Importante referente de las letras hispanoamericanas, de vasta trayectoria como autora, traductora, profesora universitaria, periodista, viajera y tuitera, la mexicana Margo Glantz tuvo que adaptarse con la pandemia, cambiando hábitos: de los vuelos por el mundo al obligado resguardo en el hogar, aprovechando el Zoom y demás servicios de telellamadas para poder conectarse, comunicarse y desarrollar un sinnúmero de coloquios y charlas, entrevistas y presentaciones “virtuales”; cuestión que comenzó a ser presencial, como en la reciente 35° Feria Internacional del Libro (FIL) de Guadalajara, donde la premiaron en una ceremonia durante la apertura del Salón Literario; y continúa con planes de nuevos libros, además de mantener sus diarios gorjeos electrónicos en la web, y ser una personalidad referente, destacada, para amplios sectores juveniles.
Traductora de Georges Bataille, Tennesse Williams y Michel de Ghelderode, entre otros autores, firmante de una treintena de títulos como Síndrome de naufragios, Apariciones, Sor Juana Inés de la Cruz: saberes y placeres, Intervención y pretexto, La lengua en la mano, Zona de derrumbe y El rastro (transformada recientemente en obra teatral por Analía Couceyro con la colaboración de Alejandro Tantanian), autodenominada paleomillenial, y premiada internacionalmente (con el Xavier Villaurrutia, el Premio Nacional de las Ciencias y Artes, el Juan Rulfo de la FIL, y las becas Guggenheim y Rockefeller), el nombre de Margo Glantz comenzó a aparecer con fuerza y entusiasmo insistente los últimos años, en las redes sociales, en las discusiones e intercambios en torno a quién debería recibir próximamente el Premio Nobel de Literatura.
Cultora del detalle y del fragmento, autora del celebrado Las genealogías (libro que en México ha tenido una edición de distribución gratuita, masiva), Margo Glantz siempre fue una autora original: ahí están Simple perversión oral (2014), un relato que versa sobre la cuestión “dientes-dentista”, y temas concomitantes, acompañado de ilustraciones de Carmen Segovia y un prólogo de Valeria Luiselli; Coronada de moscas (2012), producto de sus viajes a la India, junto a las fotografías de Alina López Cámara, y Saña (2010), donde la multiplicidad mediática (y farandulera) de las revistas y noticiosos se combina con el fragmento de lo literario y lo autobiográfico, entre otros trabajos. Ahora, El cuenco de plata está próximo a publicar Sólo lo fugitivo permanece, libro de relatos misceláneos -junto a algunos mini-cuentos y poemas-, protagonizados por Nora García, heroína tragicómica, vivida y sufrida, coincidente y des-coincidente alter ego de la autora, quien con soltura e inteligencia, con gracia y mucha lectura (cultura), transita los caminos de la vida: los amores, amistades y avatares domésticos, el transporte público y los museos, los zapatos y las modas, todo lo mexicano y la condición femenina, las instancias sociales (cenas, fiestas y otros encuentros), la música y la filosofía, la pintura y la psicología… Una lista que podría hacerse interminable, entre la creatividad intertextual glantziana, tan fluida como densa en sus lecturas (y reflexiones, y ocurrencias) y vivencias. Y siempre, fiel a su máxima: “El orden de los factores en literatura altera definitivamente el producto”.
Margo, comencemos con el discurso que diste recientemente al recibir la medalla Carlos Fuentes, en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara. Además de la mención a La región más transparente, te enfocaste principalmente en una de sus más conocidas obras, Aura, para destacar el aspecto de ambigüedad o “indefinición” de “lo monstruoso”, de ciertos entes o cuerpos. Lo desconocido y los seres/sujetos “innominables” (desconcertantes), tema que ahora prevalece en mucha literatura. ¿Podés explayarte un poco más sobre esto?
