Navidad y Reyes Magos son tiempos de juntadas familiares y preguntas acerca de qué regalar. Además de decidir quién encarnará a Papá Noel para mantener viva la inocencia de les chiques que todavía esperan la llegada del hombre con sobrepeso, barba y uniforme imposible de usar en verano y cómo estar seguro que les chiques duermen en la noche del 6 excitados por lo que suponen recibirán. El árbol y las medias se llenan de regalos, y sin espoiliar a lxschiques, suele existir una relación entre regalos y situación económica de las familias que deja a Papá Noel y a los Reyes en una situación incómoda. Se trata de un buen momento para averiguar a qué esperan jugar, con qué juguetes, qué les compran y consumen lxs más chiquitxs.
Los nombres de los juguetes son muy conocidos para padres y chiques pero para la mayoría alejados de la infancia no dejan de causar interrogación. A les chiques les regalan, entre otras cosas: popit, slines, squishy, spiner. Y ellos, muchos que apenas saben hablar, los esperan. Serán esos juegos que no se olvidarán, que tendrán una importancia fundamental como formadoras de la subjetividad. Tomemos un ejemplo que ha explotado sus ventas en navidad y Reyes: los pop it. Un nombre divertido que traduciéndolo sería: estallarlo, se trata de una bandeja multicolor a base de silicona que tiene como burbujas de media esfera que se pueden empujar, hacia abajo y hacia arriba. Un desprevenido (no inocente) podría preguntar cuál es el juego. Y para explicárselo alguien le haría recordar esos embalajes que tienen como burbujas y el placer que se siente buscándolas y explotándolas. Otros podrían decir que no es lo mismo porque esas burbujas caen en forma inopinada en nuestras manos y el juego no es tanto explotarlas como encontrar las que aún no han explotado, también se sabe qué la diversión terminará pronto, en cambio, el pop it es un juego repetitivo que no tiene final.
Se lo vende como un desestresante, ¿cómo es posible que a les chiques les regalen juegos que tiendan a sacarles tensión, estando al comienzo de la vida, en el tiempo donde se supone que no tienen demasiados problemas salvo aprender a descubrir el mundo idílico de la inocencia y la felicidad? Evidentemente, ni el mercado ni los padres lo ven tan así y ubican en el mismo comienzo de la vida una tensión, un stress, al cual deben aprender a manejar.
Pero, a pesar de intentar explicar el juego, no resulta fácil discernir el placer lúdico implicado, no se trata de un juego cooperativo, ni un juego competitivo, ni un juego con el otro, se trata de aprender a manejar los dedos, en semicírculos de colores que despiertan la atención, en un movimiento que no despierta ninguna oposición, resistencia, desafío.
¿Qué tipo de infancia se constituye en este juego?, ¿qué imaginan los adultos de las problemáticas que aquejan a nuestrxs niñes? ¿Qué infancias tenemos entre manos y para qué planeta los estamos educando? Cada cual podría responder estas preguntas.
La publicación del Manual Diagnóstico y Estadístico de trastornos psiquiátricos 5 (DSM5) en el 2013 produjo cambios significativos en el agrupamiento de un montón de trastornos de la infancia. Trastornos generalizados de desarrollo, trastornos de la sociabilidad, asperger, trastornos atencionales, de hiperactividad, del autismo, desde esa fecha se comenzaron a diagnosticar de una manera novedosa como trastornos del espectro autista (TEA). Una gran bolsa de gatos que llevó a que su diagnóstico abriera sus fronteras a una cantidad muy significativa de chiques. No es el punto determinar cuánto del diagnóstico genera ese agrupamiento cada vez más numérico de niños que entran en este “reino” o cuánto de la realidad de estos últimos años con la hiperdependencia de chicos y grandes a las múltiples pantallas y sobre todo al celular inteligente genera niñes con problemáticas atencionales, de sociabilidad, de impulsividad. Lo cierto es que el espectro autista se ha vuelto más cotidiano. Se ha escrito en muchas ocasiones que no se debe facilitar el manejo de celulares a bebes pero esto es una y otra vez renegado por los padres cansados de no poder más y les acercan demasiado rápido el gran juguete, rey de todos los juguetes: una rectángulo chato, con una superficie translúcida opaca pero que cuando se “toca” resulta una sorprendente caja de resonancia y en su interior todo lo esperado: canciones, fotos, voces, sonidos y sobre todo el supremo interés de los grandes.
