmet Musical.
Lo cierto es que el jazz, en épocas en las que el disco, entendido como la institución cultural aglutinadora, dejó su espacio a la eventualidad del random –formas de pasividad que en algún punto representan la renuncia a incidir sobre la realidad– sigue produciendo discos como conceptos, tantos que cualquier pretensión de balance sería incompleta.
Algunas perlas
Ernesto Jodos afirmó su condición de “caposcuola” del jazz local y en el año que pasó publicó, a través de ears&eyes Records, lo que seguramente quedará entre los mejores discos de los últimos tiempos. Confluence se llama el trabajo en el que el pianista interactúa con dos veteranos de la escena internacional: el contrabajista Mark Helias y el baterista Barry Altschul. Un disco a tres bandas, con músicas originales, tocadas con técnica portentosa e intensidad afectiva. Jodos también es parte de Interior, el auspicioso debut en disco del guitarrista Javier Madrazo y de Imago, un muy atractivo trabajo del baterista Federico Isasti, con Juan Bayón en contrabajo.
Justamente Bayón es protagonista de lo que por el espesor de la música y la manera en que se expone, podría ser otro gran disco del año que pasó: Silencio ensordecedor (también de ears&eyes). Al frente de un quinteto intergeneracional, con el siempre sorprendente Leo Genovese al piano, Juan Cruz de Urquiza en trompeta, Lucas Goicoechea en saxos alto y tenor y Fran Cossavella en batería, el contrabajista logró un vigor expresivo que extiende sus raíces hasta la mejor tradición del jazz. Acá y en la China.
En el catálogo del sello norteamericano ears&eyes la presencia argentina es consistente. Están la saxofonista Camila Nebbia y el baterista Axel Filip con Colibrí rojo, un trabajo de improvisación abierta que hace del extremo la forma. También está Oximorón, del trompetista Joaquín Muro, con Pía Hernández en piano –que por su parte sacó el muy apreciable Relicario–, Diana Arias en contrabajo y Martín Freiberg en batería, un disco de música propia, con espíritu abierto y sensibilidad hardbop. En esa línea está Familia, del baterista Andrés Elstein, con Lucas Goicoechea en saxo alto y Juan Bayón en contrabajo.
Canto de montañas, de Luis Nacht Quartet, es otro gran disco de esta temporada. Sin perder el aliento candente del vivo –fue grabado en una sesión a puertas cerradas en el Porta Jazz de Oporto (Portugal)– el saxofonista tenor tensiona ideas desarrolladas desde la quietud en un extenso y justado diálogo con Sergio Wagner en trompeta, Fermín Merlo en contrabajo y Demián Cabud en batería. En dúo con el pianista Nataniel Edelman y en trío con Ramiro Franceschin en guitarra y Santiago Lamisovski en contrabajo, Julia Sanjurjo concibe el estándar como tabula rasa para otros reinicios en el celebrado Interiores, editado por el sello marplatense ICM. También Ramiro Flores, que se puso al día publicando discos que por la pandemia tenía almacenados, aportó al bienestar general con Cuartito eléctrico y Tauro, distintos, pero unidos por el fuego de la improvisación.
Algo en un espacio vacío, el disco-libro de Paula Shocron (piano, violoncello y voz) y Pablo Díaz (batería, percusión y objetos varios) editado por el sello Nendo Dango Records, y The Art of Not Falling (577 Records) del pianista Eduardo Elía, son dos trabajos que por diferentes caminos llegan a la abstracción. En el primero, el dúo tensiona el momento y sus contingencias a través de la improvisación libre y la experimentación sonora. En el segundo, Elía parte de las piezas para piano del Op. 19 de Arnold Schoenberg, y asume la atonalidad como la posibilidad para el juego de contrastes con un lenguaje pianístico refinado y original.
Cumpleaños rosarino
El sello rosarino BlueArt celebró prolíficos veinte años de vida con una edición en vinilo. Lo mejor de BlueArt incluye a Ernesto Jodos, Carlos Casazza Quinteto, Rocío Giménbez López, Jorge Migoya, Pablo Socolsky, Olivera & Lúquez y Ruggieri & Ruggieri. También sacó Allá lejos y hace tiempo, una valiosa edición que rinde justicia a Horacio “Chivo” González, saxofonista, leyenda del jazz rosarino. González es de los que saben templar en su música el ansia de los que buscan y la templanza de los que esperan. Con los hermanos Mariano y Luciano Ruggieri, piano y batería, y Franco Di Renzo en contrabajo, ofrece cosas propias y de Monk y Davis.
En ese jazz que se define desde la extraterritorialidad, Hernán Ríos logró dejar su huella de músico argentino. Este año pianista de jazz de Lomas de Zamora lanzó cinco discos – Un mordisco negro, La piedra y el agua, Después de hora, Postales y Silencios reunidos– con los que culmina la serie Volviendo desde mí, el reflejo prodigioso de un pensamiento solitario y omnívoro que se cumple en la experimentación. Atravesando los distintos géneros, entre el folklore, los standards, la zona franca de la canción y ese continente siempre sorprendente que es la música brasileña, el pianista elabora un lenguaje personal, hace jazz.
En la misma línea, pero de otra forma podrían estar los temas de Devenir, de la pianista y compositora Gabriela Bernasconi y la música de Te, el notable trabajo del Diego Schissi Quinteto sobre las palabra del tema Por, de Luis Alberto Spinetta.
Al mismo Spinetta, pero de otra manera, acudió Lucio Balduini en su acústico y gratamente guitarrístico Para ir.
También el centenario de Piazzolla impactó sobre el universo del jazz, a través de 100, de Escalandrum.
Y así podríamos estar enumerando, hasta el año que viene.