-Había escrito hacia los años 70 un texto sobre las metamorfosis del vampiro y la novela Aura de Fuentes era la culminación en ese escrito de una larga lista de obras literarias en las cuales la figura del vampiro o sus avatares aparecían como elemento principal del texto. En ese análisis intentaba yo hacer una incompleta genealogía de esa figura central en la imaginación popular y de refilón en la literatura, desde antes de Bram Stocker, por ejemplo los cuentos Morella, Ligeia y Berenice de Edgar Allan Poe, y antes y de manera indirecta en El manuscrito encontrado en Zaragoza de Potocki, más tarde en la Carmilla de Sheridan Lefanu, algunos franceses como Charles Nodier, y los fantasmas vampíricos de Horacio Quiroga. Es evidente que estas figuras que Freud catalogaría como ominosas, aterradoras, inquietantes (unheimlichkeit) siguen siendo visitadas o revisitadas de maneras distintas en la literatura. Hoy, como ejemplo, estarían las novelas de Mariana Enríquez y muchas otras más que están teniendo gran éxito crítico y comercial. En ocasión de la medalla Carlos Fuentes que la FIL me otorgaba, creí importante resucitar, renovándolo, parte de ese escrito, para a mi vez rendirle homenaje al autor de esa bella y breve novela, una de sus más populares y logradas.
¿Cual fue el nacimiento o propuesta del libro Cuerpo contra cuerpo? ¿Qué criterios o intenciones hubo con él?
-Bueno, en realidad, en este libro la joven escritora Ana Negri seleccionó varios textos de entre mi producción ensayística de varias décadas. Lo hizo de una manera muy original, combinando ensayos que aparentemente no tenían nada que ver unos con otros y al hacerlo les dio otro sentido, mostrando claramente algo que yo continuamente repito en mis escritos: “En literatura, el orden de los factores altera totalmente el producto”. Los ordenó en distintas secciones y los intituló tomando algunos de los encabezados de mis propios textos: en la primera parte se repite el título de mi último libro, publicado en Argentina por la editorial Ampersand, dentro de la colección “Lectores”: El texto encuentra un cuerpo, por allí deambulan Rulfo y sus ojos, los cabellos del Segismundo de Calderón de la Barca, los cuerpos de las mujeres noveladas del siglo XIX mexicano, Henry Miller y sus trópicos, Nellie Campobello, la Malinche, muchos pies, la húmeda identidad de la María de Isaacs, Sor Juana y sus manos, la nuca en Onetti, Armonía Sommers, Stanislavski y Grotowski, et al. Se revisa luego el cuerpo como cuerpo, el cuerpo del deseo y se termina leyendo distintas heridas y fracturas: el Holocausto, Paul Celan, Artaud, Enrique Molina, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, mi náufrago favorito…
En Cuerpo contra cuerpo hay un escrito sobre la novela de Enrique Molina dedicada a la historia de Camila O’Gorman y Ladislao Gutiérrez, además de abundantes referencias a los poemarios de él. ¿Cuándo y cómo conociste a Molina?
-Conocí a Enrique en 1969 en un viaje que hice a Buenos Aires, era amigo de mi segundo marido, Luis Mario Schneider, juntos anduvimos por las calles de la ciudad, comimos blintzes en el Once, oímos a Edmundo Rivero en el Almacén, quien cantó “Sur” especialmente para mí, porque se lo pedí, vimos una pelea callejera que le fascinó a Enrique, quien luego fue mi amigo y me dedicó varios de sus libros y ¡hasta me hizo un dibujo! Creo, no estoy muy segura (quisiera pensar que fue verdad), que en ese viaje conocí también a Olga Orozco, quien (tampoco estoy muy segura) me habló por primera vez de Viel Temperley.
De lo que sí estoy segura es que admiro mucho -me fascina- la poesía de Enrique y la de Olga, también luego amiga mía. Y me gusta cómo la poesía invade todo lo que toca, por ejemplo en la novela de Molina, Una sombra donde sueña Camila O’Gorman, allí poetiza siguiendo esa vena que cultivaban otros poetas del erotismo, por ejemplo Bataille: La posición de la mujer decapitada a horcajadas sobre el cuerpo del amante reproduce para Enrique la posición del degollador sobre su víctima. Esa asociación añade un elemento erótico al espectáculo de la Cabeza cercenada de Camila, un espectáculo a la vez obsesivo, bello, intolerable y convulsivo.
¿Qué podés decir sobre Sólo lo fugitivo permanece, libro de relatos próximo a publicarse por El cuenco de plata? Pertenece a la “narrativa”, pero también al ensayo literario (o la crítica), y también a lo autobiográfico. ¿Cómo y cuándo fuiste hallando esa “forma múltiple” de creación literaria? ¿Hay o hubo lecturas que te hayan confirmado o impulsado a intentar escribir de la forma “más personal” u “original” posible?
