Habíamos llegado más lejos que otros en ese hormiguero de idas y vueltas de no saber para donde ir cuando se presenta la muerte. Porque no era solo una muerte más, que de por sí suspende el tiempo hasta que todo vuelve a girar, sino que era la muerte más temida y la más ansiada en la historia de la patria. 

Una patria no tan joven, pero sí una patria de pendejos en fiestas continuas, sin otro freno que el de reponerse para la próxima, y así desde los albores de la liberación, con la gran bacanal estentórea tras la jura del primer consejo de gobierno, que duró meses, y en la que los gringos nos impusieron cinco consejos sucesivos, no tanto para manejarlos, sino para que en el toma y daca de "me llevo la materia prima y te dejo los papeles de los empréstitos", hubiera alguno en condiciones de firmarlos, porque ellos habrán sido piratas, pero eran bien pulcros con los papeles duros que pasaban por su congreso. 

Y en esa misma fiesta de inauguración de la patria nacieron los conservadores y los liberales con sus guerras fratricidas, que nos empobrecieron a cada fogonazo de fusil, hasta dejarnos en los puros cueros, pero siempre con la frente alta de comenzar una corredera de fiestas por cualquier motivo, aun por haber quedado como la nación más pobre del mundo, pero todavía con el tesoro único del mar lleno de peces y su reservas bajo la plataforma continental, que luego supimos despedir con la parranda más larga desde la bacanal del primer consejo por habernos librado de la riqueza más codiciada entre las potencias mundiales, y todo a cambio del perdón de los intereses de la deuda, y del alivio de no llevar más el peso de ser invadidos a cada rato por tierra, aire, mar y radio con sus canciones del jollybellraund, emitidas desde el portaaviones anclado frente a la casa de gobierno, dos millas náuticas más acá de donde el General todavía seguía viendo las Tres Carabelas fondeadas. 

Porque todo empezó ese día que el embajador le grito a viva voz, que ahí te dejamos con tu burdel de negros a ver cómo te las compones sin nosotros, y el General penso que a poco lo iban a tumbar, como habían tumbado a todos y cada uno de sus antecesores, subidos a la mañana por los gringos y desterrados a media noche por otra facción del ejército a la espera de la bendición de la embajada durante el café de la mañana, pero cuando estaba a punto de quejarse con su madre, quien lo había arrojado a ejercer el poder de la única manera que se puede ejercer, a saber, someter la voluntad del que sea, a la de él, que era el único que mandaba, porque como le decía al Embajador Shackleton, vea, no hay diferencia entre el poder ejercido por los Conservadores o los liberales, sino en las formas, ya que unos te matan de una ejecución sumaria sin más apelación que los rezos y los otros te matan despues de rezarle a todas las apelaciones, y yo prefiero mandar de cuerpo presente, cuando justo en ese momento se le apareció Apolinario Olivares, ex concertista de piano en las cenas de la plantación de plátanos de la Fruit Company, actual lustrabotas de la casa de gobierno, y maestro de ceremonias, quien sería su compadre, y a la larga quien le sostendría la parafernalia del poder. Ya que no se manda, le decía Apolinario, sino se tiene a quien, llevándolo al balcón de la casa presidencial entre laberintos de palabras e ideas, a las que el General decía "aja, y te prometo que de ésta no te sacan ni los de Saturno Santos", se relamía Apolinario, y el General, aja, sin creer demasiado hasta que frente a la muchedumbre entendió que por ahí era la cosa, al desatarse el festejo, más intenso que jamás se ha visto desde el Caribe hasta la Tierra de los fuegos, cuando lo vieron aparecer en el balcón bajo la idea única de Apolinario Olivares de organizar la segunda bacanal estentórea de liberación.

Así se construyó el verdadero poder dentro del poder, al solo ritmo parrandero de Apolinario que al caminar, despertaba el baile por donde él pasaba, descaderando mulatas, y gringas de la plantación por igual, como a las del portaaviones cuando los gringos lo iluminaron la noche previa a su partida para también celebrar que dejaban este muladar, pero Apolinario se les puso a bailar bien de frente en el malecón, y estos se les acoplaron al ritmo, destornillando los remaches del barco atómico insignia de la segunda flota, abandonado al otro día en una operación de rescate de incógnito, dejando al original como réplica para el recuerdo, y la réplica hecha a nuevo como original, consolidándose entonces el poder en la economía de premio nobel de Apolinario, quien con sus fiestas atadas a los asuntos oficiales y a cuanto suceso hubiera en la patria, generó más idas y más vueltas de mercancías con sus plusvalía, y ritmos pegadizos vendidos de contrabando a las Europas, debido al bloqueo, pero con el respectivo copyright adosado a cuanta canción o imagen de Apolinario caminando hubiera, al punto que nivelamos el hambre con la moneda de la parranda. 

Por eso fue odiado y amado Apolinario, esperando los conservadores su caída, por lo desmesurado de las fiestas, y los liberales por la libertad coartada desde sus caderas, y las facciones del ejército impotentes al ser doblegados por un ritmo canyengue, y los de izquierda pidiendo la comunidad de la fiesta y no en sectores como se hacía, a pesar que se repartía por igual la pobreza, y los gremios que no podían discutir salarios con ese ritmo de pa pa paraparapapa, que les imponían desde las mesas de diálogo, o los mismos gringos que estaban cansados de perder las esposas, rubias o pelirrojas, de Embajadores y agregados culturales, que las denunciaban raptadas, por vergüenza, pero en realidad se las veía de pura jarana bailando al viento suave de las noches de arena del Caribe. 

Tras todo eso se escapaba el olor agrio de la ignominia del poder concentrado en uno solo, y las miles de muertes de las facciones en pugna bajo el catalizador único de la figura del General, quien sostenía a cada cual parado en el vaivén de la mercancía de la parranda, hasta la tarde de desconcierto en que se nos murió Apolinario. 

 Entonces salimos corriendo lo más que se pudo para tomar la caja de resonancia de sus caderas y ponerla a resguardo de cualquiera de ellos que la pudiera reclamar como trofeo, y todo esto, un año antes que se muriera de muerte natural el propio poder con su General, al extinguirse el fuego de las parrandas de Apolinario Olivares.

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