Una posible hipótesis de ese pop it es pensar que en el tiempo de la niñez del espectro autista, los juegos deben tener ese carácter obsesivo que plantea el subir y bajar burbujitas de colores una y otra vez hasta el cansancio y sobre todo, chiques que tienen que tener algo en sus manos y que, a diferencia del objeto transicional winicottiano, no se desprenden de esos juegos por un tiempo difícilmente pensable para otros juegos que requerirían concentración y esfuerzo. Pero evidentemente hay algo más además de pensarlo como posible desestresante o juguete recomendado para potenciales trastornos autistas. Se trata de otras cuestiones, y una evidencia: en este juego se aprende a manejar los dedos. ¿Para qué? ¿No será una preparación necesaria para que luego aprenda a pasar los dedos por la superficie touch del celular? Se trata de un juego de moda que se regala a quienes tienen mucho por aprender,¿no marcará una continuidad entre ese juego y lo que vendrá?
Un juego en el que no tienen resistencia, sólo mantenerlos en sus manos, a diferencia por ejemplo de una pelota de fútbol que implica aprender a patearla, la necesidad de cuidar otros objetos que se puedan romper y, por supuesto, el aprendizaje de las reglas. El pop it se tiene todo el tiempo en las manos, mirándolos jugar imaginamos el celular que pronto tendrán que tampoco nos implica resistencia, cada cual pasará los dedos como quiera, de arriba abajo y explotará burbujitas. ¿Podemos comparar a esos objetos de colores y silicona con nuestros celulares inteligentes, mucho más complejos, centros identitarios de nuestro ser, potencialidades de encuentros de comunicación con los otros y de posibilidades escolares y luego laborales? El pop it es una juego solipsista mientras que en el celular se esconden todas las claves de nuestro sociabilidad.
El pop it no conlleva frustración, nuestras infancias parecen tener problemas con la soportabilidad de las frustraciones. “No sé lo que quiero pero lo quiero ya”, decía Luca Prodan anticipando estos tiempos, por un lado ansiedad en el eterno presente y, por otro lado, perdidos en cuanto al sentido, la procesualidad de los logros y la implicación del esfuerzo y el discernimiento. Somos todes débiles mentales, sostenía Lacan. En el pop it paso el dedo (escroleo), y al no ofrecer resistencia, la cosa simplemente ocurre.
Pero más allá de lo que un especialista pueda sostener acerca de este juego, lo importante para un padre o un familiar que regala esos juegos, recomendados para la temprana niñez es si despiertan algo de la creatividad, alguna potencialidad. Una angustia aparece en la pregunta y en las múltiples respuestas acerca de cómo educar a un hijo/a para que aprenda que los objetos son sólo objetos-deseos deseados por otrxs. Siempre está presente quienes los regalan, la sociedad que los produce. Los objetos, sobre todo los pensados para el jugar, deberían ser herramientas para aprender y cuestionar, al menos cuándo y para qué se lo usa. ¿Qué sentido tiene regalar un objeto que tendremos todo el día pegado a las manos y que no genere resistencia? Ese objeto que anticipa al potencial celular no debería ser el fin de todos los objetos y convertirse en el amo juguete. Reflexionemos por qué regalamos un juego de estas características “desestresante” para quién está haciendo sus primeras armas en el malestar en la cultura. Estos juegos hablan de les adultes, de una nueva espiritualidad de estas épocas, que ha sido “bien aprendida” y que el niño tendrá no sólo que repetir sino hacer carne: un jugar sin resistencias, sin alternancias, que siempre tenga cerca y que sólo sea pasar el dedo, subir y bajar, estallarlo, y que esas burbujas se moverán en su universo de dedos independizados de la necesaria pregunta por la opacidad del deseo del otro.
Martín Smud es psicoanalista y escritor.