-No creo en los géneros canónicos en literatura, nunca los respeté, y por ello me costó tanto trabajo publicar mis primeros textos de ficción, que, como he contado ya como ochocientas mil veces, publiqué a cuenta de autor. Esa forma múltiple, como tú la llamas, es ahora común y corriente, pero yo la cultivé desde que empecé a escribir. Dicen falazmente que Sebald fue el primer autor en incluir fotos y dibujos en sus obras, yo lo hice desde 1977, año en que publiqué mi primer texto de ficción: Las mil y una calorías, novela dietética. Me interesan especialmente autores que como Sebald, Markson, Pitol, entremezclan distintos discursos en su textualidad.
¿Tenés planes para el futuro, como nuevos libros? ¿Se vienen, además de tus tuits a diario, charlas, ponencias y otros escritos? ¿Y la posibilidad de algún “libro-tuit” o tuitero?
-Tengo muchos planes, un larguísimo libro de viajes que nunca acabo de terminar o de estructurar. Además, mis memorias, otro intento más de continuar con ese tipo de autobiografía cada vez más deshilachada y pulverizada que ya utilicé en Las genealogías, y sobre todo, de maneras distintas en Yo también me acuerdo, en Y por mirarlo todo, nada veía y de algún modo también en Saña. Quiero terminar asimismo un libro que empecé hace 30 años sobre los cabellos en Calderón de la Barca: ¡Ojalá me alcance el tiempo! Quisiera también hacer algo de nuevo con las redes sociales, pero aún no encuentro la forma: no me interesa repetir otras estructuras narrativas que ya frecuenté.
>Unos fragmentos de Sólo lo fugitivo permanece
SIMPLEMENTE CONTAR
Una vez escribí lo siguiente, lo transcribo, es una manera de empezar a contar: ya lo había contado y escrito así en uno de mis libros, Por breve herida, aquí vuelvo a contar historias verdaderas, pero las voy a contar como solamente yo puedo contarlas. Sólo así las puedo contar, de verdad. Sí, así es, sólo vale la pena lo que una cuenta si lo que una cuenta es absolutamente personal y por tanto verdadero. Sólo se debe contar así, como yo lo cuento, no hay vuelta de hoja. Puedo asegurar que cualquier coincidencia con la realidad es sólo eso, pura coincidencia. La realidad es siempre circunstancial y esta verificación me tranquiliza: lo que cuento es una historia verdadera, pero sólo en la ficción.
Voy a mis diarios, allí aparecen esbozadas las historias. Encuentro una primera dificultad: advierto que a alguien muy cercano le he puesto como pseudónimo Orestes y ya no sé a quién debería designar Orestes, tampoco quienes son los que designo con otros pseudónimos, Jerjes o Caín, tampoco sé por qué pongo esos nombres tan ridículos, tan pedantes, ni por qué disfrazo de esa manera a gente muy cercana a mí, o que entonces, cuando escribía, lo era. Eso me desconcierta y me causa problemas para seguir contando, es más, me detiene en seco. Advierto también que en mi correspondencia con mi mejor amigo, casi mi novio, hablo de otro novio posible (extranjero) del que me enamoro y en realidad no sé de quién estoy hablando, no sé quién es ese ser tan profundamente amado, tan cercano, no lo sé, ¿quién será? Deduzco por lo tanto que no debo de haber estado muy enamorada, pues de otra forma sabría de inmediato a quién me estaba refiriendo. ¿Es de Orestes o de otro de los que aparecen encubiertos con un sobrenombre, de quién estaba yo tan perdidamente enamorada? Y, ¿por qué se lo cuento a ese otro amigo tan querido que me ama tanto sin decírmelo?
A lo mejor lo que pasa es que sólo tomo en cuenta las obsesiones y la forma obsesiva con que se repiten: se repiten incansablemente las mismas cosas, pero incansablemente también se olvida una de que se tenía la obsesión de esas cosas que se han dejado de recordar. El cerebro parece quedar completamente en blanco, las cosas se escriben, se cuentan y se vuelven a olvidar o a lo sumo en un punto lejano del cerebro reaparecen como fragmentos, como ruinas desarticuladas que se reconstruyen a medias como las ruinas conservadas por los restauradores, dejando en blanco aquello de lo cual no ha quedado ningún vestigio. Me asombra, cuando las leo, la reiteración de ciertas cosas que se cuentan y cuentan una y otra vez y luego se olvidan por completo, se olvida por completo lo que se ha contado y lo peor es que lo olvidado es una obsesión, siempre presente en la escritura, como si una estuviera allí sin moverse, después de que, practicado un lavado de cerebro o hasta una lobotomía, el cerebro hubiese dejado de funcionar al desatarse el mecanismo de la escritura y poner en movimiento la memoria más profunda o la del levantarse en la mañana después de soñar con el recuerdo indeleble pero enigmático de lo que se ha soñado en la noche y nunca más podrá recordarse y era absolutamente visible unos momentos antes. Esa memoria que parecería que no había registrado nada, muestra sin embargo las mismas obsesiones que sólo se recuerdan cuando se las compara con otros momentos de escritura en que de manera obsesiva se pasa revista una y otra vez a las mismas obsesiones, olvidadas en cuanto se cierra el cuaderno de notas o se apaga la computadora o despierta una de un sueño.
(Fragmento:
En latín, frango: romper, quebrar, destruir, pulverizar, descuartizar, aniquilar.
En griego, klasma, pedazo desprendido por fractura).
Como si una caminase en redondo sin encontrar el camino y sin recordar en absoluto por qué camino se ha caminado. Un eterno girar o caminar para llegar siempre al mismo lugar. Es por eso que he empezado a escribir la novela o los cuentos del camino, los caminos de la vida no son los que yo pensaba, no son los que yo creía, aunque se haga camino al andar y se haya llegado más allá de la mitad del camino de nuestra vida y nunca se encuentren otros caminos por donde caminar y recoloque las palabras en distinto lugar, porque en literatura el orden de los factores altera definitivamente el producto.
UN LARGO VIAJE
Veo una película con Juan, es rusa, una de las versiones de Sonata a Kreutzer de Tolstoi. Como muchos de los relatos rusos del siglo XIX comienza en un tren, en otro van viajando el príncipe Mishkin y Rogojin.
Es un largo viaje. Un hombre sentado habla sin cesar, frente a él, otro lo escucha. El primero es tenso y nervioso, se mueve, toma té, fuma, fuma, toma té, fuma, toma té muy caliente, muy cargado, lleva un samovar portátil, habla y habla, el otro calla, esboza apenas algunos gestos de curiosidad, asombro, disgusto, de repente se incorpora furioso, sale sin despedirse. Al cabo de una hora, regresa con precipitación, arrepentido, dice adiós y da la mano, el otro le pide disculpas, vuelve a pedirlas interminablemente mientras fuma. El recién llegado se impacienta. Sale otra vez dando un portazo.
Cambia la escena: en la casa se oyen gritos, las niñeras tratan de tranquilizar a los niños, los criados traen té y bizcochos, las hermanas gritan, los niños lloran, los hombres fuman, las niñeras recogen los juguetes tirados en el piso, el protagonista confiesa, muestra el periódico en donde se describe el crimen, y sin transición estamos de nuevo sentados en el tren, varios viajeros en el mismo compartimiento discutimos sobre el amor, el divorcio, la identidad espiritual entre los seres, el infierno del matrimonio, la unión de dos desconocidos que se pasan la vida juntos sin conocerse, peleando. La historia está primero sólo en la mente del que relata, para confundirse luego con la realidad, ¿cuál realidad?
Conecto dos viajes en tren, el que se inicia en el cuento: el asesino confiesa su culpa como Raskólnikov en Crimen y castigo de Dostoievski, con la consiguiente humillación, el castigo, la penitencia pública, cierto gozo que roza con lo abyecto. Y el tren de regreso a casa, ese viaje anterior emprendido antes de que el marido descubra a su esposa en diálogo amoroso con el violinista, sentados juntos frente al piano, la partitura de la Sonata a Kreutzer sobre el atril, el instante previo a la tragedia, el del amor correspondido. ¿Cómo no recordar a Paolo y a Francesca?
El cuerpo de la mujer está sobre la cama (como el de Nastasia Filipovna en El idiota apuñalada por Rogojin: unas cuantas gotas de sangre en el pecho), ¿o tirada cerca del piano?
Después de matarla, el marido intenta suicidarse, pero antes de hacerlo se pone los zapatos, se siente ridículo sin ellos, cuando lo hace reflexiona y decide no matarse.
El amante ha salido corriendo, descalzo, de la casa.
Estos textos integran el volumen Sólo lo fugitivo permanece, de próxima aparición en Argentina por El cuenco de plata.